martes, 30 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (VI)

Continuamos desvelando las intenciones de fondo que persiguen los de la mentalidad pro-eutanasia. Para ellos la verdadera y real dignidad del hombre es accidental, y por eso ven lógico tildar de inútil, perjudicial, o de escaso valor, la actuación altamente profesional que el médico puede prestar al enfermo en estado terminal a través de los cuidados paliativos. 

De forma lúcida se expresa el Prof Herranz

“Vivimos también en un tiempo en el que las decisiones médicas se toman en función de la elección, activa e informada, del paciente de los tratamientos que acepta o rechaza. En consecuencia, el derecho de los pacientes a decidir, junto con el temor a verse en una agonía dolorosa y usurpadora del autocontrol, lleva a convertir el deseo de morir con el máximo de confort y dominio de las circunstancias: es decir, se crea un derecho a morir con dignidad (T.E. Quill, Death and dignity: A case of individualized decision making, "N Engl J Med", 1991, 324, 691-694)

El derecho a morir con dignidad se invoca como un derecho que garantiza la posibilidad de vivir y morir con la inherente dignidad de una persona humana, y como recurso para liberarse de la agonía de vivir en un estado de miseria emocional o psicológica. El decaimiento biológico, el no valerse por uno mismo y depender de otros para las acciones y funciones más comunes, son considerados, en la “mentalidad de la muerte con dignidad”, como razón suficiente para reclamar el derecho a morir a fin de impedir que la dignidad humana sea socavada y arruinada por la invalidez extrema, la dependencia y el sufrimiento.

Pero, ¿se pierde realmente la dignidad humana cuando uno está muy enfermo, muy debilitado, o no puede seguir viviendo si no es con la ayuda de otros? 

En el fondo, con la noción de dignidad propia de la mentalidad eutanásica es totalmente ajena al concepto de dignidad de la mentalidad en favor de la vida. Esta tiene una base ontológica: la dignidad es intrínseca, universal, inalienable, inmune a las influencias de fortuna o de gracia, refractaria al proceso de morir. Aquella (en la mentalidad eutanásica), aunque importante, es accidental. 

La dignidad social es una variable dependiente de numerosas circunstancias: el paso del tiempo, la posesión de dinero, influencia, prestancia física, clase o títulos; se tiene, pero puede disminuir por debajo de un valor crítico hasta llegar a perderse. Es especialmente sensible a influencias sociales y estéticas. 

Ese carácter sumiso a las influencias sociales y subjetivas es la razón de que la dignidad del morir siga siendo invocada como un derecho en un tiempo en que los progresos de la medicina paliativa han provocado el ocaso de la noción de eutanasia como liberación del dolor insoportable. 

Los movimientos pro-eutanasia se han visto obligados, por ello, a dejar en segundo plano y como cosa del pasado el paradigma del matar por compasión al que sufre de modo intolerable, para tomar una dirección nueva: la de presentar la dignidad del morir como un derecho que expresa el dominio absoluto de uno sobre su propia vida, o como un signo de decoro personal. 

En el nuevo contexto, el enemigo no es ya la enfermedad avanzada, la cual, a través del dolor, el sufrimiento o la debilidad total de la caquexia, pone cerco a la dignidad humana: el nuevo enemigo es la pérdida de la autosuficiencia, el no poder vivir independiente de los otros, el tener que morir abdicando de la imagen social hasta entonces prestigiosa y estética.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (V)


A los promotores de la eutanasia lo que les resulta más eficaz no es el control o los cuidados profesionales que requiere el enfermo en situación terminal, muy eficazmente cubiertos por los Cuidados Paliativos. Lo que es verdaderamente eficaz para los pro-eutanasia es confundir y sacar de contexto la noción de muerte digna, presentándola fuera de la realidad. El sofisma desaparece frente a realidad, pues la dignidad está siempre acompañando a la persona en cualquier situación, con su derecho de ser protegida y cuidada profesionalmente en todo su existir, también en su estado terminal.

