martes, 27 de julio de 2021

Es urgente vacunarse contra la eutanasia (segunda parte)


Seguimos con la exposición del Prof Herranz.

En esta exposición nos va iluminando en cómo se va abriendo paso, de forma sigilosa al principio, la filosofía eutanásica en el mundo de la medicina, y cómo va inexorablemente contagiando a la sociedad. De ahí que no sólo precise vacunarse con urgencia el personal sanitario contra la eutanasia, sino que es urgente y necesaria también en toda persona que viva contemporánea a dicha filosofía eutanásica. Sin tomar postura y conocimiento de ella, es muy difícil excluirse de su cierta capacidad mortífera. Su potencial letalidad es, de hecho, bastante más superior a cualquier infección pandémica conocida. Los hechos son patentes.

"Es insostenible, por utópica, la idea de una eutanasia libertaria, reconocida por la ley. No es posible regularla como un derecho individual y soberano a autodeterminar cada uno su propio destino. 

La eutanasia es una acción social, nunca individual, porque la sociedad no está hecha de individuos encapsulados, cada uno en su propio reducto: la eutanasia es contagiosa, asunto de salud pública. Porque la eutanasia hace daño a los que en ella intervienen, a los que la observan, a los que les llega la noticia

Fijémonos en el médico. El médico que aplica la muerte a uno de sus pacientes queda marcado. Porque una de dos: o reconoce que cometió un error y se arrepiente irrevocablemente, y entonces se salva, o considera que ha hecho una buena obra, y entonces ya no puede dejar de hacerla. Entra en una bolsa de arena movediza, que lo va tragando lenta pero inexorablemente. Esa es la experiencia de muchos médicos holandeses y belgas. No son psicópatas asesinos: son simplemente médicos, a los que sus virtudes profesionales los van arrastrando, paradójicamente, a una decadencia ética, lentamente progresiva, pero inexorable, que suele cursar en cuatro fases.

La primera corresponde al tiempo, unos pocos años, de aplicación rígida, restrictiva, de la norma legal. Despenalizar la eutanasia significa, en ese entonces, que la muerte sin dolor es un tratamiento excepcional, que sólo puede aplicarse a ciertas situaciones clínicas desesperadas, y sometidos a criterios muy estrictos, a controles muy minuciosos, que la ley marca.

La segunda fase corresponde al periodo de habituación. La reiteración ocasional de casos va privando a la eutanasia de su excepcionalidad. Se implanta, en la conducta personal del médico y el ambiente profesional, la idea de que la eutanasia es una intervención que no carece de ventajas, que incluso corresponde a una terapéutica aceptable y de mucha eficacia, de modo que los médicos no deberían rehusarla, si el paciente la solicita. La eutanasia puede terminar por ganarle la batalla a los cuidados paliativos, pues, en comparación con ellos, es más indolora, rápida, estética, y económica. Para ciertos pacientes, se convierte en un derecho exigible a la muerte dulce; para los allegados, en una invitación tentadora de verse libres de preocupaciones y molestias; para ciertos médicos, en un recurso sencillo, que ahorra tiempo y esfuerzos; para los gestores sanitarios, una intervención de óptimo cociente costo/eficacia.

Se llega luego, pronto, a la tercera fase, cuando médicos y enfermeras, fascinados por ideales de justicia y eficiencia, se convierten en mandatarios subjetivos de los pacientes incapaces y terminales. Ante un paciente incapaz de expresar su voluntad, razonan así: “Es horrible vivir en esas condiciones tan precarias. Yo no querría vivir así. Eso no es vida. Es preferible morir. Lo mejor para ellos es la muerte dulce”. Para quien acepta de corazón la eutanasia voluntaria, la eutanasia no voluntaria se convierte, por razones de coherencia moral, en una obligación indeclinable. Concede a cada uno de esos pacientes una especie de testamento de vida, del cual él es albacea y apoderado.

La cuarta fase se alcanza con la eutanasia involuntaria. El sesgo utilitarista, inherente a la actitud eutanásica, lleva al médico a concluir que es irracional el deseo, tácito o expreso, de ciertos pacientes de seguir viviendo, pues tienen por delante de sí una perspectiva de vida detestable y abusiva. Ese médico razona así: las vidas de ciertos pacientes capaces de decidir son tan carentes de calidad, tienen tan alto costo, que no son dignos de ser vividas. El deseo de seguir viviendo de esos pacientes es un deseo injusto, que provoca un consumo irracional de recursos, económicos y humanos: hay mil destinos mejores para emplear ese dinero y ese esfuerzo laboral. Es muy difícil expropiar al paciente de su libertad de escoger seguir viviendo.

