viernes, 29 de noviembre de 2024

Reproducción humana artificial (8)

Si los sentimientos gobiernan el libre mercado (conseguir el hijo por fecundación in vitro) los más grandes atropellos a la dignidad humana pueden excusarse, como es, impuesto por la arrogante ética utilitarista, mantener cautivadas vidas humanas congeladas.

No deja lugar a dudas el Prof Herranz:

Cuestión: Para asegurar el éxito de los procedimientos de reproducción humana artificial las clínicas generan en el laboratorio unos 8 ó 9 embriones por ciclo. Unos se transfieren al útero de la mujer (generalmente no más de tres); los restantes, se congelan. Se estima que hay varios millones de vidas humanas en los tanques de nitrógeno líquido a una temperatura de -196 grados centígrados. Además de que la congelación es incompatible con el respeto debido a los embriones humanos, se plantea el dilema de qué hacer con ellos. La Iglesia -y otras muchas personas de buena voluntad- no parece encontrar de momento una solución a este problema. ¿Usted imagina algún avance técnico que en el futuro pudiera ofrecerles una salida? 

Respuesta: “La acción deliberada de producir embriones en exceso es, a mi parecer, un signo gravísimo de falta de humanidad. No se ha querido enfrentar el problema, se mira para otro lado. Domina ahí una ética de la eficiencia, terriblemente egoísta. 

Nadie que se dedique a la fivet puede ignorar -al menos subjetivamente- que cada embrión singular que es producido in vitro es un ser humano: más aún, es producido como un ser humano y para ser un ser humano. Nadie ignora que en un embrión humano está contenida, pendiente de su desarrollo, toda la humanidad de un ser humano. No son los embriones cosas, materia anónima, que se pueda tratar a granel. Pero en la práctica clínica, en razón de la competitividad profesional, para ganar prestigio público y estar entre los mejores, para atraer la mayor cuota de mercado posible, para responder de inmediato al deseo urgente de los progenitores de obtener descendencia cuanto antes, se ha sacrificado al embrión singular en aras de esos otros intereses. Ya no importa cada embrión como ser humano singular; lo que interesa a los protagonistas, a progenitores y clínicos, es el objetivo de producir un niño, cueste lo que cueste. 

En este campo existe una mentalidad utilitarista, eficientista, empresarial, de alcanzar objetivos, sin reparar en medios. Interesa el producto final. La intersección de tantos intereses (científicos, sociales, familiares y económicos) ha conducido a considerar al embrión como una cosa, un recurso, mera materia prima”. (En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, 89-90) 

viernes, 22 de noviembre de 2024

Reproducción humana artificial (7)

El científico que instrumentaliza el embrión humano para sus éxitos, se pone en trance de convertirse en un operario industrial que da juego a la oferta y la demanda. Ejemplo evidente de ello se da en la fecundación in vitro.

El Prof Herranz lo expresa con claridad:

“Aunque ha habido grandes avances técnicos ligados a la reproducción humana asistida ya en marcha (biopsia de vellosidades coriales y análisis del líquido amniótico), esta mentalidad exige, por su dinámica interna, cada día más del diagnóstico genético preimplantatorio. La biopsia de un blastómero resulta ya suficiente para establecer quién debe vivir y quién no. La ética sentimental dicta que eliminar embriones preimplantatorios es menos dramático, afecta menos a la sensibilidad emocional, que un aborto más avanzado. 

En la reproducción asistida se ha invertido mucho dinero. Es una industria muy competitiva, que aguza el ingenio. Y no sólo en lo que tiene de negocio, sino en la investigación que necesita para expandir el mercado y asegurar la calidad de los servicios. Se ha invertido en ella una enorme cantidad de ingenio, de agudeza científica para el desarrollo de técnicas. Ciertamente no se les puede negar brillantez de diseño técnico. Pero ha sido trágico que para obtenerlo, en muchas ocasiones, hayan anulado, con razones ficticias, la condición humana del embrión.” (En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, 86-87) 

viernes, 15 de noviembre de 2024

Reproducción humana artificial (6)

Por muchas razones que se aporten nadie puede negar el profundo carácter artificial y, a la vez, comercial que envuelve a las técnicas de fecundación in vitro.   

El Prof Herranz lo expresa con claridad:

Cuestión: Robert Edwards recibió el premio Nobel de Medicina 2010 por sus investigaciones sobre técnicas de fecundación in vitro, que hicieron posible el nacimiento de la primera niña probeta (25 de julio de 1978). Desde el punto de visto ético dichas técnicas presentan importantes objeciones. Además, como señaló Cari Djerassi: "cuando el embrión humano se obtuvo fuera del claustro materno, el genio se escapó de la lámpara". ¿No es cierto que lo que nació para poner remedio a la infertilidad se está convirtiendo en una cuestión de intereses subjetivos y económicos?: bebés medicamento, niños a la carta, maternidad de alquiler y mercantilismo reproductivo 

Respuesta: “La deriva microsocial que ha empujado a la fecundación in vitro ha superado todos los cálculos. En los años inmediatamente anteriores a 1978 (cuando nació la primera niña probeta) muchos bioéticos (Fletcher, Ramsey, Kass, entre otros) trataron de vislumbrar las consecuencias de la reproducción artificial. Eran personas muy imaginativas, que crearon escenarios sorprendentes, futuristas; pero que, ante lo que vino después, se quedaron cortos. En aquel tiempo, antes y después de 1978, la preocupación estaba centrada en la posibilidad de que las técnicas de reproducción asistida indujeran malformaciones o trastornos del desarrollo que conllevara una descendencia defectuosa. Los efectos sobre la estructura de la familia y el matrimonio humanos estaban en segundo plano: lo importante era acabar con el sufrimiento de la esterilidad por obstrucción tubárica. 