Magistralmente lo expresa el Prof Herranz: 

El uso, por parte de los promotores de la eutanasia, de la expresión “morir con dignidad” tiene un propósito más oportunista y retórico que sustantivo. 

Aunque el morir y la muerte constituyen para muchos hombres de hoy un tabú innominable, en la dinámica de los movimientos pro-eutanasia pierden su significado negativo o lo transmutan, cuando se combinan con dignidad, en otro nuevo y aceptable. 

Y así resulta que muchas de las asociaciones que propugnan la despenalización de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio se han autodenominado con términos que combinan muerte y dignidad (Voluntary Euthanasia Society Scotland). 

El proyecto ideológico que subyace a la mentalidad de la “muerte con dignidad” o del “derecho a una muerte digna” consiste en la aceptación de que la dignidad humana es minada, o incluso alevosamente destruida, por el sufrimiento, la debilidad, la dependencia de otros y la enfermedad terminal. Se hace, por tanto, necesario rescatar el proceso de morir de esas situaciones degradantes mediante el recurso a la eutanasia o al suicidio ayudado por el médico. 

La decisión de evitar el deterioro final de la calidad de vida y de mantener el control de sí mismo y de la propia dignidad en los días últimos, es favorecida por lo peculiar de las fuentes de información sobre la muerte de que dispone la gente de hoy. 

Por un lado, muy pocos tienen oportunidad de presenciar una muerte sosegada. La muerte de los allegados, aparte de ser un fenómeno que cada uno tiene ocasión de presenciar muy raras veces en su vida, suele suceder hoy en el hospital, no en casa. La falta de intimidad interpersonal que ello supone se agrava por la intensa medicalización de la agonía. 

Por otro lado, los medios de comunicación nos atiborran de relatos e imágenes de mil formas de muertes gratuitas, violentas o torturadas. Se crea así un rechazo colectivo a la muerte, pues nadie quisiera jamás morir de ninguno de esos modos. Y ya que hay que morir, todos, en principio y por instinto, queremos hacerlo con dignidad y decorosamente, conservando la nobleza propia del hombre. 

Sobre este fondo, la mentalidad pro-eutanasia construye su “noción” de “morir con dignidad” asignando al sufrimiento moral, al dolor físico, a la incapacidad, a la dependencia de otros, a la enfermedad terminal, un valor negativo, destructor de la dignidad humana. La “muerte digna” es la “única” solución para poner término a la permanente indignidad de vivir esas vidas sobrecargadas de valores negativos, carentes de valor vital. La enfermedad terminal puede herir muy duramente a la dignidad social, a la imagen de uno ante los otros.

En ese nuevo contexto, el enemigo no es ya la enfermedad avanzada, el “nuevo enemigo” es la pérdida de la autosuficiencia, el no poder vivir independiente de los otros, el tener que morir abdicando de la imagen social hasta entonces prestigiosa y estética”. Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


lunes, 22 de noviembre de 2021

La eutanasia tiene solución

En medicina lo correcto, y por tanto lo ético, es valorar los síntomas de cada paciente y, tras el estudio de los mismos, elaborar, o reelaborar, el diagnostico más certero que permita aplicar el tratamiento más adecuado sin dilación.

Pues bien, todo enfermo es muy conveniente que cuente con una valoración adecuada, pero me atrevo a decir que en el estado preterminal o terminal se necesita especialmente, al asentar sobre él con alta frecuencia una severa sintomatología depresiva, o un incremento en la intensidad del dolor, o en definitiva, precisa que se le cubra un cortejo de síntomas que le hacen poco confortable e incómoda su situación. Es obligación del médico estar especialmente atento a esos requerimientos sintomáticos para cubrirlos con las medidas previstas y apropiadas. 

