miércoles, 24 de agosto de 2022

El valor de los Comités de Bioética (II)

El carácter esencialmente consultivo de los comités éticos les impide, también, éticamente arrogándose un poder vinculante del que carecen. Sustancialmente, a los comités se les pide que ponderen, deliberen y emitan las posibles soluciones que provengan de un profundo estudio. Como expresó el Prof Herranz, en el envío anterior, esa condición básica de que emitan sus distintas soluciones basadas en un profundo estudio invalida, de raíz, a los “comités decorativos o de paja (políticos)”.

El Prof Gonzalo Herranz:

“La grandeza y la debilidad de los comités de bioética radica justamente en su carácter consultivo… Pero nunca pueden imponer sus decisiones o, de algún modo, imponerlas como vinculantes

…hay cuestiones tan cargadas de tensión moral -cual es el caso, por ejemplo, del estatuto del embrión humano, del aborto, de la reproducción médicamente asistida o de la suspensión de la atención al paciente terminal- para las que no se vislumbra la posibilidad de un futuro de acuerdo y concordia. Es precisamente entonces el momento de que los propios Comités levanten acta del hecho, duro y duradero, de la diversidad ética de la sociedad. No cabría entonces imponer como pacto final una solución que fuera meramente mayoritaria: es obligado entonces aceptar los votos de disenso, respetar las minorías éticas y convivir pacíficamente en el desacuerdo educado, crear las condiciones de respeto a la libertad de cada uno.

El pluralismo cultural, es decir, la convivencia y cooperación, dentro de los comités, de personas de formación académica dispar, de procedencia geográfica y social diversa, de adscripción política, filosófica o religiosa diferente, supone un enriquecimiento irrenunciable. 

Creo que uno de los mayores peligros que acechan a la bioética hoy no es tanto el legítimo pluralismo ético, sino el reduccionismo operativo, la visión unilateral que reduce la realidad a lo abstracto, la visión meramente cientifista como ideología totalitaria, que proclama que la ciencia es la única fuente, fiable y universal, del conocimiento, que la realidad se reduce a la interpretación positiva y objetiva que la ciencia da del mundo y del hombre. Para contrapesar la enorme fuerza atractiva del cientifismo como ideología, se necesitan en los Comités gentes no dominadas por el paradigma tecnológico-manipulativo. Sin ellas, se perdería el componente verdaderamente humano de los conflictos planteados por el progreso, y se caería en el riesgo de reducir al hombre bioético a mera etiqueta diagnóstica, a constelación de genes, o a complejos moleculares…” Gonzalo Herranz, “La Bioética, asunto público: presente y futuro de los Comités Internacionales y Nacionales de Bioética”, conferencia en el Congreso Internacional de Bioética. Universidad de La Sabana, 1997. 


viernes, 19 de agosto de 2022

El valor de los Comités de Bioética (I)

En los momentos actuales, y para no dejarnos llevar de engaños, es tan necesaria como útil esta valoración que realiza el Prof Gonzalo Herranz sobre el valor de los Comités de Bioética.

Así se expresa el Prof Herranz:

“…Los Comités son una respuesta a la necesidad, tan humana, que todos sentimos de consultar unos con otros las cuestiones graves. Y, en concreto, consultar sobre materia ética es un signo de madurez moral. La formación del juicio y la toma de decisiones en bioética, por lo que la materia tiene de nuevo y de importante, es algo que invita, ya a nivel personal, a buscar la conversación y el consejo de otros. Se ponen así en común, horizontalmente, dudas y datos, perplejidades y soluciones. Uno consigue así protegerse del vértigo de bucear en solitario problemas nuevos. En particular, la consulta con otros libera de sesgos y miopías: nos hace oír voces diferentes y abrirnos a perspectivas no sospechadas.