¿Es este modelo de cuatro fases una criatura de ficción o un cálculo basado en datos? Estimo que una descripción realista de lo que ya está sucediendo". Gonzalo Herranz "La metamorfosis del activismo pro eutanasia" Persona y Bioética, 2014, 22-23, pag 16-21.

sábado, 24 de julio de 2021

Es urgente vacunarse contra la eutanasia (I)

De manos del Prof Gonzalo Herranz vamos a valorar, sucesivamente, como la eutanasia parte de un pensamiento que tiene las características de enfermedad infecciosa, con una muy alta potencialidad contagiosa junto a una capacidad de propagación ilimitada, lo que hace no sólo que sea muy necesaria, sino también urgente, una vacunación que impida el poder progresivamente deletéreo del pensamiento eutanásico. Ese pensamiento ya fue en el fondo juzgado en Núremberg, como hemos visto. 

Pasemos a las consideraciones del Prof Herranz:

“En el planeta, Holanda y Bélgica han sido las sedes de la “prueba piloto” de los efectos de la aceptación social de la eutanasia. En quienes llegan a practicarla se produce un efecto psicológico en cascada, del que es muy difícil echarse atrás; se pierde el respeto por la vida y la autonomía de los pacientes y las familias, y por parte de los ciudadanos, la confianza en los médicos y las enfermeras. Aquí se describe la evolución de los argumentos y términos a favor de la eutanasia, y la seria dificultad de las autoridades sociales para controlarla. Las conclusiones de investigaciones científicas sobre la experiencia holandesa y otros estudios, llevaron a que el Comité de la Cámara de los Lores de Inglaterra concluyera la conveniencia de no legalizarla.

La eutanasia no tiene conformidad con el ethos de la medicina. Es incompatible: no puedo imaginar un médico investido por ley del paradójico y discrecional privilegio de dar muerte a algunos de sus pacientes. Reconozco que, para ciertos espíritus sensibles, la eutanasia puede ser a veces una tentación casi irresistible. Pero con plena lucidez veo que si un médico sucumbe a la idea de que es profesional y éticamente correcto poner fin a la vida de uno de sus enfermos, ya no podrá de ofrecer ese “remedio” a más pacientes cada vez y con más anticipación. La eutanasia no es medicina, porque no la completa: la sustituye.

La eutanasia nos interpela a todos

La inquietante pregunta: “¿no es la eutanasia, acaso, la solución de muchos problemas?” no tiene un pelo de retórica. Se nos dirige casi a diario: en las noticias de la prensa y en los debates televisivos, en encuestas promovidas por casos dramáticos o tras estrenos de filmes de gran éxito, en las deliberaciones de los comités de ética de los hospitales o en estudios demoscópicos que pulsan la opinión pública ante propuestas legislativas.

La respuesta del público depende en buena medida de los mensajes que le envían los promotores de la eutanasia y, en medida mucho menor, los detractores de ella. Merece la pena considerarlos con circunspección. Es patente que, en muchas cosas, todos estamos de acuerdo: estamos todos a favor de la buena muerte, del morir sereno y digno, en cuidar con competencia técnica y humana del bienestar físico del moribundo, de aliviar sus síntomas, de atender sus legítimos deseos, de que muera acompañado del afecto de los suyos, confortado con el consuelo espiritual. Es patente también que, entre otras cosas, estamos profundamente divididos. En concreto, sobre si hay, o no, vidas humanas de calidad, biológica o existencial, tan carentes de sentido, que sería justo y digno ponerles fin.

Los promotores de la eutanasia llevan ya tantos años enviándonos sus persuasivas eslóganes, que buscan nuestro apoyo para que se despenalice la eutanasia y se instale en la sociedad la idea de que es éticamente correcto terminar las vidas carentes de calidad. Ese mensaje ya no es hoy sostenible. En los países avanzados han tenido que cambiarlo sucesivamente, para adaptarlo a las mudables circunstancias de ideas, lugar y tiempo. Conviene conocer la realidad de la eutanasia para evaluar los mensajes que sobre ella recibimos". Gonzalo Herranz "La metamorfosis del activismo pro eutanasia" Persona y Bioética, 2014, 22-23, pag 16-21.


martes, 20 de julio de 2021

La eutanasia también fue condenada en Núremberg


  El Código de Núremberg, del que vamos a celebrar pronto el 75 aniversario, constituye una lección de oro de Ética Médica. No es nada recomendable que la olvidemos. El recuerdo de la sentencia del Tribunal Militar contra los médicos y sanitarios nazis por sus crímenes contra la humanidad y la medicina será, y debe ser, siempre actual. 

