domingo, 26 de diciembre de 2021

Consideraciones ético-jurídicas sobre el aborto (I)

El médico, más allá de reglas jurídicas, si actúa como profesional debidamente formado y actualizado, tiene en los requerimientos que le presta la ciencia el cauce de su actuación correcta y deontológica, que son apoyo firme para el amplio campo de su realización competente, y por supuesto, en la actitud a adoptar frente al aborto.

Claramente se expresa el Prof Herranz:

"Las bases científicas de la oposición profesional al aborto …Quiero destacar un rasgo más: que la actitud de respeto a la vida de todo ser humano no sólo implica una dimensión ética: es también una invitación a no retractarse de una convicción científica. 

Con el mismo orgullo contenido, con la misma coherencia con que Galileo afirmaba ante quienes le juzgaban que, a pesar de su poder político y su autoridad moral…, con esa misma entereza el médico que haya estudiado embriología y haya reflexionado sobre la ontogénesis del hombre no podrá abjurar de los datos que proporciona la observación de nuestra historia prenatal. Ni podrá dejar de sentir en su interior que en el embrión que se hace niño está contenido todo un destino humano.

La decisión de tratar la enfermedad de la mujer sin recurrir a la destrucción del ser humano no nacido representa una actitud profundamente profesional, superior científica y éticamente a su contraria. 

Ante la diada madre-feto, el buen médico se debe por igual a sus dos pacientes: a la mujer embarazada y al hijo por nacer. Hoy, dados los formidables avances en la asistencia clínica de las enfermedades que pueden poner en grave riesgo vital a la mujer gestante, ya ningún médico verdaderamente competente se ve obligado, por criterios científicos, a aceptar que el aborto sea el tratamiento de elección de ninguna enfermedad de la madre, es decir, que sea una intervención tan superior y ventajosa en comparación de las otras alternativas terapéuticas que no practicarlo significaría infligir un daño deliberado a la gestante, y quebrantar así gravemente el precepto médico de no dañar. 

Sin necesidad de invocar la objeción moral, el médico, basado en el arte médico del momento, puede rechazar el llamado aborto terapéutico sobre bases estrictamente científicas, ya que puede ofrecer alternativas válidas de tratamiento que respetan también la vida del no nacido. En recientes monografías sobre el tratamiento de las enfermedades médicas de la mujer gestante o de las situaciones obstétricas críticas, o bien no aparece referencia alguna al aborto terapéutico o se cita como posible alternativa para una única y excepcional circunstancia: la amenaza de ruptura del aneurisma disecante de aorta en el síndrome de Marfan, la cual puede prevenirse mediante el adecuado tratamiento en las fases iniciales del embarazo.” Gonzalo Herranz, en las Jornadas de Ética Médica, Colegio Oficial de Médicos de Segovia y Fundación Nicomedes García Gómez, Segovia, 1995).


viernes, 17 de diciembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (y IX)


El médico debe considerar al paciente como persona que, dentro de su inviolable dignidad, se muestra frágil y vulnerable. Nunca como objeto para ser juzgado y luego tratado como mero producto según calidad de vida.  

De forma clara y correcta lo expresa el Prof Herranz:

“Conviene señalar que el papel de los profesionales de la salud es sopesar el valor, eficacia y proporcionalidad de los medios de que disponen, no de juzgar el valor de las vidas que les son confiadas.

Sin embargo, algunos médicos y enfermeras, en los que ha calado profundamente una idea radical de la calidad de vida, consideran que hay vidas tan carentes de calidad y dignidad, que no son merecedoras de atención médica y que son tributarias de la muerte compasiva. 

Tal actitud subvierte la tradición ética de las profesiones sanitarias, uno de cuyos elementos más fecundos y positivos, tanto del progreso de la Medicina como en el de la sociedad, consiste en comprender que los débiles son importantes, que poseen plenamente la dignidad de todo hombre (R. Crawshaw, Humanism in medicine. The rudimentary process, "N Engl J Med", 1975, 293, 1320-1322).

Esta idea, no es difícil intuirlo, estuvo presente en el inicio del proceso civilizador y en el nacimiento de la Medicina. Ser débil era en la tradición deontológica título suficiente para hacerse acreedor de respeto y protección. Incluso, el ser débil económicamente dejó de ser marca de discriminación para la atención médica.

La socialización de la medicina constituye uno de los esfuerzos históricos de mayor porte en homenaje a la dignidad humana de todos. Y hoy, sin embargo, ese esfuerzo parece afectado de una intensa fatiga ética y se habla abiertamente de reducir los costos, ciertamente gigantescos, de la atención de salud. Se está hablando abiertamente de racionar la atención médica y de estratificar los cuidados, no según su coeficiente de beneficio/costo, sino según las condiciones socio-económicas (edad, capacidad de pagar, estado de salud) de los pacientes.

Se introduce así una discriminación que afecta a lo más medular de las relaciones entre médicos y paciente: estos ya no están investidos de la única y suprema dignidad del hombre, sino que pueden distinguirse en diversas categorías: los débiles serán discriminados. 

La Medicina corre así el riesgo de convertirse en un instrumento de ingeniería social. Pero esa es una idea totalmente extraña a la ética de la atención de salud. 

Lo específico de médicos y enfermeras es ayudar, con su conocimiento y habilidades, a los enfermos y débiles, a seres humanos que viven la crisis de estar perdiendo su vigor físico, sus facultades mentales, su vida. 

El respeto por la dignidad del hombre, toma en Medicina, una forma peculiar y específica: el respeto a la vida debilitada. En la Medicina paliativa, el respeto a la vida está condicionado de forma casi constante por la presencia de la vulnerabilidad esencial, por la fragilidad extrema del hombre, por el reconocimiento de lo inevitable y próximo de la muerte. El respeto ético de médicos y enfermeras que administran cuidados paliativos es respeto a la vida declinante; su trabajo consiste en cuidar de gentes en el grado extremo de debilidad 

.…Cuando al enfermo se le considera a esta luz, como algo a la vez digno y miserable, podemos reconocer su condición a la vez inviolable y necesitada. Este es el fundamento ético de la atención terminal que se debe a todo paciente, la justificación moral de los cuidados paliativos.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


viernes, 10 de diciembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (VIII)

El enfermo terminal merece ser observado según la constante dignidad que siempre ha tenido como persona, sin que esa dignidad, de pronto, en el tramo final de su vida, se vea enturbiada por la niebla cegadora que introduce una artificial “calidad de vida compasiva” proclive al juicio pro eutanásico. Esa ceguera recobra su claridad cuando se da cauce profesional a los cuidados paliativos.

El Prof Herranz es diáfano en ese sentido:

“Los enfermos desahuciados y los moribundos se presentan como un acertijo para allegados y extraños, para médicos y enfermeras. Son muchas veces un enigma, porque nos imponen la difícil tarea de descubrir y reconocer, bajo su apariencia decrépita, toda la dignidad de un ser humano. 

Para una mirada que sólo ve las apariencias, la enfermedad terminal, tan acompañada en ocasiones de dolor, angustia y ansiedad, tiende a eclipsar la dignidad del enfermo: la oculta, incluso parece haberla destruido. Porque si, en cierto modo, la salud nos da la capacidad de alcanzar una cierta medida de plenitud humana, estar gravemente enfermo limita, de modos y en grados diferentes, esa importante dimensión de la dignidad, en cuanto nobleza, que es la capacidad de desarrollar el proyecto de hombre que cada uno de nosotros acaricia. 

No es difícil para el médico cooperar a la restauración de la salud de su paciente mientras hay esperanza de alcanzarla. Pero es muy arduo hoy para muchos médicos, fuera de los que son competentes en atención paliativa, reconocer el valor de su trabajo cuando, en el trance de la enfermedad terminal y del proceso del morir, no hay ya lugar a aquella esperanza. 

Cuesta mucho reconocer, en el ambiente de la medicina de hoy, interesada en resultados de curación y en costos por procesos, que la enfermedad seria, incapacitante, dolorosa y, en mayor grado todavía, la enfermedad terminal, pueda tener interés. 

