miércoles, 13 de abril de 2022

Proteger la debilidad: valor ético fundamental en medicina (II)

Continua el Prof Herranz considerando la transcendencia del respeto médico. Todo enfermo tiene pleno derecho a ese respeto profesional del médico y, por otra parte, el médico no está autorizado a exceptuar, nunca, a ningún enfermo de dicho respeto.

“Además, el respeto nos impide deformar la realidad y hacer cálculos caprichosos acerca de lo que valen los demás: nos cura de la tentación de manipular y dominar a los pacientes. El respeto, por último, nos permite responder con acciones proporcionadas a las exigencias éticas de los enfermos, no porque ellos puedan imponernos tales respuestas por la fuerza, sino porque el médico respetuoso se inclina con toda dignidad ante el valor que reconoce en los otros, en un gesto pleno de inteligencia y profesionalidad. En la tradición hipocrática, el respeto es de naturaleza puramente ética y nada, o muy poco, tiene que ver con la legalista sumisión ante la autonomía del paciente de la que hoy se escribe tanto.

El genuino respeto a la vida humana impulsa al médico, en primer lugar, a ser experto en percibirla bajo las pleomórficas apariencias en que se le presenta, a descubrirla en el sano y en el enfermo, en el anciano y el paciente terminal lo mismo que en el niño, en el embrión no menos que en el adulto en la cumbre de su plenitud. 

En todos los casos, tiene delante vidas humanas, disfrutadas por seres humanos, todos los cuales son, con independencia de sus derechos legales, suprema e igualmente valiosos. Lo que a esos seres humanos les pueda faltar de tamaño, de riqueza intelectual, de hermosura, de plenitud física, todo eso, incluidas todas sus deficiencias y minusvalías, es suplido por el médico con su respeto.

Esta es una constante del trabajo del médico. Este no tiene que vérselas con los sanos. A él van los enfermos, los disminuidos, los que viven la crisis temerosa de estar perdiendo su vigor, sus facultades o su vida. El médico está siempre rodeado de dolor, de deficiencia, de incapacidad. Su respeto a la vida es respeto a la vida doliente. Lo suyo propiamente es ser curador y protector de la debilidad.

Esta idea está bien clara para el médico que sigue la tradición hipocrática. El respeto a todos los pacientes sin distinción fue incluido en la Declaración de Ginebra justamente en una cláusula de inagotable contenido ético: la que consagra el principio de no-discriminación, en virtud del cual el médico no puede permitir que su servicio al paciente pueda verse interferido por consideraciones de credo, raza, condición social, sexo, edad o convicciones políticas de sus pacientes, y se compromete a prestar a todos ellos por igual una asistencia competente.

Pero la realidad parece desmentir que los médicos estén dispuestos a cumplir un mandamiento tan elevado, pues no son pocos los que lo quebrantan con cinismo o lo consideran de una altura moral inasequible. 

Por eso, conviene insistir en que la prohibición de discriminar es un precepto absoluto, que incluye a todos los seres humanos sin excepción. Dicho de otro modo, el derecho a la vida y a la salud es el mismo para todos, es poseído por el simple hecho de ser hombre. El médico no discrimina. No se somete al hombre fuerte porque éste tenga poder para exigir su derecho a ser respetado, o se desentiende del hombre débil porque carece de fuerza y de derechos. A todos atiende y sirve por igual, no porque sea un activista del igualitarismo político o social, sino porque renuncia, ante la fragilidad, que en todos, ricos y pobres, crea la enfermedad, a sacar ventaja de su posición de poder ante ellos.” Conferencia “La protección de la debilidad. Un valor ético fundamental en medicina”, International Right to Life Federation, Palma de Mallorca, 12 a 14 de febrero, 1988


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