El Prof Gonzalo Herranz:
“Se ha dicho que la fecundación in vitro ha dado a muchos matrimonios, junto al hijo deseado, la estabilidad que había estado a punto de quebrarse. Pero lo cierto es que, en al menos ocho de cada diez matrimonios que acuden a la FIVET, la técnica fracasa. Truncadas sus ilusiones, se hace muy difícil soportar un futuro matrimonial cerrado a la procreación. Perdida la ilusión del hijo deseado, muy frecuentemente, el matrimonio se rompe o queda fuertemente traumatizado por el estigma social de la infertilidad. Que tal fracaso produzca gran sufrimiento moral es lógico: la reproducción de laboratorio ha nacido y se ha desarrollado en un contexto biotecnológico. Quienes las han diseñado y las aplican apenas prestan atención a la naturaleza somato-psíquica y espiritual del hombre.
Su poca sensibilidad hacia los valores humanos se manifiesta muy claramente en la ignorancia deliberada de los aspectos más fundamentales de su trabajo, hacia la realidad sobre la que está actuando el fecundador in vitro.
Este trabaja de ordinario sin querer enterarse de que está jugando a Dios, sin darse cuenta de que ha asumido el papel de Destino. Él es quien hace la familia, no los esposos. El artificializa la familia: decide quién nace y quién no. Produce zigotos en número excesivo, para precaverse contra una eventual falta de embriones. Pero tiene que seleccionar, entre los zigotos producidos, cuales van a ser reimplantados en el útero y cuáles pasan a ser embriones sobrantes; decide, cuando transfiere inmediatamente al útero ciertos embriones y destina a la criopreservación a otros, quién recibe la oportunidad de nacer ahora, y quién más tarde o nunca.
Determina que parejas son dignas de tener un hijo y, por ello mismo, a cuáles otras, por razones económicas, genéticas, socioculturales, o simplemente aleatorias, les niega tal oportunidad.
El fecundador in vitro es, en efecto, quien establece los criterios para seleccionar las parejas a las que proporciona ayuda tecnológica: él fija qué estado matrimonial, qué grado de salud mental o qué nivel de estabilidad económica han de tener los candidatos, con qué intensidad han de desear tener un hijo, qué edad de la madre es apropiada o no.
Trabaja el técnico de la reproducción humana olvidado de ordinario de que ha asumido para ciertos hombres el papel de Destino. Decide que la vida de un niño cuyos padres no tienen mucho dinero es menos valiosa y plena que la de otro niño cuyos padres viven desahogadamente, y consiente en crear una y en denegar la otra. Porque puede pensar que quien nace de unos padres algo desequilibrados no podrá tener una biografía significativa, se negará a engendrarlo, en beneficio de quienes se adaptan a su propia noción de normalidad.
Es ésta una responsabilidad enorme, pero transitoria. Una vez creada la criatura, el fecundador artificial rehúsa toda responsabilidad sobre ella. Desde un punto de vista antropológico, el médico juega un papel mucho más activo que los padres en el proceso de generar ciertas vidas humanas. A fin de cuentas, los padres funcionan, y no siempre, como simples, e incluso lejanos, proveedores de gametos: el fecundador in vitro es el co-creador inmediato, el artífice de la nueva vida. ¿Cuál es su responsabilidad antropológica? Ninguno de ellos ha querido responder a esta pregunta.” Gonzalo Herranz, Universidad Panamericana, México, D.F., 24.III 1993