Dominados por una cultura fisiopatológica, cuesta a muchos médicos comprender que la enfermedad terminal no consiste sólo en trastornos moleculares o celulares que ya no tienen arreglo, sino también en un problema humano en el que el respeto a la dignidad del paciente impone el deber de cuidar de la dignidad de su morir

La enfermedad terminal tampoco se limita, por encima de lo meramente biológico, a un recorrido vivencial de unas determinadas etapas que van marcando las reacciones psicológicas del enfermo ante la muerte anunciada e ineluctable, reacciones que necesitan comprensión, apoyo y acompañamiento

La situación terminal constituye, por encima de todo eso, una amenaza a la integridad del hombre, a su dignidad personal, que pone a prueba al enfermo y a los que le atienden. Y cuando esto se comprende, los resultados no se hacen esperar…. Los cuidados paliativos, ese modo tan profesionalmente médico de respetar la dignidad de los que van a morir, es uno de los argumentos más fuertes contra la eutanasia con el buen uso que se hace a muchos pacientes, y a sus familias, de los días finales de su existencia, después de que el dolor sea mitigado y antes de que llegue la muerte.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


lunes, 6 de diciembre de 2021

Los últimos mensajes del enfermo

Toda persona enferma, y especialmente en los últimos momentos de su historia, necesita decir algo. Algo importante, algo con especial significado, algo que desea específicamente legar. Pide y merece que se le preste toda la atención. Tiene solemne turno de palabra que debe ser acogido con un respetuoso silencio.

El enfermo, sobre todo en estadio terminal, se constituye de forma inconsciente en maestro de vida. Dejando aparte otras cuestiones de índole moral que haya acompañado la vida de dicha persona, desde esa improvisada cátedra tiene la capacidad de trasmitir unas lecciones muy importantes. Son lecciones claras y sencillas, que escuchadas con atención marcarán el futuro de los que las oigan. Es muy conveniente no tomarlas en menos, ni darlas al olvido. Los enfermos dirigen esas lecciones, en primer lugar, a los más próximos, pero también tienen el privilegio de compartirlas los que le asisten y cuidan.

Es evidente, que los que quieran asimilar las lecciones que imparten los enfermos en situación terminal, deben mantener una actitud de atención. Es muy perjudicial para el paciente, pero también para los propios acompañantes, que las manifestaciones a modo de lecciones que prodiga dicho enfermo sean recibidas con insensibilidad y superficialidad. Sería muy frustrante que esos mensajes que va dirigiendo el paciente a los demás chocaran en ellos con una sordera poco atenta y una actitud dormida insensible a tantas expresiones llenas de significado que lanzan dichos pacientes, más que con palabras, con llamativos gestos y miradas. Ser receptivos a esas explícitas y sencillas declaraciones del paciente nos inmunizan eficazmente contra la peligrosa “enfermedad” de la indiferencia. Indiferencia, que inicialmente se infiltra de forma imperceptible, para luego ir creciendo hasta transformar a las personas en un engendro de insensibilidad rutinaria e impermeable, ciega y sorda, a los numerosos y sencillos mensajes a los que son invitados a actuar. Precisamente esa “enfermedad” de la indiferencia en los que atienden, es la causa que se malogre, y se malinterpreten, todo un conjunto de lecciones trasmitidas por el enfermo y es, también, la causa que castiga el ánimo del enfermo con un especial agobiante dolor, incluso con expresión física. 

Seguida de esa actitud de atención, hay que proceder a tratarle de acorde con la dignidad intrínseca que posee como persona. Es un grave atentado a su dignidad considerar su vida como un desechable que tiene fecha de caducidad, aunque, por su estado depresivo, pueda el mismo expresarse de esa forma. El verdadero reclamo que lanza el enfermo en esa situación es para que sea tratado con todo el respeto que merece su dignidad. Por eso, tiene todo el derecho de ser acogido por una actuación profesional médica, como siempre, de alto nivel, que alivie y cubra toda su sintomatología, hoy en día alcanzable gracias a los cuidados paliativos.

Además, el enfermo en esa situación, tiene también el derecho de recibir la gratificación de comprobar que deja una huella en los demás, aunque sólo sea esencialmente por ser reflejo vivo, precisamente en su estado de gran vulnerabilidad, de hasta qué punto es valiosa su dignidad como persona. La exhibición de esa calidad de dignidad humana en estado casi puro choca y es radicalmente contraria a ser asimilada como un objeto, o animal, cuyo valor evoluciona paralelamente a su grado de eficacia funcional.

En definitiva, el enfermo en situación terminal pone de forma candente y al descubierto el valor intrínseco que posee la dignidad de la persona humana, que exige ser correspondida con el mayor respeto, tanto en beneficio de él como de los demás. Esa alta dignidad es incompatible con una visión degradada de la persona si es desfigurada según criterios de utilidad, haciéndola fácilmente catalogable por los jueces de la eutanasia para una “muerte digna” si cumple los protocolos establecidos como material de desecho, impidiéndole todo recurso a una profesional y eficaz actuación de los cuidados paliativos. 

Juan Llor Baños


viernes, 3 de diciembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (VII)

Los promotores de la eutanasia procuran oscurecer, con su arrogante propaganda panfletaria, la auténtica medicina. Los pro eutanasia descartan, desde el inicio, acompañar al paciente en estado terminal, le privan de la debida profesional atención que precisan sus síntomas, y acaban desechando de raíz la ayuda siempre eficaz de los Cuidados Paliativos. Así, la eutanasia es una practica que ofende gravemente la dignidad del paciente. 

Es muy valiosa, en ese sentido, la luz que proyecta el Prof Herranz:  

“La enfermedad terminal puede herir muy duramente a la dignidad social, a la imagen de uno ante los otros. No es extraño, por eso, que, en años recientes, los movimientos pro-eutanasia tiendan a presentar la reivindicación del derecho a morir dignamente como la coronación del progreso ético, propio de personas clarividentes y de ideas avanzadas, que forman una elite cultural, una minoría emancipada de prejuicios y supersticiones. 

En la literatura panfletaria y en las páginas de Internet, los promotores de la eutanasia se presentan a sí mismos como la levadura en la masa, como líderes y liberadores que transformarán la sociedad. 

Los argumentos y los ejemplos desplegados por los promotores de la eutanasia, ordinariamente sobrecargados de retórica fuerte, siguen siendo, tanto en la sociedad como en las profesiones sanitarias, patrimonio de una minoría. Desde instancias profesionales de la medicina, se ha señalado un riesgo grave de esta actitud elitista: el de poner en peligro, mediante una hábil manipulación de los sentimientos en favor de la eutanasia de una pequeña elite, la atención paliativa de grupos enteros de personas (ancianos, incapaces, pacientes terminales). 

En fin de cuentas, la mentalidad pro-eutanasia pretende obligar a la sociedad a escoger entre la muerte provocada e indolora, como pretendido medio de preservar la dignidad humana, y la atención y cuidado de los enfermos terminales, con las vicisitudes y precariedades de la vida que se apaga.

Los activistas pro-eutanasia repiten hasta la saciedad que la opción de morir con dignidad está estrechamente vinculada al derecho a escoger el tiempo y el modo de la propia muerte según los criterios de una ética hedonista. Tal como señalaba de modo paradigmático el Alegato a favor de la Eutanasia Beneficiente, cuando la vida carece de dignidad, hermosura, promesa y significado, y la muerte se retrasa con periodos interminables de agonía y degradación vital, no se puede decir que eso sea la vida de un ser humano, porque tolerar o aceptar el sufrimiento innecesario es inmoral.

Por desgracia, no son pocos los médicos que, por ignorancia de los avances del tratamiento del dolor y de los cuidados paliativos, pueden convertirse en provocadores o cómplices de la petición de eutanasia.

La arrogancia elitista y la fascinación con la muerte de la mentalidad pro-eutanasia pueden privar a muchos pacientes de los beneficios y dignidad de la atención paliativa, una rama humilde pero inmensamente humana de la medicina y la enfermería. 