...En la historia general de los comités, como en la de todo lo humano, se entremezclan la eficacia y la futilidad, la magnanimidad y el oportunismo. Según sean sus líderes y sus miembros, puede un Comité adquirir una autoridad incontestable o puede vegetar en la trivialidad. No podemos olvidar que los Comités públicos, incluidos los de Bioética, son hechura de alguna autoridad. Según sea la actitud, respetuosa o dominante, que hacia el Comité ella manifieste, éste puede ser un organismo vigoroso, original e independiente, o un títere, servil y manipulado. La autoridad que lo crea puede tenerlo en un puño y someterlo a influencias de poder que limitan su libertad. Puede también debilitarlo mediante una lenta asfixia económica e impedirle ejercer su función principal de ser una conciencia ética.

La tipología y el carácter de los comités es variadísima. L Walters ha hecho un inventario de los tipos y roles que los sociólogos han asignado a los comités, en función de su dependencia-independencia, que voy a resumir tomándome amplias libertades. Se dan, en un extremo, los comités decorativos, creados para desempeñar una función meramente ornamental: formados por hombres de paja, sirven para dar una apariencia de dignidad o imparcialidad a las normas de la política oficial ya decididas. No muy lejos de ellos, están los comités kamikaze, que se nombran para salvar, con su sacrificio, el desgaste político de la autoridad que los erige: están ahí para retrasar una decisión comprometedora o para recomendar decisiones impopulares. Los comités plataforma tienen un cometido más noble: son creados para servir de foro al pluralismo ético, para constituirse ellos mismos en inventario de la diversidad social y para actuar, de ese modo, como escaparate de ideas e intereses diferentes y encontrados. Hay también, felizmente, comités-comités, eficaces, competentes, que buscan y sistematizan la información, diseñan y evalúan las diferentes soluciones aplicables, ofrecen las bases sobre las que puedan tomarse decisiones. Se trata de comités, en fin, que ejercen una eficaz tarea de educación del público, y que son capaces de ganar para las sugerencias y recomendaciones que proponen el apoyo inteligente de la sociedad.” Gonzalo Herranz, “La Bioética, asunto público: presente y futuro de los Comités Internacionales y Nacionales de Bioética”, conferencia en el Congreso Internacional de Bioética. Universidad de La Sabana, 1997.


martes, 16 de agosto de 2022

El “idioma” del paciente


El quehacer médico tiene como principal misión saber interpretar con corrección el “idioma” que habla el paciente. Ese “idioma” el enfermo lo empieza a manifestar con la expresión de sus síntomas y también a través de la exploración. Esas son las dos formas iniciales con las que el enfermo desea “explicar” sus dolencias, y que el médico debe saber traducir en un elenco de posibles patologías. Dos formas, por cierto, primordiales insustituibles de expresión del enfermo que están en las antípodas de la llamada “medicina telemática”.  

Pero la labor de “interprete” del médico no acaba ahí, ya que, para entender adecuada y completamente al enfermo es imprescindible que se haga cargo, en buena medida, de las circunstancias que le acompañan y que pueden integrar, e incluso explicar, el conjunto de su enfermedad. A demás, muchas veces, el médico deberá contar con esas circunstancias para elaborar el ritmo tanto de las pruebas como del del tratamiento.

En ocasiones, puede ocurrir que ese dialogo entre paciente y médico se vuelva, sobre todo al principio, algo extraño para ambos, la mayoría de las veces de forma involuntaria sea por falta de explicaciones o de atención entre uno y otro. Eso, con todo, no constituye problema importante con tal de que se cuide la sinceridad y la sencillez entre ellos.

El problema capital proviene cuando en esa relación profesional entre el médico y el enfermo hay “interferencias” que mantienen un tono débil y casi inaudible en la comunicación de sus mensajes. Una causa principal del dicho deterioro hay que buscarla, básicamente, cuando el médico, en la práctica, se limita a tratar al enfermo como un mero elemento deteriorado al que únicamente hay que procurarle una tanda de remedios de restauración, o bien como un expediente a resolver con mayor o menor complejidad, sin que exista, en esa relación del médico con el paciente, espacio o tiempo para sopesar las distintas circunstancias personales que acompañan a toda enfermedad. Salta a la vista, por evidente, que en España las condiciones laborales en la Seguridad Social, en un altísimo porcentaje no solo no favorece sino que incluso impiden que el médico pueda dedicar ese tiempo que merece el paciente. Las responsabilidades son de alto calibre.  