Esas medidas proporcionadas pueden, hoy en día, restaurar la práctica totalidad de los requerimientos que el paciente terminal precisa sirviéndose de la actualización en los adelantos de la especialidad de Cuidados Paliativos. Lo que sería totalmente irresponsable es guiarse por protocolos obsoletos que carecen de la actualización de los conocimientos y métodos avanzados de que se disponen para tratar a dichos pacientes en situación terminal. Esa es la misión específica que incumbe a los Cuidados Paliativos.

Ahí, me parece, radica gran parte de la solución con la que se superará la actuación eutanásica. Ciertamente, ningún paciente está inmune de experimentar vivamente un proceso de intensa soledad desencadenada por una situación de desamparo activada por una grave enfermedad, que potencia un desconcierto vertiginoso que le precipita al cataclismo psico-orgánico. Esa soledad aguda desgasta hondamente en poco tiempo al paciente, le atenaza y le dificulta, en gran manera, para ser plenamente consciente de algo fundamental en él: que sigue siendo persona con capacidad de apreciar y de ser apreciado. Ese paciente, si se le deja solo a su suerte, tiene el serio peligro de caer vencido fácilmente por la grave sintomatología depresiva que no le ofrece más horizonte que la de ser un elemento inútil y ni más merecimiento que desear su eliminación. Si ese paciente, en ese estado, solicita la eutanasia, no puede encontrar en el médico un elemento pasivo a un acuciante requerimiento de asistencia y tratamiento que provoca un cuadro depresivo de esa categoría, como tampoco puede ni debe permanecer pasivo en ofrecer el resto de recursos proveniente de las actualizaciones en el área de los cuidados paliativos a las que tiene derecho todo paciente que lo precise.

El ejercicio eutanásico se sanará cuando consiga superar la ceguera con la que observa al enfermo en fase terminal, y reconozca que toda persona tiene derecho a merecer la ciencia y el cuidado médico actualizado, que garantiza, además, la dignidad de la persona hasta el final, precisamente porque considera que la dignidad de la vida de todo individuo no viene esencialmente marcada por su nivel de utilidad.

Juan Llor Baños

Medicina Interna


viernes, 19 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (IV)

El sufrimiento, por naturaleza, es un fenómeno que experimenta, tarde o temprano, todo ser humano y, por sí mismo, carece de capacidad para conferir o sustraer dignidad a la persona. La dignidad de la persona no depende de un mayor o menor sufrimiento. Siempre este fundamento ha estado meridianamente claro en el ejercicio de la medicina, sólo ofuscado por la ciega filosofía eutanásica. 

El Prof Herranz lo muestra: 

“Decir que la dignidad humana puede disminuir o perderse a causa de la enfermedad y el sufrimiento equivale a decir que la dignidad humana depende de la capacidad de controlar cosas incontrolables como son el envejecimiento, la minusvalía o la enfermedad terminal. 

Arguye Stolberg (S.D. Stolberg, Human dignity and disease, disability, suffering: A philosophical contribution to the euthanasia and assisted suicide debate, "Humane Med", 1995, 11, 144-146) analizando la relación entre dignidad e igualdad humanas, que el hombre no puede dejar de ser humano, lo que quiere decir que es parte de la naturaleza. 

La idea de considerar los fenómenos naturales como degradantes o demoledores de la dignidad humana se basa en el falso dualismo que presenta como antagónicas dignidad y naturaleza, que convierte lo natural en enemigo y destructor de lo propiamente humano. Eso equivale a identificar dignidad con bienestar fisiológico o, incluso, con la integridad psíquica que hace posible el ejercicio pleno de la racionalidad, la autonomía o la autoconciencia. Pero esas cualidades están muy diferentemente repartidas en los que van a morir, por lo que no pueden ser base para la igualdad de derechos y dignidad en el trance de la muerte. 

