domingo, 5 de septiembre de 2021

El hombre nunca ha sido preembrión (III): El uso táctico de las palabras

El Prof Herranz, expone cómo es posible crear una realidad ficticia con solo cambiar tácticamente el significado de las palabras. Esa sutil artimaña de forzar el lenguaje es una argucia muy rentable a la hora de favorecer ideas preconcebidas o intereses particulares. Es lo que ocurrió con la creación y puesta en escena del término `preembrión´.

Lo explica con detalle el Prof Herranz: “Para ocultar la pérdida de embriones, se echó mano del eficaz recurso de cambiar el significado de las palabras. Esa manipulación del lenguaje se operó en dos ocasiones diferentes:

-en la segunda se introdujo el nuevo término de preembrión, para devaluar el estatus del neoconcebido durante las dos primeras semanas de su desarrollo y así absolver de culpa la inevitable pérdida y destrucción de embriones humanos ligada a la reproducción de laboratorio. 

-en la primera, se redefinió el término ‘concepción’, lo que trajo consecuencias importantes para poner nuevos límites a la cronología de la gestación y el aborto, y así librar a la contracepción de la sospecha de ser abortifaciente.

En efecto, la contracepción no podría ser aceptada en un mundo en que el término `concepción´ siguiera poseyendo su significado biológico de siempre: la concepción, sinónimo de fecundación, marca el comienzo de la vida de cada ser humano. 

Pero los dirigentes del American College of Obstetricians and Gynecologists decretaron que eso ya no sería así en adelante, y se inventaron una redefinición: en la nueva terminología obstétrica, concepción pasó a significar implantación del embrión en la madre: en adelante, concepción no sería ya, como hasta entonces, sinónimo de fecundación. La concepción, en su nuevo sentido, significaba y marcaba el comienzo del embarazo, justo 14 días después de la fecundación. A partir de la redefinición, esos 14 días serían pre-gestacionales, por lo que, en adelante y por definición, interrumpir la gestación sería en esas dos semanas un imposible, pues la gestación no había empezado todavía; y lo que no ha empezado, no puede ser interrumpido

Y como interrupción de la gestación equivale a aborto, no puede haber, por definición, aborto en las dos semanas que siguen a la fecundación. Por este sencillo procedimiento, la pérdida de embriones de menos de dos semanas de edad no se podría llamarse ya aborto. Entonces, ¿cómo llamarla? La nueva nomenclatura no da nombre a la pérdida de esos embriones. Y algo que ni siquiera tiene nombre no puede crear conflictos morales.

Esa manipulación del lenguaje provocó protestas y debates. Pero, al cabo de la jornada, se impuso el inmenso poder del establishment cientifista: los altos organismos internacionales (Organización Mundial de la Salud (OMS), la Federación Internacional de Ginecólogos y Obstetras, la Asociación Médica Mundial) y nacionales (asociaciones de especialistas) dieron carta de ciudadanía a la nueva nomenclatura.” Gonzalo Herranz. El embrión ficticio: historia de un mito biológico. El autor explica su libro. Cuadernos de Bioética 2014; 25: 303.


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