Sólo se puede hablar de verdadera libertad de elección cuando la medicina paliativa es practicada con competencia y ofrecida a todos los que la necesitan.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

La contagiosa, y peligrosa, enfermedad del pesimismo


Se puede leer en el documentado artículo “La brecha de optimismo entre los jóvenes”, 1.XII.2021, en El Sónar:

"La brecha de optimismo entre los jóvenes de países ricos y de menos ingresos puede explicarse por ciertas tendencias. Los jóvenes de regiones de ingresos medios y bajos ven el futuro con más optimismo porque experimentan que están mejorando respecto a sus padres en materias básicas como salud, educación, seguridad. Los hábitos informativos hacen que nos fijemos más en los momentos dramáticos (guerras, hambrunas, catástrofes) que en las mejoras graduales y constantes, que no son noticia pero que van transformando el mundo.

En cambio, en los países más desarrollados hay cada vez más miedo frente a potenciales amenazas y más desconfianza en la capacidad para superarlas. Si en épocas pasadas se confiaba sin reservas en el progreso, ahora el futuro tiende a verse como un territorio peligroso e incierto, que escapa al control humano. Jóvenes y mayores se fijan más en lo que pueden perder que en lo que pueden ganar. De ahí que la aversión al riesgo y la búsqueda de la seguridad se hayan convertido en tendencias dominantes en los países ricos.

Desde la infancia, los jóvenes de los países ricos han sido socializados conforme a esta cultura del miedo. La hiperprotección impulsa a ser esclavos de su seguridad más que aprender a manejar los riesgos. Y con esta perspectiva es fácil ver el futuro bajo una lente pesimista. En cambio, en los países donde hay menos seguridad material la vida diaria obliga a los jóvenes a afrontar riesgos y a manejar experiencias difíciles, que les robustecen para retos futuros."


martes, 30 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (VI)

Continuamos desvelando las intenciones de fondo que persiguen los de la mentalidad pro-eutanasia. Para ellos la verdadera y real dignidad del hombre es accidental, y por eso ven lógico tildar de inútil, perjudicial, o de escaso valor, la actuación altamente profesional que el médico puede prestar al enfermo en estado terminal a través de los cuidados paliativos. 

De forma lúcida se expresa el Prof Herranz

“Vivimos también en un tiempo en el que las decisiones médicas se toman en función de la elección, activa e informada, del paciente de los tratamientos que acepta o rechaza. En consecuencia, el derecho de los pacientes a decidir, junto con el temor a verse en una agonía dolorosa y usurpadora del autocontrol, lleva a convertir el deseo de morir con el máximo de confort y dominio de las circunstancias: es decir, se crea un derecho a morir con dignidad (T.E. Quill, Death and dignity: A case of individualized decision making, "N Engl J Med", 1991, 324, 691-694)

El derecho a morir con dignidad se invoca como un derecho que garantiza la posibilidad de vivir y morir con la inherente dignidad de una persona humana, y como recurso para liberarse de la agonía de vivir en un estado de miseria emocional o psicológica. El decaimiento biológico, el no valerse por uno mismo y depender de otros para las acciones y funciones más comunes, son considerados, en la “mentalidad de la muerte con dignidad”, como razón suficiente para reclamar el derecho a morir a fin de impedir que la dignidad humana sea socavada y arruinada por la invalidez extrema, la dependencia y el sufrimiento.

Pero, ¿se pierde realmente la dignidad humana cuando uno está muy enfermo, muy debilitado, o no puede seguir viviendo si no es con la ayuda de otros? 

En el fondo, con la noción de dignidad propia de la mentalidad eutanásica es totalmente ajena al concepto de dignidad de la mentalidad en favor de la vida. Esta tiene una base ontológica: la dignidad es intrínseca, universal, inalienable, inmune a las influencias de fortuna o de gracia, refractaria al proceso de morir. Aquella (en la mentalidad eutanásica), aunque importante, es accidental. 

La dignidad social es una variable dependiente de numerosas circunstancias: el paso del tiempo, la posesión de dinero, influencia, prestancia física, clase o títulos; se tiene, pero puede disminuir por debajo de un valor crítico hasta llegar a perderse. Es especialmente sensible a influencias sociales y estéticas. 

Ese carácter sumiso a las influencias sociales y subjetivas es la razón de que la dignidad del morir siga siendo invocada como un derecho en un tiempo en que los progresos de la medicina paliativa han provocado el ocaso de la noción de eutanasia como liberación del dolor insoportable. 

Los movimientos pro-eutanasia se han visto obligados, por ello, a dejar en segundo plano y como cosa del pasado el paradigma del matar por compasión al que sufre de modo intolerable, para tomar una dirección nueva: la de presentar la dignidad del morir como un derecho que expresa el dominio absoluto de uno sobre su propia vida, o como un signo de decoro personal. 

En el nuevo contexto, el enemigo no es ya la enfermedad avanzada, la cual, a través del dolor, el sufrimiento o la debilidad total de la caquexia, pone cerco a la dignidad humana: el nuevo enemigo es la pérdida de la autosuficiencia, el no poder vivir independiente de los otros, el tener que morir abdicando de la imagen social hasta entonces prestigiosa y estética.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


miércoles, 24 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (V)


A los promotores de la eutanasia lo que les resulta más eficaz no es el control o los cuidados profesionales que requiere el enfermo en situación terminal, muy eficazmente cubiertos por los Cuidados Paliativos. Lo que es verdaderamente eficaz para los pro-eutanasia es confundir y sacar de contexto la noción de muerte digna, presentándola fuera de la realidad. El sofisma desaparece frente a realidad, pues la dignidad está siempre acompañando a la persona en cualquier situación, con su derecho de ser protegida y cuidada profesionalmente en todo su existir, también en su estado terminal.

Magistralmente lo expresa el Prof Herranz: 

El uso, por parte de los promotores de la eutanasia, de la expresión “morir con dignidad” tiene un propósito más oportunista y retórico que sustantivo. 

Aunque el morir y la muerte constituyen para muchos hombres de hoy un tabú innominable, en la dinámica de los movimientos pro-eutanasia pierden su significado negativo o lo transmutan, cuando se combinan con dignidad, en otro nuevo y aceptable. 

Y así resulta que muchas de las asociaciones que propugnan la despenalización de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio se han autodenominado con términos que combinan muerte y dignidad (Voluntary Euthanasia Society Scotland). 

El proyecto ideológico que subyace a la mentalidad de la “muerte con dignidad” o del “derecho a una muerte digna” consiste en la aceptación de que la dignidad humana es minada, o incluso alevosamente destruida, por el sufrimiento, la debilidad, la dependencia de otros y la enfermedad terminal. Se hace, por tanto, necesario rescatar el proceso de morir de esas situaciones degradantes mediante el recurso a la eutanasia o al suicidio ayudado por el médico. 

La decisión de evitar el deterioro final de la calidad de vida y de mantener el control de sí mismo y de la propia dignidad en los días últimos, es favorecida por lo peculiar de las fuentes de información sobre la muerte de que dispone la gente de hoy. 

Por un lado, muy pocos tienen oportunidad de presenciar una muerte sosegada. La muerte de los allegados, aparte de ser un fenómeno que cada uno tiene ocasión de presenciar muy raras veces en su vida, suele suceder hoy en el hospital, no en casa. La falta de intimidad interpersonal que ello supone se agrava por la intensa medicalización de la agonía. 

Por otro lado, los medios de comunicación nos atiborran de relatos e imágenes de mil formas de muertes gratuitas, violentas o torturadas. Se crea así un rechazo colectivo a la muerte, pues nadie quisiera jamás morir de ninguno de esos modos. Y ya que hay que morir, todos, en principio y por instinto, queremos hacerlo con dignidad y decorosamente, conservando la nobleza propia del hombre. 

Sobre este fondo, la mentalidad pro-eutanasia construye su “noción” de “morir con dignidad” asignando al sufrimiento moral, al dolor físico, a la incapacidad, a la dependencia de otros, a la enfermedad terminal, un valor negativo, destructor de la dignidad humana. La “muerte digna” es la “única” solución para poner término a la permanente indignidad de vivir esas vidas sobrecargadas de valores negativos, carentes de valor vital. La enfermedad terminal puede herir muy duramente a la dignidad social, a la imagen de uno ante los otros.