De la confrontación con la finitud que a todos nos espera brota la conciencia de que los hombres coincidimos en las experiencias del dolor y las penas, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, una experiencia que nos reúne en la construcción de la dignidad común.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


domingo, 14 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (III)

Cualquier médico sabe que su vida profesional tiene sentido auténtico si invariablemente se esfuerza en dar una respuesta adecuada al estado de vulnerabilidad que le presenta el paciente. No es otro, en esencia, el cometido del médico o la enfermera. Si su estima hacia el paciente tiene el nivel que dicho paciente merece y lo trata como tal, sin abandonarlo, su trabajo profesional tendrá la altura científica y ética adecuada, sino será decepcionante.         

Así se expresa el Prof Herranz:

“Pretender prolongar siempre y a toda costa la vida meramente biológica humana es negar la verdad de la mortalidad humana y, por ello, actuar contra la dignidad humana. 

Del mismo modo, dar muerte a un paciente, aun cuando ya esté muriendo, viene a decir que la vida de ese hombre ha perdido todo significado y valor: pero eso es actuar contra la dignidad humana, pues esta no depende de la prestancia social, la libertad o el placer, sino del hecho de ser hombre. 

La dignidad humana no es algo subjetivo: nadie puede incrementar, disminuir o aniquilar a capricho su propia dignidad, y tampoco puede hacerlo con la dignidad de otro

Y lo mismo pasa con la enfermedad y el morir: pueden humillar, disminuir la autoestima, avergonzar e, incluso, crear un sentimiento de indignidad. Pero esos asaltos no acaban con ella, no la merman: nos perturban precisamente porque ponen en el tapete el problema de si la vida humana tiene significado y valor, tiene dignidad. 

Sulmasy (D.P. Sulmassy, Death and human dignity, "Linacre Quart", 1994, 61(4), 27-36) describe cuan diferentes en la expresión de la dignidad pueden ser las muertes de los pacientes: desde los que enfrentan el morir con valor, esperanza y amor, a los que lo hacen en el temor, la rebeldía, la desesperación o el autodesprecio. 

A unos y otros hay que tratar con dedicación y respeto. Es una tarea tremenda devolver a ciertos pacientes la fe en la su propia dignidad y hacerles sentir, en la situación terminal, totalmente carente a veces de estética, que su vida sigue teniendo valor y dignidad. Esa es una dura prueba para el médico y la enfermera, pero en eso consiste atender al moribundo. 

Como dice Sulmasy, “no habría asalto mayor a la dignidad humana ni, en último término, sufrimiento más grande que decir a uno de esos pacientes, mirándole a la cara, `sí, tienes razón. Tu vida carece de sentido y de valor. Te daré muerte, si tu quieres´”. 

Los moribundos deben saber que, para sus médicos, ellos nunca pierden su dignidad humana y que continúan en posesión de todo su valor y estima: sus vidas conservan siempre una medida bien colmada de significado y dignidad.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (II)

Los argumentos para-médicos que utilizan los defensores de la eutanasia evidencian su profunda contradicción interna. Al querer unir dos términos, dignidad y muerte, incurren en un contrasentido flagrante. El que es digno, en toda su existencia, es la persona. La muerte siempre es digna debido a que la persona es la que es digna y presta dignidad a todos los fenómenos que le ocurren en la persona, sea enfermedad, muerte… etc. Es un absurdo decir que un tipo de muerte, en un determinado momento, hace más o menos digna a una persona, pues carece en absoluto de la capacidad de condecorar de dignidad a quien ya lo es por esencia invariablemente en todo su transcurso.  

El Pof Herranz, lo explica con meridana claridad:

“En reflexión bioética, la argumentación a favor de la inextinguible dignidad de todo hombre y, en concreto del moribundo, ha sido objeto de estudio desde el nacimiento de la bioética…

Una de ellas se debe a Paul Ramsey (The indignity of 'death with dignity', en "Hastings Cent Stud", 1974, 2(2), 47-62). Desconfiado de los posibles usos perversos del sintagma "morir con dignidad", como ideal y como derecho, y desconsolado por la pérdida de dignidad humana que es toda muerte, se rebela contra la idea de que haya una dignidad intrínseca en la muerte y el morir del hombre, pues tanto como acabamiento de la vida corporal, como fin de la vida personal, la muerte es el Enemigo: el humanismo verdadero va unido al temor de la muerte. Por ello, concluye Ramsey, es mejor aceptar la indignidad de la muerte que tratar de dignificarla, pues siempre cuidaremos mejor de los moribundos si, además de aliviarles del dolor y del sufrimiento, reconocemos que la muerte es un duelo que ningún recurso al alcance del hombre es capaz de aliviar. 

