El agradecimiento del enfermo hay que ganárselo. Es elemento fundamental para la buena salud de la relación médico-paciente, y no conseguirlo puede llevar al traste esa relación. Es evidente que no nos estamos refiriendo a ese agradecimiento que reclama la actitud presuntuosa y fatua del médico con la que pretende ser halagado. Muy al contrario, la raíz de ese agradecimiento auténtico del enfermo aparece paradójicamente cuando el médico se despoja de toda atmósfera de pose y exhibición, y muestra una dedicación más allá de lo puramente reglamentado. Ello es porque todo enfermo, como tal, posee un derecho especial, no estipulado, exigido por su dignidad, a ser tratado más allá de lo estrictamente previsto, y es un derecho que alcanza su más alto valor cuando el enfermo no puede ni siquiera explícitamente expresar su gratitud por su estado de inconsciencia, pero precisamente esa inconsciencia es el mejor pago agradecido a la alta calidad del trato médico sin tasa que recibe.
El paciente por su estado de vulnerabilidad, es especialmente sensible a la actitud y al modo con que es tratado. Por eso, no sorprende que le queden grabados pequeños detalles del comportamiento dirigidos hacia él que para otros pueden pasar desapercibidos o ser tenidos como gestos en apariencia indiferentes o poco relevantes, pero que para el enfermo no están exentos de importancia.
Ciertamente, esa fina sensibilidad que posee el enfermo le permite apreciar con facilidad si la disposición que se tiene hacia él debe ser objeto de agradecimiento por recibir un trato personalizado y sin tasa prevista de dedicación, o más bien, lo valorará como un servicio frustrante por sentirse objeto fundamentalmente de una maquinaria anónima de elaboración diagnóstica que encajado en una cadena de protocolos servirá para la confección de unos resultados.
Esa actitud de auténtico agradecimiento del enfermo estimulada por la profesionalidad con que es tratado, sirve también como revulsivo disuasorio para alejar todo atisbo de eutanasia. Y es que la eutanasia recibe un golpe mortal cuando es ahogada y asfixiada por el agradecimiento del paciente que se alimenta al tratársele con una dedicación profesional no tasada, alejándole de convertirse en un producto prosaico de protocolos médicos, y nunca considerándole objeto a resolver según su grado de utilidad.
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