En ese nuevo contexto, el enemigo no es ya la enfermedad avanzada, el “nuevo enemigo” es la pérdida de la autosuficiencia, el no poder vivir independiente de los otros, el tener que morir abdicando de la imagen social hasta entonces prestigiosa y estética”. Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


lunes, 22 de noviembre de 2021

La eutanasia tiene solución

En medicina lo correcto, y por tanto lo ético, es valorar los síntomas de cada paciente y, tras el estudio de los mismos, elaborar, o reelaborar, el diagnostico más certero que permita aplicar el tratamiento más adecuado sin dilación.

Pues bien, todo enfermo es muy conveniente que cuente con una valoración adecuada, pero me atrevo a decir que en el estado preterminal o terminal se necesita especialmente, al asentar sobre él con alta frecuencia una severa sintomatología depresiva, o un incremento en la intensidad del dolor, o en definitiva, precisa que se le cubra un cortejo de síntomas que le hacen poco confortable e incómoda su situación. Es obligación del médico estar especialmente atento a esos requerimientos sintomáticos para cubrirlos con las medidas previstas y apropiadas. 

Esas medidas proporcionadas pueden, hoy en día, restaurar la práctica totalidad de los requerimientos que el paciente terminal precisa sirviéndose de la actualización en los adelantos de la especialidad de Cuidados Paliativos. Lo que sería totalmente irresponsable es guiarse por protocolos obsoletos que carecen de la actualización de los conocimientos y métodos avanzados de que se disponen para tratar a dichos pacientes en situación terminal. Esa es la misión específica que incumbe a los Cuidados Paliativos.

Ahí, me parece, radica gran parte de la solución con la que se superará la actuación eutanásica. Ciertamente, ningún paciente está inmune de experimentar vivamente un proceso de intensa soledad desencadenada por una situación de desamparo activada por una grave enfermedad, que potencia un desconcierto vertiginoso que le precipita al cataclismo psico-orgánico. Esa soledad aguda desgasta hondamente en poco tiempo al paciente, le atenaza y le dificulta, en gran manera, para ser plenamente consciente de algo fundamental en él: que sigue siendo persona con capacidad de apreciar y de ser apreciado. Ese paciente, si se le deja solo a su suerte, tiene el serio peligro de caer vencido fácilmente por la grave sintomatología depresiva que no le ofrece más horizonte que la de ser un elemento inútil y ni más merecimiento que desear su eliminación. Si ese paciente, en ese estado, solicita la eutanasia, no puede encontrar en el médico un elemento pasivo a un acuciante requerimiento de asistencia y tratamiento que provoca un cuadro depresivo de esa categoría, como tampoco puede ni debe permanecer pasivo en ofrecer el resto de recursos proveniente de las actualizaciones en el área de los cuidados paliativos a las que tiene derecho todo paciente que lo precise.

El ejercicio eutanásico se sanará cuando consiga superar la ceguera con la que observa al enfermo en fase terminal, y reconozca que toda persona tiene derecho a merecer la ciencia y el cuidado médico actualizado, que garantiza, además, la dignidad de la persona hasta el final, precisamente porque considera que la dignidad de la vida de todo individuo no viene esencialmente marcada por su nivel de utilidad.

Juan Llor Baños

Medicina Interna


viernes, 19 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (IV)

El sufrimiento, por naturaleza, es un fenómeno que experimenta, tarde o temprano, todo ser humano y, por sí mismo, carece de capacidad para conferir o sustraer dignidad a la persona. La dignidad de la persona no depende de un mayor o menor sufrimiento. Siempre este fundamento ha estado meridianamente claro en el ejercicio de la medicina, sólo ofuscado por la ciega filosofía eutanásica. 

El Prof Herranz lo muestra: 

“Decir que la dignidad humana puede disminuir o perderse a causa de la enfermedad y el sufrimiento equivale a decir que la dignidad humana depende de la capacidad de controlar cosas incontrolables como son el envejecimiento, la minusvalía o la enfermedad terminal. 

Arguye Stolberg (S.D. Stolberg, Human dignity and disease, disability, suffering: A philosophical contribution to the euthanasia and assisted suicide debate, "Humane Med", 1995, 11, 144-146) analizando la relación entre dignidad e igualdad humanas, que el hombre no puede dejar de ser humano, lo que quiere decir que es parte de la naturaleza. 

La idea de considerar los fenómenos naturales como degradantes o demoledores de la dignidad humana se basa en el falso dualismo que presenta como antagónicas dignidad y naturaleza, que convierte lo natural en enemigo y destructor de lo propiamente humano. Eso equivale a identificar dignidad con bienestar fisiológico o, incluso, con la integridad psíquica que hace posible el ejercicio pleno de la racionalidad, la autonomía o la autoconciencia. Pero esas cualidades están muy diferentemente repartidas en los que van a morir, por lo que no pueden ser base para la igualdad de derechos y dignidad en el trance de la muerte. 

De la confrontación con la finitud que a todos nos espera brota la conciencia de que los hombres coincidimos en las experiencias del dolor y las penas, la enfermedad, el envejecimiento y la muerte, una experiencia que nos reúne en la construcción de la dignidad común.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


domingo, 14 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (III)

Cualquier médico sabe que su vida profesional tiene sentido auténtico si invariablemente se esfuerza en dar una respuesta adecuada al estado de vulnerabilidad que le presenta el paciente. No es otro, en esencia, el cometido del médico o la enfermera. Si su estima hacia el paciente tiene el nivel que dicho paciente merece y lo trata como tal, sin abandonarlo, su trabajo profesional tendrá la altura científica y ética adecuada, sino será decepcionante.         

Así se expresa el Prof Herranz:

“Pretender prolongar siempre y a toda costa la vida meramente biológica humana es negar la verdad de la mortalidad humana y, por ello, actuar contra la dignidad humana. 

Del mismo modo, dar muerte a un paciente, aun cuando ya esté muriendo, viene a decir que la vida de ese hombre ha perdido todo significado y valor: pero eso es actuar contra la dignidad humana, pues esta no depende de la prestancia social, la libertad o el placer, sino del hecho de ser hombre. 

La dignidad humana no es algo subjetivo: nadie puede incrementar, disminuir o aniquilar a capricho su propia dignidad, y tampoco puede hacerlo con la dignidad de otro

Y lo mismo pasa con la enfermedad y el morir: pueden humillar, disminuir la autoestima, avergonzar e, incluso, crear un sentimiento de indignidad. Pero esos asaltos no acaban con ella, no la merman: nos perturban precisamente porque ponen en el tapete el problema de si la vida humana tiene significado y valor, tiene dignidad. 

Sulmasy (D.P. Sulmassy, Death and human dignity, "Linacre Quart", 1994, 61(4), 27-36) describe cuan diferentes en la expresión de la dignidad pueden ser las muertes de los pacientes: desde los que enfrentan el morir con valor, esperanza y amor, a los que lo hacen en el temor, la rebeldía, la desesperación o el autodesprecio. 

A unos y otros hay que tratar con dedicación y respeto. Es una tarea tremenda devolver a ciertos pacientes la fe en la su propia dignidad y hacerles sentir, en la situación terminal, totalmente carente a veces de estética, que su vida sigue teniendo valor y dignidad. Esa es una dura prueba para el médico y la enfermera, pero en eso consiste atender al moribundo. 

Como dice Sulmasy, “no habría asalto mayor a la dignidad humana ni, en último término, sufrimiento más grande que decir a uno de esos pacientes, mirándole a la cara, `sí, tienes razón. Tu vida carece de sentido y de valor. Te daré muerte, si tu quieres´”. 