La respuesta que Kass da a Ramsey (L.R. Kass, Averting one's eyes or facing the music? On dignity in death, en "Hastings Cent Stud", 1974, 2(2), 67-80.), tanto por su análisis de la noción de dignidad, como por la rehabilitación de la conjunción muerte-dignidad en sus bases naturales y bíblicas, es un punto de partida esencial para comprender el sentido válido de la muerte con dignidad.

Años más tarde, en 1990, ya en tiempos de vigorosa propaganda a favor de la eutanasia, Kass desarrolló ulteriormente sus ideas al analizar la conexión entre santidad de vida y dignidad del hombre y reanalizar a su luz las ideas de muerte con dignidad que pululaban ya entonces (L.R. Kass, Death with dignity and the sanctity of life. Commentary, 1990, 98, 3, 33-43. Reproducido en "Hum Life Rev" 1990, 16, 2, 18-40). 

Es necesario apreciar, mediante la lectura directa, la templada fuerza dialéctica de sus argumentos contra las pretensiones de los promotores de la eutanasia, cuando evalúa el riesgo de soberbia de la tecnología médica moderna, la tentación de poner fin tecnológico al fracaso de la muerte agresivamente, y de la necesidad de acomodarse a convivir con la idea de mortalidad y finitud. Arguye con vigor en favor de que, en presencia de la enfermedad incurable y terminal, permanece siempre un residuo de plenitud humana que, por precario que parezca, ha de ser cuidado. Si queremos oponernos a la marea creciente que, empujada por la mentalidad pro-eutanasia y la ética de la libre elección, amenaza con sumergir las mejores esperanzas de dignidad humana, hemos de aprender que la finitud humana no es ninguna desgracia y que la dignidad del hombre ha de ser atendida y cuidada hasta el final.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


lunes, 8 de noviembre de 2021

Cómo morir

Es evidente que la vida fisiológica de cada ser humano se va debilitando poco a poco, con una mayor o menor intensidad, a través del tiempo. Esa insoslayable pendiente deslizante tiene una extensión determinada que terminará con seguridad en el definitivo momento que dicta el final de la vida orgánica. 

La medicina tiene la noble tarea de proteger de la forma más eficiente posible esa pendiente de caída que supone la enfermedad y favorecer que se opere la recuperación. Ahí está toda la inmensa labor del médico en su misión curativa. 

Pero siempre llegará un momento en que ese restablecimiento del enfermo por la vía curativa no será factible, y el pronostico no sólo carecerá de garantías de mejoría, sino que augurará una progresiva perdida de la expectativa de vida. Ese es el momento que cae de lleno en la misión de la especialidad de Cuidados Paliativos.

Siempre la Medicina está obligada a prestar un servicio de protección al enfermo que le aligere la pendiente de caída que provoca su estado de vulnerabilidad, esforzándose en prestarle los adecuados medios para su recuperación. El enfermo tiene derecho a contar continuamente con la compañía profesional. Pero, si es importante acompañar al enfermo que presenta un horizonte de posible y real curación, cuanto más es necesaria cuando la curación no es verosímil, para ajustar los conocimientos médicos hacia el control de los síntomas específicos de la enfermedad terminal. Ahí es de capital importancia la profesionalidad en Cuidados Paliativos.