La mayoría de los fracasos en el ejercicio de la medicina no provienen de un diagnóstico fallido, o en un error del tratamiento, que en un elevado porcentaje son subsanables. Sino que más bien proceden de que el paciente es profesionalmente pobremente “entendido” en toda la dimensión y amplitud con que la enfermedad exige.

El caso más grave y lacerante en la confusión y quiebra de la relación médico-paciente lo constituye las demandas a la eutanasia. Son fallos colosales de la sanidad, que colocan al paciente en la trágica tesitura de utilizar al médico, quien más le podría ayudar en su enfermedad, en instrumento de propio exterminio personal como táctica de solución para liberarse de un padecimiento que considera insoportable, y totalmente privado del derecho que le asiste en todo momento de la buena y auténtica medicina que en ese momento pasa por la siempre eficaz actuación profesional de los Cuidados Paliativos. 

La miopía y la sordera pueden padecerla también los profesionales de la sanidad, sobre todo cuando interpretan al paciente bajo esquemas rectores de grados de utilidad y grados de calidad de vida, o bien se dejan influir por ellos, alejándose de la verdadera y real medicina.  

Juan Llor Baños
Medicina Interna

miércoles, 3 de agosto de 2022

El valor sagrado de la vida humana

El Prof Herranz, médico de acreditado nivel científico internacional, nos previene del cientificismo que, como plaga, hace caer en una visión miope y sesgada de la realidad humana. Con la visión cientifista es imposible conducirse éticamente como médico.

A este propósito se expresa el Dr Gonzalo Herranz:

Frente al efecto perturbador del reduccionismo cientifista… se puede decir que la vida humana es sagrada, preciosa, llena de dignidad. Precisamente por eso, nos conviene de vez en cuando escapar por un momento a la influencia avasalladora del cientifismo reduccionista, un sarampión que suele atacar a los científicos, tanto a los bisoños como a los ya talludos, que les lleva muchas veces a mirar a la ética por encima del hombro. Nos vendrá bien asomarnos a un mirador más panorámico sobre la vida humana.

Nos puede venir bien dirigir por un momento la mirada al hombre vivo más sencillo: al embrión humano. Para una mente sana, allí hay un ser humano, todo lo vulnerable que se quiera, pero tan humano como lo fuimos cada uno de nosotros cuando empezamos a vivir. Para una mente entrenada en un biologismo fuerte, el embrión joven es simplemente un “acúmulo de células”. Y si se ha formado en un laboratorio de biología molecular, prefiere definirlo como una aglomeración de macromoléculas, tan interesante y compleja que descifrar su estructura y relaciones es tarea a la que merece la pena dedicar toda la carrera de investigador. 

Pero esa mente imbuida de mecanicismo no es capaz de ver más allá y pasa ciega ante la cuestión fundamental de que aquello, además de ser moléculas y células, es un ser humano, llamado a desplegar una vida, a realizar un destino. Reducirlo a acúmulo celular, a aglomeración molecular, a mecanismos e interacciones es robarle la humanidad al embrión. Y también quitarle la vida, pues el paradigma mecanicista, como afirma Grene, pretende que sólo lo no-vivo es real porque admite sólo las explicaciones formuladas en términos de moléculas y mecanismos, que son cosas muertas, mecánicas. Lo vivo sólo es entendido entonces mediante categorías no-vivas, la biología se convierte así en una tanatología” Gonzalo Herranz, Bases culturales y antropológicas de la Enseñanza en la Universidad Curso de Doctorado 2002-2003, Escuela Superior de Ingenieros Industriales de San Sebastián.