Los moribundos deben saber que, para sus médicos, ellos nunca pierden su dignidad humana y que continúan en posesión de todo su valor y estima: sus vidas conservan siempre una medida bien colmada de significado y dignidad.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.

jueves, 11 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (II)

Los argumentos para-médicos que utilizan los defensores de la eutanasia evidencian su profunda contradicción interna. Al querer unir dos términos, dignidad y muerte, incurren en un contrasentido flagrante. El que es digno, en toda su existencia, es la persona. La muerte siempre es digna debido a que la persona es la que es digna y presta dignidad a todos los fenómenos que le ocurren en la persona, sea enfermedad, muerte… etc. Es un absurdo decir que un tipo de muerte, en un determinado momento, hace más o menos digna a una persona, pues carece en absoluto de la capacidad de condecorar de dignidad a quien ya lo es por esencia invariablemente en todo su transcurso.  

El Pof Herranz, lo explica con meridana claridad:

“En reflexión bioética, la argumentación a favor de la inextinguible dignidad de todo hombre y, en concreto del moribundo, ha sido objeto de estudio desde el nacimiento de la bioética…

Una de ellas se debe a Paul Ramsey (The indignity of 'death with dignity', en "Hastings Cent Stud", 1974, 2(2), 47-62). Desconfiado de los posibles usos perversos del sintagma "morir con dignidad", como ideal y como derecho, y desconsolado por la pérdida de dignidad humana que es toda muerte, se rebela contra la idea de que haya una dignidad intrínseca en la muerte y el morir del hombre, pues tanto como acabamiento de la vida corporal, como fin de la vida personal, la muerte es el Enemigo: el humanismo verdadero va unido al temor de la muerte. Por ello, concluye Ramsey, es mejor aceptar la indignidad de la muerte que tratar de dignificarla, pues siempre cuidaremos mejor de los moribundos si, además de aliviarles del dolor y del sufrimiento, reconocemos que la muerte es un duelo que ningún recurso al alcance del hombre es capaz de aliviar. 

La respuesta que Kass da a Ramsey (L.R. Kass, Averting one's eyes or facing the music? On dignity in death, en "Hastings Cent Stud", 1974, 2(2), 67-80.), tanto por su análisis de la noción de dignidad, como por la rehabilitación de la conjunción muerte-dignidad en sus bases naturales y bíblicas, es un punto de partida esencial para comprender el sentido válido de la muerte con dignidad.

Años más tarde, en 1990, ya en tiempos de vigorosa propaganda a favor de la eutanasia, Kass desarrolló ulteriormente sus ideas al analizar la conexión entre santidad de vida y dignidad del hombre y reanalizar a su luz las ideas de muerte con dignidad que pululaban ya entonces (L.R. Kass, Death with dignity and the sanctity of life. Commentary, 1990, 98, 3, 33-43. Reproducido en "Hum Life Rev" 1990, 16, 2, 18-40). 

Es necesario apreciar, mediante la lectura directa, la templada fuerza dialéctica de sus argumentos contra las pretensiones de los promotores de la eutanasia, cuando evalúa el riesgo de soberbia de la tecnología médica moderna, la tentación de poner fin tecnológico al fracaso de la muerte agresivamente, y de la necesidad de acomodarse a convivir con la idea de mortalidad y finitud. Arguye con vigor en favor de que, en presencia de la enfermedad incurable y terminal, permanece siempre un residuo de plenitud humana que, por precario que parezca, ha de ser cuidado. Si queremos oponernos a la marea creciente que, empujada por la mentalidad pro-eutanasia y la ética de la libre elección, amenaza con sumergir las mejores esperanzas de dignidad humana, hemos de aprender que la finitud humana no es ninguna desgracia y que la dignidad del hombre ha de ser atendida y cuidada hasta el final.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


lunes, 8 de noviembre de 2021

Cómo morir

Es evidente que la vida fisiológica de cada ser humano se va debilitando poco a poco, con una mayor o menor intensidad, a través del tiempo. Esa insoslayable pendiente deslizante tiene una extensión determinada que terminará con seguridad en el definitivo momento que dicta el final de la vida orgánica. 

La medicina tiene la noble tarea de proteger de la forma más eficiente posible esa pendiente de caída que supone la enfermedad y favorecer que se opere la recuperación. Ahí está toda la inmensa labor del médico en su misión curativa. 

Pero siempre llegará un momento en que ese restablecimiento del enfermo por la vía curativa no será factible, y el pronostico no sólo carecerá de garantías de mejoría, sino que augurará una progresiva perdida de la expectativa de vida. Ese es el momento que cae de lleno en la misión de la especialidad de Cuidados Paliativos.

Siempre la Medicina está obligada a prestar un servicio de protección al enfermo que le aligere la pendiente de caída que provoca su estado de vulnerabilidad, esforzándose en prestarle los adecuados medios para su recuperación. El enfermo tiene derecho a contar continuamente con la compañía profesional. Pero, si es importante acompañar al enfermo que presenta un horizonte de posible y real curación, cuanto más es necesaria cuando la curación no es verosímil, para ajustar los conocimientos médicos hacia el control de los síntomas específicos de la enfermedad terminal. Ahí es de capital importancia la profesionalidad en Cuidados Paliativos.

Lo que no cabe, ni es admisible, en medicina, es que el médico sólo preste su servicio cuando el pronóstico es de curación, y se desentienda prácticamente de ejercer su actuación en la enfermedad terminal. Dejar al paciente al que no se le prevé la curación, desatendiéndole de cuidados profesionales paliativos a los que tiene derecho, es un delito en ética médica, que puede convertir, de hecho, la misión del médico en una tarea más propia de un juez-médico que arroja sentencia inapelable de abandono a ese enfermo para su eliminación a través de la eutanasia como solución pseudo beneficiosa y pseudo compasiva. Esa actuación está proscrita una y otra vez por el Código Médico Internacional desde hace más de dos mil quinientos años, aunque existan leyes políticas del momento que acojan como buena cualquier decisión del paciente sin permitirle ni siquiera la asistencia de los Cuidados Paliativos, incluyendo una consulta reglada de su estado mental y su tratamiento.  

Uno tiene derecho a morir con el mínimo dolor y con la asistencia más cualifica a nivel médico, y protegido adecuadamente por unos Cuidados Paliativos que alejen, tanto de forma social como sanitaria, de la gran aliada de la eutanasia que es, sin lugar a dudas, la soledad.

Juan Llor

Medicina Interna.


sábado, 6 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (I)

Es gran satisfacción médica que los enfermos terminales siempre estén protegidos por el Código Médico Internacional, que vela por una actuación médica en consonancia con la dignidad del paciente, sea cual sea su estado, terminal o no. El enfermo exhibe siempre su dignidad, no la adquiere o la atenúa según su estado. Sólo la vulnerabilidad proporciona mayor brillantez a esa dignidad, y la mayor brillantez de dignidad exige una mayor calidad de actuación médica a través de Cuidados Paliativos.

El Prof Herranz lo explica:      

“…(En cuanto) a la cultura de los derechos humanos, conviene señalar que la noción de la universal dignidad del hombre y, en particular, la del hombre moribundo, no es sólo religiosa: ha entrado a formar parte también del derecho.

 Así, por ejemplo, una Recomendación de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa sobre los derechos de los enfermos y los moribundos invita a los gobiernos a “definir con precisión y otorgar a todos el derecho de los enfermos a la dignidad y la integridad”. 

La Asamblea Parlamentaria ha reforzado su postura sobre la protección de los derechos humanos y la dignidad de los enfermos terminales y de los moribundos, al reiterar la absoluta prohibición de la eutanasia activa, y afirmar que “el deseo de morir de los pacientes terminales o los moribundos no constituye ningún derecho legal a morir a manos de otra persona”. Es más: el respeto de la vida y de la dignidad del hombre constituye, según algunos, de un derecho que ha de ser cumplido tanto más cuanto mayor es la debilidad del moribundo. 

En efecto, el Comité Nacional de Ética para las Ciencias de la Vida y de la Salud, de Francia, señaló, en una declaración sobre la práctica de experimentos en pacientes en estado vegetativo crónico, que “los pacientes en estado de coma vegetativo crónico son seres humanos que tienen tanto más derecho al respeto debido a la persona humana cuanto que se encuentran en un estado de gran fragilidad”

Queda ahí expresado con precisión el concepto de la relación proporcional directa entre debilidad y dignidad: a mayor debilidad en su paciente, mayor respeto en el médico. 