Lo que no cabe, ni es admisible, en medicina, es que el médico sólo preste su servicio cuando el pronóstico es de curación, y se desentienda prácticamente de ejercer su actuación en la enfermedad terminal. Dejar al paciente al que no se le prevé la curación, desatendiéndole de cuidados profesionales paliativos a los que tiene derecho, es un delito en ética médica, que puede convertir, de hecho, la misión del médico en una tarea más propia de un juez-médico que arroja sentencia inapelable de abandono a ese enfermo para su eliminación a través de la eutanasia como solución pseudo beneficiosa y pseudo compasiva. Esa actuación está proscrita una y otra vez por el Código Médico Internacional desde hace más de dos mil quinientos años, aunque existan leyes políticas del momento que acojan como buena cualquier decisión del paciente sin permitirle ni siquiera la asistencia de los Cuidados Paliativos, incluyendo una consulta reglada de su estado mental y su tratamiento.  

Uno tiene derecho a morir con el mínimo dolor y con la asistencia más cualifica a nivel médico, y protegido adecuadamente por unos Cuidados Paliativos que alejen, tanto de forma social como sanitaria, de la gran aliada de la eutanasia que es, sin lugar a dudas, la soledad.

Juan Llor

Medicina Interna.


sábado, 6 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (I)

Es gran satisfacción médica que los enfermos terminales siempre estén protegidos por el Código Médico Internacional, que vela por una actuación médica en consonancia con la dignidad del paciente, sea cual sea su estado, terminal o no. El enfermo exhibe siempre su dignidad, no la adquiere o la atenúa según su estado. Sólo la vulnerabilidad proporciona mayor brillantez a esa dignidad, y la mayor brillantez de dignidad exige una mayor calidad de actuación médica a través de Cuidados Paliativos.

El Prof Herranz lo explica:      

“…(En cuanto) a la cultura de los derechos humanos, conviene señalar que la noción de la universal dignidad del hombre y, en particular, la del hombre moribundo, no es sólo religiosa: ha entrado a formar parte también del derecho.

 Así, por ejemplo, una Recomendación de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa sobre los derechos de los enfermos y los moribundos invita a los gobiernos a “definir con precisión y otorgar a todos el derecho de los enfermos a la dignidad y la integridad”. 

La Asamblea Parlamentaria ha reforzado su postura sobre la protección de los derechos humanos y la dignidad de los enfermos terminales y de los moribundos, al reiterar la absoluta prohibición de la eutanasia activa, y afirmar que “el deseo de morir de los pacientes terminales o los moribundos no constituye ningún derecho legal a morir a manos de otra persona”. Es más: el respeto de la vida y de la dignidad del hombre constituye, según algunos, de un derecho que ha de ser cumplido tanto más cuanto mayor es la debilidad del moribundo. 

En efecto, el Comité Nacional de Ética para las Ciencias de la Vida y de la Salud, de Francia, señaló, en una declaración sobre la práctica de experimentos en pacientes en estado vegetativo crónico, que “los pacientes en estado de coma vegetativo crónico son seres humanos que tienen tanto más derecho al respeto debido a la persona humana cuanto que se encuentran en un estado de gran fragilidad”

Queda ahí expresado con precisión el concepto de la relación proporcional directa entre debilidad y dignidad: a mayor debilidad en su paciente, mayor respeto en el médico. 

En cuanto a la normativa ético-deontológica de la medicina, el precepto ético de no matar al paciente está presente e íntegramente conservado en la ética profesional del médico desde su mismo origen en el Juramento Hipocrático. 

Un análisis comparado sobre las normas sobre la atención médica al paciente terminal recogidas en los códigos de ética y deontología de 39 asociaciones médicas nacionales de Europa y América, mostró la profunda unidad de la tradición común: junto a la condena unánime de la eutanasia y la ayuda médica al suicidio y del firme rechazo del encarnizamiento terapéutico, se recomiendan los cuidados paliativos de calidad como medida proporcionada a la dignidad del moribundo. 

