miércoles, 24 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (V)


A los promotores de la eutanasia lo que les resulta más eficaz no es el control o los cuidados profesionales que requiere el enfermo en situación terminal, muy eficazmente cubiertos por los Cuidados Paliativos. Lo que es verdaderamente eficaz para los pro-eutanasia es confundir y sacar de contexto la noción de muerte digna, presentándola fuera de la realidad. El sofisma desaparece frente a realidad, pues la dignidad está siempre acompañando a la persona en cualquier situación, con su derecho de ser protegida y cuidada profesionalmente en todo su existir, también en su estado terminal.

Magistralmente lo expresa el Prof Herranz: 

El uso, por parte de los promotores de la eutanasia, de la expresión “morir con dignidad” tiene un propósito más oportunista y retórico que sustantivo. 

Aunque el morir y la muerte constituyen para muchos hombres de hoy un tabú innominable, en la dinámica de los movimientos pro-eutanasia pierden su significado negativo o lo transmutan, cuando se combinan con dignidad, en otro nuevo y aceptable. 

Y así resulta que muchas de las asociaciones que propugnan la despenalización de la eutanasia y de la ayuda médica al suicidio se han autodenominado con términos que combinan muerte y dignidad (Voluntary Euthanasia Society Scotland). 

El proyecto ideológico que subyace a la mentalidad de la “muerte con dignidad” o del “derecho a una muerte digna” consiste en la aceptación de que la dignidad humana es minada, o incluso alevosamente destruida, por el sufrimiento, la debilidad, la dependencia de otros y la enfermedad terminal. Se hace, por tanto, necesario rescatar el proceso de morir de esas situaciones degradantes mediante el recurso a la eutanasia o al suicidio ayudado por el médico. 

La decisión de evitar el deterioro final de la calidad de vida y de mantener el control de sí mismo y de la propia dignidad en los días últimos, es favorecida por lo peculiar de las fuentes de información sobre la muerte de que dispone la gente de hoy. 

Por un lado, muy pocos tienen oportunidad de presenciar una muerte sosegada. La muerte de los allegados, aparte de ser un fenómeno que cada uno tiene ocasión de presenciar muy raras veces en su vida, suele suceder hoy en el hospital, no en casa. La falta de intimidad interpersonal que ello supone se agrava por la intensa medicalización de la agonía. 

Por otro lado, los medios de comunicación nos atiborran de relatos e imágenes de mil formas de muertes gratuitas, violentas o torturadas. Se crea así un rechazo colectivo a la muerte, pues nadie quisiera jamás morir de ninguno de esos modos. Y ya que hay que morir, todos, en principio y por instinto, queremos hacerlo con dignidad y decorosamente, conservando la nobleza propia del hombre. 

Sobre este fondo, la mentalidad pro-eutanasia construye su “noción” de “morir con dignidad” asignando al sufrimiento moral, al dolor físico, a la incapacidad, a la dependencia de otros, a la enfermedad terminal, un valor negativo, destructor de la dignidad humana. La “muerte digna” es la “única” solución para poner término a la permanente indignidad de vivir esas vidas sobrecargadas de valores negativos, carentes de valor vital. La enfermedad terminal puede herir muy duramente a la dignidad social, a la imagen de uno ante los otros.

En ese nuevo contexto, el enemigo no es ya la enfermedad avanzada, el “nuevo enemigo” es la pérdida de la autosuficiencia, el no poder vivir independiente de los otros, el tener que morir abdicando de la imagen social hasta entonces prestigiosa y estética”. Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


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