En cuanto a la normativa ético-deontológica de la medicina, el precepto ético de no matar al paciente está presente e íntegramente conservado en la ética profesional del médico desde su mismo origen en el Juramento Hipocrático. 

Un análisis comparado sobre las normas sobre la atención médica al paciente terminal recogidas en los códigos de ética y deontología de 39 asociaciones médicas nacionales de Europa y América, mostró la profunda unidad de la tradición común: junto a la condena unánime de la eutanasia y la ayuda médica al suicidio y del firme rechazo del encarnizamiento terapéutico, se recomiendan los cuidados paliativos de calidad como medida proporcionada a la dignidad del moribundo. 

Justamente, muchos códigos invocan la protección de la dignidad humana del paciente crónico o terminal como razón fundamental para el tratamiento diligente del dolor o del sufrimiento.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999


lunes, 1 de noviembre de 2021

El término pre embrión, la primera causa de pérdidas de vidas humanas (y II)

Continuamos con la exposición del Prof Herranz en su esfuerzo por demostrar que "la idea de prembrión fue construida por científicos que usaron su ciencia para cambiar la moralidad social.” A la vista está que su acción destructora persiste potenciada por un estado de indiferencia.

A continuación las palabras del Gonzalo Prof Herranz:

“La idea de preembrión fue construida por personas (Anne McLaren y Clifford Grobstein) que, además de científicos, eran activistas sociales. 

Usaron su ciencia para cambiar la sociedad, la moralidad social. En el libro “El Embrión Ficticio” (Ed Palabra) trato de mostrar que los argumentos con los que se ha apoyado el concepto de preembrión son falsos, carecen de base científica objetiva. Pero eso no impide, sin embargo, que un número masivo de médicos y científicos crean en esa idea y la defiendan. Incluso se sienten ofendidos cuando alguien, dejando a salvo su rectitud moral, pone en duda lo correcto de su ciencia. Aunque, al escribir el libro, he tratado de dirigirlo al público general en posesión de un buen nivel de formación biológica, pienso que sus destinatarios principales son, además de los bioéticos, los médicos y biólogos…. 

…Hay que reconocerlo: cambiar el modo de pensar de los científicos es cosa muy ardua. En el mejor de los casos, harán falta muchos años. Se dice que, en el campo de las ciencias naturales, introducir una idea nueva en las mentes y en la bibliografía es cosa que cuesta dos o tres decenios, justo el mismo tiempo que se necesita para retirar las ideas obsoletas y erróneas. Las ideas son enormemente viscosas, pegadizas, se agarran tenazmente, sobre todo cuando están ligadas a intereses financieros o ideológicos.

Algo parecido ocurre en el otro plano, el de la opinión pública. Es fácil cambiar modas: hay ideas y tendencias para llevar, como la ropa, una temporada: se imponen y desaparecen con gran facilidad. Pero los hábitos sociales más hondos, las convicciones -políticas, ideológicas o morales- de más arraigo son mucho más costosas de implantar o sustituir. En nuestro caso, es mucha la gente que piensa que la salvación del hombre vendrá de la ciencia; y, sin embargo, sienten una pereza enorme en reexaminar esa ciencia para ellos salvadora…. 

La idea del libro nació hace unos años, …pensé que era necesario revisar críticamente los datos, las ideas y las interpretaciones que en los libros de embriología, genética y obstetricia se daban sobre el embrión muy joven, y, más en concreto, los argumentos que se manejaban a favor del concepto de preembrión. 

Esos argumentos decían, por ejemplo, que durante los primeros 14 días del desarrollo era posible que el embrión se dividiera en dos o más gemelos…. Un día me pregunté: ¿dónde está eso demostrado?, ¿quién ha observado y descrito esos procesos? Y me encontré, después de mucho buscar, que esas demostraciones y esas descripciones no aparecían por ninguna parte. Las ideas que circulaban y que todos repetíamos como reflejo de la realidad observada habían nacido como meras suposiciones, que, gracias a un proceso de repetición, pasaron de ser simples lucubraciones a convertirse en hechos indiscutidos

Hacer esa historia ha sido una aventura muy atrayente, pero que ha exigido incontables horas de búsqueda… 

He de añadir que la motivación, aunque primariamente científica, no estuvo de espaldas a mi fe cristiana. Creo firmemente en que no puede haber contradicción entre los datos de la ciencia y la visión cristiana del hombre: en este caso, con la visión cristiana del embrión como ser humano desde que es concebido al término del proceso de la fecundación.” Entrevista al Prof Gonzalo Herranz. Mundo Cristiano. A fondo. Noviembre 2013


viernes, 29 de octubre de 2021

El término pre embrión, la primera causa de pérdidas de vidas humanas (I)

   En la publicación “Embrión Ficticio” (Ed Palabra) el Prof Herranz indica que "la idea de prembrión fue construida por científicos que usaron su ciencia para cambiar la moralidad social”. En el libro se prueba, con sólidos argumentos científicos, que el prembrión no existe y que las consecuencias de asumir este concepto son muy graves desde un punto de vista humano: la utilización o eliminación de personas en estadio embrionario.

Habla el Prof Herranz:

   “Los científicos que crearon ese término lo hicieron con el propósito de que el público aceptara la idea de que, durante las dos semanas que siguen a la fecundación, la entidad biológica que se desarrolla no es propiamente un ser humano, o, al menos, que no lo es "con todas las de la ley". Dijeron que el preembrión era un mero complejo celular al que no se podía, ni biológica ni ontológicamente, considerar o tratar como a uno de nosotros. Añadían que solo más tarde, pasados ya esos 14 días, el preembrión hecho ya embrión, se hacía digno del respeto que se debe a los seres humanos. 

   Con el preembrión ocurre una cosa curiosa, pero inquietante: el concepto está fuerte, sigue vigente en casi todas partes; pero el término preembrión apenas se usa ya: es una palabra "tabú", que sonroja: ya no aparece en la bibliografía científica, y muy poco en la literatura bioética. Eso viene a indicar que no es "agua clara".  

   Las consecuencias son muy serias y muy reales. La principal es mantener la idea de que el preembrión no exige de nosotros ser tratado como un ser humano de pleno derecho, pues, aunque no sea una cosa o un animal no humano, no es todavía una persona, ni tiene derechos comparables a los de un adulto o un niño.

   Puede, en consecuencia, el preembrión ser usado en beneficio de otro, puede ser destruido si la conveniencia superior de un tercero así lo reclama. Ese uso y esa destrucción ocurren habitualmente en la práctica de la reproducción asistida (FIV), en los experimentos para obtener células troncales embrionarias, o cuando se usan ciertos métodos contraceptivos que impiden la nidación. Quien acepta la idea de preembrión considera que esas acciones son tolerables. Abrigo la esperanza de que la lectura de mi libro ayude a muchos a reexaminar sus ideas biológicas y morales sobre el embrión humano joven.

   Ya dije antes que ese concepto sigue vivo, y muy activo. Muchos investigadores y prácticamente todos los periodistas científicos creen con fe muy firme en la idea de preembrión: defienden la fecundación in vitro, la investigación con células troncales embrionarias, los contraceptivos que impiden la implantación. Y eso mismo creen muchos de los que leen las secciones de ciencia de los periódicos o de la tele. La mujer y el hombre de la calle han sido educados por los medios en la noción de que los embriones jóvenes carecen de valor moral, que destruirlos no es destruir un ser humano viviente, que no hay problema moral cuando se los sacrifica para obtener ciertos beneficios.” Entrevista al Prof Gonzalo Herranz. Mundo Cristiano. A fondo. Noviembre 2013


domingo, 24 de octubre de 2021

El termino pre-embrión: falsedad al servicio de la fecundación in vitro

En una entrevista el Prof Herranz define el interés inicial que llevó a crear artificialmente el termino "preembrión", carente de base biológica científica. Ese postulado “de biología deformada” sigue teniendo eco hoy en día en el mundo científico internacional formando parte del cuerpo de doctrina científica y, por supuesto, sosteniendo grandes intereses comerciales, como la industria de la fecundación in vitro, en detrimento de miles de vidas humanas embrionarias diarias.