Justamente, muchos códigos invocan la protección de la dignidad humana del paciente crónico o terminal como razón fundamental para el tratamiento diligente del dolor o del sufrimiento.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999


lunes, 1 de noviembre de 2021

El término pre embrión, la primera causa de pérdidas de vidas humanas (y II)

Continuamos con la exposición del Prof Herranz en su esfuerzo por demostrar que "la idea de prembrión fue construida por científicos que usaron su ciencia para cambiar la moralidad social.” A la vista está que su acción destructora persiste potenciada por un estado de indiferencia.

A continuación las palabras del Gonzalo Prof Herranz:

“La idea de preembrión fue construida por personas (Anne McLaren y Clifford Grobstein) que, además de científicos, eran activistas sociales. 

Usaron su ciencia para cambiar la sociedad, la moralidad social. En el libro “El Embrión Ficticio” (Ed Palabra) trato de mostrar que los argumentos con los que se ha apoyado el concepto de preembrión son falsos, carecen de base científica objetiva. Pero eso no impide, sin embargo, que un número masivo de médicos y científicos crean en esa idea y la defiendan. Incluso se sienten ofendidos cuando alguien, dejando a salvo su rectitud moral, pone en duda lo correcto de su ciencia. Aunque, al escribir el libro, he tratado de dirigirlo al público general en posesión de un buen nivel de formación biológica, pienso que sus destinatarios principales son, además de los bioéticos, los médicos y biólogos…. 

…Hay que reconocerlo: cambiar el modo de pensar de los científicos es cosa muy ardua. En el mejor de los casos, harán falta muchos años. Se dice que, en el campo de las ciencias naturales, introducir una idea nueva en las mentes y en la bibliografía es cosa que cuesta dos o tres decenios, justo el mismo tiempo que se necesita para retirar las ideas obsoletas y erróneas. Las ideas son enormemente viscosas, pegadizas, se agarran tenazmente, sobre todo cuando están ligadas a intereses financieros o ideológicos.

Algo parecido ocurre en el otro plano, el de la opinión pública. Es fácil cambiar modas: hay ideas y tendencias para llevar, como la ropa, una temporada: se imponen y desaparecen con gran facilidad. Pero los hábitos sociales más hondos, las convicciones -políticas, ideológicas o morales- de más arraigo son mucho más costosas de implantar o sustituir. En nuestro caso, es mucha la gente que piensa que la salvación del hombre vendrá de la ciencia; y, sin embargo, sienten una pereza enorme en reexaminar esa ciencia para ellos salvadora…. 

La idea del libro nació hace unos años, …pensé que era necesario revisar críticamente los datos, las ideas y las interpretaciones que en los libros de embriología, genética y obstetricia se daban sobre el embrión muy joven, y, más en concreto, los argumentos que se manejaban a favor del concepto de preembrión. 

Esos argumentos decían, por ejemplo, que durante los primeros 14 días del desarrollo era posible que el embrión se dividiera en dos o más gemelos…. Un día me pregunté: ¿dónde está eso demostrado?, ¿quién ha observado y descrito esos procesos? Y me encontré, después de mucho buscar, que esas demostraciones y esas descripciones no aparecían por ninguna parte. Las ideas que circulaban y que todos repetíamos como reflejo de la realidad observada habían nacido como meras suposiciones, que, gracias a un proceso de repetición, pasaron de ser simples lucubraciones a convertirse en hechos indiscutidos

Hacer esa historia ha sido una aventura muy atrayente, pero que ha exigido incontables horas de búsqueda… 

He de añadir que la motivación, aunque primariamente científica, no estuvo de espaldas a mi fe cristiana. Creo firmemente en que no puede haber contradicción entre los datos de la ciencia y la visión cristiana del hombre: en este caso, con la visión cristiana del embrión como ser humano desde que es concebido al término del proceso de la fecundación.” Entrevista al Prof Gonzalo Herranz. Mundo Cristiano. A fondo. Noviembre 2013