No cabe duda que sacar la transmisión de la vida humana de sus límites corporales, de la relación conyugal, ha despersonalizado la reproducción, la ha cosificado. Hacer extracorpórea la transmisión de la vida humana es, en cierto modo, hacerla deshumana, es desconectarla del hombre y exiliarla al mundo extraño del laboratorio, donde lo humano, los gametos y los embriones, se hacen objeto tecnificado. Y donde, de modo casi inevitable, el dominio del experto, lo mismo que el capricho del cliente, tienden a hacerse norma. 

Por un tiempo se pensó que la reproducción asistida estaba destinada a aliviar la esterilidad de las parejas. Pero esa idea no podía resistir al doble ataque del virtuosismo técnico (podré hacer lo que hasta ahora nadie ha hecho) y de la autocracia del consumidor (haré que me hagan lo que no han hecho a nadie). Curiosamente, muchos han querido ser originales. Y responder a los deseos de unos y otros se ha convertido en la brújula del progreso técnico. Se ha creado un mundo de caprichos. Ahí tenemos el caso de la India: la maternidad de alquiler es hoy una repugnante explotación que las mujeres ricas del primer mundo ejercen sobre las mujeres pobres del tercer mundo. Cierto que allí están tratando de poner orden legislativo a este abuso, pero el turismo explotativo de la reproducción asistida es muy fuerte: los agentes locales, médicos y negociantes, no parecen muy escrupulosos.” (En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, 85-86)

viernes, 8 de noviembre de 2024

Reproducción humana artificial (5)

El mundo occidental respira indiferente una atmósfera nazi devastadora: se propicia el aborto como la solución, aceptable y deseada, para todo nacimiento defectuoso.

La respuesta del Prof Herranz no deja lugar a la duda.

Cuestión: Sucede no pocas veces que el diagnóstico prenatal se pone al servicio de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento de fetos afectados por distintas patologías. 

Respuesta: “En efecto, a medida que avanza el diagnóstico prenatal (incluido el diagnóstico genético pre-implantatorio) se va imponiendo en genetistas y obstetras, lo mismo que en la sociedad general, la idea de que solamente es aceptable el hijo que está libre de taras genéticas o de defectos del desarrollo. De este modo, la mentalidad eugenésica empieza a dominar estratos cada vez más extensos de la sociedad, sobre todo en las sociedades más avanzadas y en los sectores más ilustrados de ellas. 

Los médicos y biólogos ofrecen, sonriendo, desde las páginas de los periódicos o en las pantallas de la televisión la puesta a punto de técnicas que anticipan en el tiempo el diagnóstico de lo "no deseable" y la posibilidad de desembarazarse de una criatura que no será competitiva. No se trata ya sólo de dejar que los padres elijan libremente. Cada vez más, desde el punto de vista del médico, el diagnóstico prenatal, a veces el encarnizado diagnóstico prenatal, es el medio de sobrevivir incólume en una cultura de rechazo a la tara congénita. Fallar un diagnóstico prenatal, o atender a un embarazo del que nace un niño con lesiones malformativas o con trastornos genéticos no detectados a tiempo, es una situación que puede costarle muy cara al médico. Todo (la jurisprudencia, la legislación, la exigencia social) impone al médico como signo de competencia profesional un deber nuevo: permitir el nacimiento exclusivamente de niños sanos. 

En las sociedades avanzadas de hoy, la opción del aborto es la solución propuesta no sólo para los casos en que se demuestra un diagnóstico incompatible con la vida o de trastornos graves del desarrollo neurológico y psicológico de las criaturas; es un imperativo para los casos de duda. El aborto es la solución jurídica-mente más segura, más ventajosa para el médico. Las sentencias judiciales les han llevado a la cínica convicción de que un feto deliberadamente abortado, aunque fuera sano, nunca crea problemas; una criatura malformada, pero viva, los crea.


Esto es lo que está sucediendo en las sociedades que aspiran a que no haya especímenes biológicos deficientes, que todos los niños nacidos hayan pasado por ese filtro de calidad, de la creciente optimización de la reproducción humana. Un médico alemán lo señalaba de un modo gráfico: las exigencias de calidad del feto han convertido al feto enfermo en una especie de parásito que debe ser expulsado del cuerpo, como si fuera una lombriz intrauterina. En eso está quedando el respeto debido al ser humano minusválido antes de nacer. Esta mentalidad eugenésica está haciendo saltar en pedazos la idea del hijo como un regalo de Dios, como don recibido, como milagro, y la está sustituyendo por la idea del hijo como objeto que se diseña y que ha de cumplir ciertos requisitos para ser aceptado. 

En bioética se tiene por insulto intolerable el trazar algún paralelismo entre la política eugenista nazi y la práctica eugenista que se está imponiendo de modo práctico, y con creciente adhesión, en las sociedades avanzadas de hoy. Es evidente que hay marcadas diferencias de procedimiento, y que han transcurrido muchos decenios de avances científicos y refinamientos técnicos. Pero el resultado final, erradicar el error genético, la minusvalía congénita, es el mismo: los dos son producto de una visión exclusivamente biologista del hombre. De momento, las decisiones eugenésicas están en manos de los progenitores. Pero no cabe duda de que la mentalidad eugenista está penetrando hondo entre obstetras y genetistas. Cada vez es más fuerte, más dominante, la idea de que forma parte de la competencia profesional el ofrecer productos terminados de alta calidad.” (En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, 84)