Respuesta del Prof Gonzalo Herranz, a una pregunta en Diario Médico (24.XI.2014) 

P/ El término de preembrión lo introdujo Clifford Grobstein en junio de 1979. Según ha escrito usted, es un término engañoso desde el punto de vista biológico, pero que ha influido enormemente en la bioética y en algunas legislaciones. ¿Existe esa fase previa al embrión?

R/ "No. En embriología humana se ha usado el término “embrión” para designar al ser en desarrollo desde la fecundación hasta el final del 3er mes. Antes de la fecundación hay gametos; y si va bien, después de ella, embriones. Como los embriones se desarrollan, si queremos hablar con precisión nos referimos a embriones de 1, 2, 3, y más días; … 

Pero el embrión es ya embrión desde que termina el proceso de la fecundación. Grobstein, en su artículo de Scientific American de 1979 (de casi un año después de nacer la primera niña probeta) habla de (o más bien se saca de la manga) cuatro fases del desarrollo prenatal: celular o preembrionaria, embrionaria, fetal y de autonomía vital, pero describe juntamente las dos primeras, no las separa. Alude a que el preembrión, la fase celular, se transforma en embrión “después de la implantación, por el aumento de tamaño, la génesis de la forma, y la aparición de estructuras rudimentarias y órganos”. Vaguedades inespecíficas. Lo que le interesaba a Grobstein era, me lo sospecho, distraer a sus lectores para poder decirles después que la fecundación in vitro “no manipula personas, sino células humanas. Los estadios implicados no solo son personas, sino que también son preembriones”. Mera prestidigitación verbal, ontología barata, y lo que es peor, una biología deformada por intereses ideológicos."


miércoles, 20 de octubre de 2021

El embrión deshumanizado (y II)

Seguimos con la entrevista al Prof Herranz, en la que ofrece "tratamiento" frente a la "enfermedad" de la falsedad científica, seducida y acomodaticia, por orientación a intereses particulares, y que se está demostrando actualmente tan corrosiva para la sociedad. El tratamiento que propone es: “…Para aceptar que esos argumentos son falaces se necesita una gran apertura de mente, algo de estudio, y mucha generosidad moral”

Continuando con la entrevista: 

P/ Una de las tesis que señala en el libro es que la Bioética ha sido blanda porque se apoyaba en una Biología blanda también. ¿Acaso la ciencia no es siempre sólida y verdadera?

R/ “Creo que en el libro (`El Embrión Ficticio´) demuestro lo débil, parcial y acomodaticia que ha sido la embriología de que se han servido los comités, los parlamentos y los académicos para montar la bioética de la contracepción y de la fecundación in vitro. La ciencia aspira a ser sólida y verdadera o, al menos, basada en pruebas. Eso es el ideal al que siempre se ha de aspirar. Pero la ciencia de andar por casa se presta a amaños: a escoger lo que más conviene para conseguir un fin determinado. En bioética, los científicos actuaron como oráculos; y los no-científicos creyeron a ciegas en lo que aquellos les decían.”

P/ Habla de una necesaria reformulación de la Bioética. ¿Qué espera que su obra aporte en esta dirección?

R/ “La bioética ha sido muy poco crítica con la ciencia de la que se ha servido. Me gustaría que mi libro indujera a muchos a tomar mucho más en serio la Biología de la Bioética.”

P/ La interdisciplinariedad se suele entender como fortaleza en el estudio de los problemas. ¿Por qué usted la señala como debilidad de la bioética?

R/ “Me parece que la interdisciplinariedad no ha funcionado a su nivel más profundo: en la validación sincera de los datos intercambiados entre las distintas disciplinas. Ha habido mucha tolerancia, por no decir blandura, para ideas y datos que apoyaban los prejuicios cientificistas y las ideologías de política social. Creo que será muy interesante estudiar las actas de los grandes comités nacionales de bioética, para medir el nivel de connivencia que se dio entre sus miembros y, especialmente, la falta de oposición interna, de pluralidad de visiones: muchos de esos comités eran, y siguen siendo, ideológicamente `monocolor´”.

P/ ¿Qué le diría a una mujer que aborta, a un científico que investiga con embriones humanos o a una pareja que va a recurrir a la fecundación in vitro?

R/ “Hay que hablarles con mucha comprensión y paciencia, porque esas personas están en situaciones muy poco propicias al debate sereno. Su conciencia subjetiva está ya fraguada. Se han autoconvencido de que están haciendo algo muy bueno y que mucha gente buena piensa así. Es muy difícil devolverles a la realidad, invitarles a que formen su conciencia rectamente, a que revisen los argumentos con que justifican sus acciones. Para aceptar que esos argumentos son falaces se necesita una gran apertura de mente, algo de estudio, y mucha generosidad moral.”

P/¿Por qué es el zigoto un ser humano?

R/ “Lo es porque el zigoto humano, antes que nada, es ya un hijo, en el que unen dos progenies, dos familias humanas. Al reunir los genomas del padre y de la madre, se hace capaz de adquirir y expresar determinados caracteres hereditarios que justo le entroncan biológicamente con un pasado humano, con unas familias, y que determinan en buena medida su futuro, humano también. Además, la fecundación no solo confiere al zigoto una herencia genética, y un dinamismo para que inicie el desarrollo, sino que lo inserta en un ambiente del que recibe estímulos epigenéticos que le obligan a reaccionar, a adaptarse a situaciones nuevas, a desplegar muchas posibilidades. Y, en el embrión humano, todo esto –genoma, dinamismo de desarrollo, estímulos epigenéticos– es siempre específicamente humano…” Entrevista al Prof Gonzalo Herranz, ACEPRENSA, Sole Maldonado Ayuso, 2013.


martes, 19 de octubre de 2021

El embrión deshumanizado (I)

Vamos a reproducir una entrevista que surgió tras la publicación del libro del Prof Gonzalo Herranz "El Embrión Ficticio. Historia de un mito biológico" (Ed Palabra, en versión inglés y español). Sobran las palabras frente a la claridad diáfana del Prof Herranz respecto a cómo se fue introduciendo artificialmente el termino preembrión tanto en el mundo científico como en la sociedad. 

El Prof Herranz asegura que libro `El Embrión Ficticio´ es “un modesto punto de arranque” para un cambio que debe darse tanto en la propia bioética como en la legislación, pues “las leyes de muchos estados contienen vicios graves en lo que concierne a su fundamentación biológica”.

P/ En la introducción de “El Embrión Ficticio” dice usted que lo que le llevó a escribir este libro fueron las pequeñas sospechas que se fueron acumulando durante años. Pero ¿qué fue lo que le llevó a ponerse manos a la obra?

R/ “Cuando uno se incorpora a la ciencia, es llevado por la corriente. Uno empieza siendo un aprendiz pasivo. Pero si no se adormece, empieza a ver problemas. Y los problemas piden soluciones. Con respecto a la bioética del embrión, yo fui acumulando sospechas, anotando incongruencias, hasta que un día me dije: esto hay que revisarlo a fondo. Eso en lo estrictamente científico. Tenía además, el convencimiento de que no puede haber contradicción entre ciencia verdadera y fe verdadera. Las dos cosas, crítica de la ciencia y convencimiento de la fe, fueron dos fuerzas sinérgicas, que me ayudaron a perseverar años en busca de datos y pruebas. La embriología de que se han servido los comités y los parlamentos para hacer leyes ha sido parcial y acomodaticia.”

P/ Parece, según señala en su libro, que la responsabilidad de que se hayan asentado argumentos que no garantizan un estatuto ético al embrión es también de los propios científicos.

