La actitud, activa o pasiva, de cada uno frente a los avances de la ciencia influye de forma decisiva en sus aplicaciones y desarrollo. No es posible dejar de ser responsables.
El Prof Herranz refiere que:
“Hay obligación de preguntarse por los efectos humanos de la ciencia …Quiero sembrar en la mente de todos ustedes una idea: que es necesario interrogarse acerca de lo que los avances científicos y tecnológicos significan para cada uno de nosotros y para la sociedad que queremos forjar. Sólo haciéndonos ciertas preguntas podremos estar en condiciones de ayudar a que la ciencia sea verdaderamente humana y de ayudar a los científicos a hacer una ciencia a la medida del hombre.
La primera reacción de cualquiera de nosotros al oír lo que acabo de decir es la de pensar que eso no va con uno. Parece que hacer la ciencia es asunto que hay que dejar en manos de los mismos investigadores, que son quienes de verdad saben de ciencia.
O quizá podemos pensar que eso es cosa que compete a los políticos, a los grandes de la tierra: a los que gobiernan el cuerpo político, a los líderes intelectuales y religiosos, a los comités nacionales de bioética, por ejemplo.
Estamos inclinados a pensar que las mujeres y los hombres de a pie nada tenemos que decir acerca de materias tan complejas como lo es la política de la ciencia: qué sabremos nosotros de cuánto hay que gastar en investigación y desarrollo, de cuáles son las áreas prioritarias en las que volcar el dinero y el talento, de qué hay que hacer con el gigantesco montón de cosas que se saben y que están sin usar esperando a que a alguien se le ocurra qué hacer con ellas, y cosas por el estilo.
Y, sin embargo, ocurre que nuestro modo de vivir depende cada vez más de lo que se investiga en los laboratorios de las universidades y de las grandes industrias, o en las salas y quirófanos de los hospitales.
Las invenciones y aplicaciones de la ciencia nos siguen desde la mañana temprano hasta la noche, y también mientras dormimos. Vivimos en una cultura dominada por la tecnología, que se nos ha metido en casa: lo que comemos, el modo como nos comunicamos unos con otros, los medios de trasladarnos de aquí para allá, el nacer y el morir, la comida que ingerimos, todo está densamente determinado por la ciencia y sus aplicaciones prácticas. Suspiramos a veces por la vuelta a la naturaleza, pero no nos gusta escapar de esa cápsula de ciencia y tecnología que nos protege y nos domina.
Y, sin embargo, será cada vez menos disculpable quedarse a un lado, y decir: eso no va conmigo. Hemos de sopesar entre todos cuáles son las consecuencias que para la dignidad humana, los valores y derechos humanos, para la vida moral de cada uno y de la sociedad entera, tiene eso que solemos llamar los logros de la ciencia y del progreso tecnológico. Es decir, no deberíamos eludir la cuestión de calcular cuánto nos beneficia, y cuánto nos cuesta, en libertad, en dignidad, en respeto de unos para otros, cada uno de esos avances.” Gonzalo Herranz, en “Sobre la ambigüedad del progreso científico: la responsabilidad de participar en el debate bioético”, 8 de junio de 1995, Ayuntamiento Puerto de Santa María.