R/ “Sí. Hay que olvidarse de la idea de la ciencia como algo puro, objetivo, imparcial. La ciencia de hoy, con su enorme poder y autoridad, es una empresa humana, hecha por personas muy inteligentes, pero muy ambiciosas y, en muchos casos, imbuidas de ideologías sociopolíticas muy definidas. La minusvaloración del embrión humano empezó con los científicos que programaron la contracepción moderna. Sabían que la contracepción causa de modo inevitable la pérdida de embriones humanos: para que pudiese ser aceptada por la sociedad era necesario decir que los embriones perdidos en la contracepción no eran propiamente seres humanos. Ahí empezó todo: los científicos crearon una imagen empobrecida del embrión y se la dieron a los filósofos y teólogos; y estos la aceptaron encantados, pues, de ese modo, la contracepción quedaba libre de la sospecha de destruir embriones.” Entrevista en ACEPRENSA, Sole Maldonado Ayuso, 2013.


viernes, 15 de octubre de 2021

El hombre nunca ha sido preembrión (XI): Una nota final

Como último apunte de esta sección “El hombre nunca ha sido preembrión” (I-XI), vaya un aplauso agradecido, y más que merecido, al Prof Gonzalo Herranz, por su clarividencia científica puesta a servicio de la ciencia, en este original trabajo suyo `El Embrión Ficticio´ que, aunque hasta ahora todavía no ha recibido el suficiente reconocimiento internacional que merece, sí es lógico que mostremos justo agradecimiento, porque también refleja de forma excelente una limpia fidelidad y autenticidad científica, que tanto contrasta con la que frecuentemente, y desgraciadamente, nos vemos envueltos, y en donde no es rara la respuesta del silencio, siempre expresión de muy baja calidad, a propuestas de calado científico acreditado que se abren paso. Un ejemplo de ello se expresa a continuación.

Demos paso al Prof Herranz: “Omito cualquier referencia a los asuntos tratados en el epílogo del libro ‘El Embrión Ficticio’. Voy a referirme muy brevemente a una cuestión que algunos me han planteado: el posible impacto que pueda tener el libro, y, sobre todo, la teoría que propongo sobre el mecanismo de la gemelación monozigótica. Para responderla me harían falta dotes proféticas, que no tengo.

Puedo, sin embargo, manifestar mis deseos: me gustaría que el libro fuese leído críticamente, y, en especial, que los lectores críticos manifestaran, públicamente o en privado, su parecer. Creo en el debate constructivo, que de mi parte será siempre amistoso. Lo más temible en una circunstancia así es tener el silencio por respuesta. Pienso que la polémica buena, racional, educada y fuerte, es una delicia. La polémica destemplada hace sufrir, pero más sufrimiento causa el silencio.

Esa es de momento mi experiencia. A principios de junio de 2013 se publicó en versión virtual un artículo mío en la revista Zygote (Herranz G. The timing of twinning. A criticism of the common model). Ese artículo contiene lo biológico básico del capítulo IV del libro, y solo de pasada alude a sus implicaciones éticas. He difundido ese artículo bastante ampliamente. Lo envié por correo electrónico a más de tres centenares de embriólogos, genetistas, obstetras y bioéticos que, en años recientes, han publicado sobre la biología de la gemelación monozigótica o sus implicaciones bioéticas. Han pasado ya meses suficientes para hacer una evaluación provisional de las respuestas. Las más frecuentes han sido, como era de esperar, el silencio o un formalista acuse de recibo. Son bastante numerosas las que, a un cortés agradecimiento, añaden la promesa de leer el artículo y comentarlo: no parece que muchos la hayan cumplido. No faltan, felizmente, los casos de investigadores, algunos de muy elevado nivel, que me ofrecieron sus críticas y con los que podido mantener un animado intercambio de pareceres. Finalmente, dos importantes embriólogos han publicado en revistas internacionales unos comentarios muy duros a mi trabajo…

Estudié atentamente esos comentarios y redacté mis respuestas, creo que razonables y correctas, y las envié a los editores de las correspondientes revistas. Tengo la impresión de que, de momento, están siendo sometidas a un fastidioso proceso de dilaciones que preanuncian el rechazo de mis respuestas. Habrá que esperar a ver en que acaba todo eso. En bioética, como en palacio, las cosas van despacio.” Gonzalo Herranz. El embrión ficticio: historia de un mito biológico. El autor explica su libro. Cuadernos de Bioética 2014; 25: 312.


miércoles, 13 de octubre de 2021

El hombre nunca ha sido preembrión (X)bis: El “argumento” de la pérdida precoz de embriones

Seguimos con esta falacia, la del “argumento” de la pérdida precoz de embriones. En ética médica es muy rentable desvelar el engaño de las invenciones, porque así se frena su tóxica y letal repercusión social.  

Continuamos con el Prof Herranz: “Se han dado también interpretaciones “optimistas” de la pérdida embrionaria precoz. Desde una óptica eugenista, el fenómeno es celebrado como un eficacísimo recurso para aligerar la pesada carga de la enfermedad genética humana e impedir la degradación del patrimonio genético de la especie: una eliminación rápida y temprana de deficientes y deformes que se hace en el mejor interés de la raza. Y, desde la óptica de la reproducción humana asistida, se ha afirmado que no existen diferencias significativas entre la cuantiosa pérdida natural de embriones y la pérdida de embriones que se da en la reproducción artificial, de modo que esta última no puede ser acusada de ser una práctica nociva, pues no lo es más que el proceso natural.

En tiempos recientes el argumento ha experimentado ciertas derivas controvertidas. Por un lado, algunos bioéticos han insinuado que quienes conceden pleno estatus ético al embrión han de reconocer que la muerte embrionaria precoz constituye el “mayor azote de la humanidad” (supone prácticamente la muerte de más de la mitad de los seres humanos), por lo que quienes militan en el campo pro-vida han de sentirse obligados a hacer todo lo posible para prevenir esa tragedia: no habría otro asunto en el mundo que pudiera ganar a este en magnitud y prioridad.

Por otro lado, y de mano de ciertos bioéticos laicistas, ha surgido un problema relativamente nuevo: el que podría llamarse la escatología de los embriones. Uno de ellos razonaba así: “Incluso si generosamente excluimos todos los embriones anormales concebidos —suponiendo que su imperfecta expresión génica ha bloqueado de algún modo la instalación en ellos de un alma—, resultará aún entonces que quizás el 40 por ciento de todos los residentes en el Cielo no llegaron a nacer, ni desarrollaron un cerebro, ni tuvieron nunca emociones, experiencias, esperanzas, sueños o deseos”. 

Baste cerrar la referencia a tales elucubraciones teológicas con la sensata observación de Lee de que lo que Dios puede hacer o no hacer con los embriones tempranamente muertos, a no ser que lo revele a alguien, es una empresa que desborda nuestra limitada inteligencia.

La muerte embrionaria precoz presenta muchas incógnitas todavía. Probablemente su causa principal esté en las alteraciones génicas y cromosómicas que trastornan los delicados mecanismos moleculares de la misma fecundación y del desarrollo inicial. Parece que es también muy cuantioso el efecto de factores ambientales, en primer lugar los maternos que actúan en el curso de la implantación, lo mismo que los fallos en los delicadísimos mecanismos que rigen tanto el desarrollo intrínseco del embrión, como el intercambio de señales entre el embrión y la madre.

Conviene señalar, como conclusión de este complejo asunto, que sólo podrá tratarse con objetividad cuando se cumplan ciertas condiciones: la primera es que podamos disponer de datos fiables y no de simples cálculos influidos por prejuicios ideológicos. La segunda es conseguir una clara caracterización biológica de las entidades resultantes de la fecundación y seamos capaces de distinguir entre verdaderos embriones humanos (sanos o más o menos gravemente enfermos) y los productos no-embrionarios, carentes de potencialidad para devenir un ser humano. Conocemos ya muchas anomalías cromosómicas y génicas que son incompatibles con el desarrollo.

Cuando esas condiciones se cumplan será posible comprender con más claridad las causas de lo que ahora llamamos pérdida embrionaria espontánea. Esta no será ya vista como mero fracaso biológico, sino como el precio que se ha de pagar a cambio del inapreciable privilegio de la diversidad biológica de cada individuo, de la originalidad irrepetible de cada ser humano, de las ingentes ventajas que la reproducción sexuada y el proceso singularizador de cada gameto que la meiosis proporciona, y también de los errores de la regulación epigenética del desarrollo inicial.” Gonzalo Herranz. El embrión ficticio: historia de un mito biológico. El autor explica su libro. Cuadernos de Bioética 2014; 25: 310-312.