   Allí se explicitó de forma meridianamente clara, para formar parte del Código Médico Internacional, las características esenciales que tiene la autonomía del paciente. Al paciente no se le puede confundir ni dejar al margen a la hora de la actuación médica, y en concreto:

   1) al enfermo se le debe garantizar su dignidad, respaldada por el Código Deontológico Médico, y no puede nunca ser tratado como objeto de mayor o menor utilidad, como así es calificado por la eutanasia.

   2) a su vez, el paciente, frente al médico, no puede renunciar nunca de su condición de persona y siempre debe exigir no ser considerado en grado de utilidad, como así también es apreciado por la eutanasia.

   Viene apropósito para estimar la importancia histórica del Código de Núremberg en la actuación médica, saber leer entre líneas las siguientes afirmaciones del Prof Gonzalo Herranz al final de una conferencia, en 1997, que tituló: “El Código de Núremberg: ¿ha sido demasiado exigente? La historia de un olvido”

“…Añadir dos ideas muy breves. La primera es esta: la herencia ética del Código de Nuremberg sigue sin agotarse; la doctrina ética del código puede enriquecer por igual el alma de los investigadores y la de los sujetos. Para eso es necesario considerarlo primariamente como un documento ético, y no como un mero documento jurídico, de legitimidad dudosa y de contenido “plástico”, susceptible de interpretación minimalista. 

La segunda idea es esta otra: el progreso moral en medicina va ligado necesariamente a la humildad de reconocer que no hay lugar para la exención ética. Los médicos nazis fueron condenados por un tribunal militar americano; pero fueron militares americanos, que se creyeron no afectados por las normas de Núremberg, quienes con más recalcitrancia quebrantaron las normas que ellos mismos habían promulgado. Fueron médicos designados precisamente por las asociaciones médicas nacionales los que actuaron como expertos y consejeros ante el Tribunal de Núremberg; pero fueron las asociaciones médicas nacionales las que retrasaron de modo increíble la puesta en vigor de las normas del Código. 

La idea es relevante. En este año se han promulgado documentos bioéticos que, aunque imperfectos, están llamados a alcanzar gran resonancia: la Convención de Bioética del Consejo de Europa y la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos del Hombre, de la UNESCO. 

¿Qué destino les espera: la puesta en práctica prudente pero inmediata o el abandono? Para esto también, el Código de Núremberg es una lección.” 

En “El Corazón de la Medicina”. Libro Homenaje al Prof Gonzalo Herranz, 2013, pag. 375-383.


sábado, 3 de julio de 2021

En torno a la legislación de la eutanasia (y III): La eutanasia complace a quien la ejecuta


En este tercer apartado seleccionado de los escritos del Prof Gonzalo Herranz sobre la aberración médica que supone la eutanasia, se expone con notable clarividencia el poder de atracción que suscita la eutanasia en los ejecutores de la misma, lo que inevitablemente recuerda los perfiles de conducta más propia de cierta variante de drogadicción, con consecuencias devastadoras en quien la practica. 

"Es necesario seguir repitiendo la cláusula del Juramento hipocrático "no daré un veneno a nadie aunque me lo pida". Hay que hacerlo, pues lo básico ha de ser repetido muchas veces. Pero los médicos no necesitamos sólo doctrina ética; hemos de educarnos también en psicología moral. Me parece que la progresión que se ha dado en Holanda, donde, en pocos años, se pasó de ver la eutanasia como recurso médico excepcional a practicar eutanasias involuntarias, depende no de teorías metaéticas, sino de la psicología ética del médico, esto es, de que este cuide su alma. 

Un médico debería haber reflexionado a fondo sobre lo que le ocurre cuando accede a practicar su primera eutanasia. Debería haberse concienciado de que si no reconoce su error, si no se arrepiente de lo que acaba de hacer y no renuncia definitivamente a ese comportamiento, entra en un torbellino moral del que no podrá salir. 

Si piensa que su comportamiento está justificado, que haber dado muerte a un paciente que se lo ha pedido es una decisión racional y conforme a su ética, no podrá dejar de hacer eutanasias en el futuro. Las virtudes propias del médico le obligarán a hacerlas más veces y más pronto.

Si es fiel a su mentalidad preventiva, no podrá posponer su decisión y dejar que las cosas lleguen a un punto extremo: su deber de ahorrar dolor, de beneficiar al paciente le llevará a ver indicaciones cada vez más tempranas para la eutanasia. Ante su próximo paciente terminal anticipará unos pocos días, unas pocas semanas, la práctica de la eutanasia con respecto a su paciente anterior. Dirá: "no es humano, no puedo permitir que las cosas lleguen a tanto". 

...El médico queda atrapado en la propia dinámica de su moralidad profesional, y ya no puede dejar de matar. No se puede pensar que lo haga por perversidad. No hay monstruos morales en Medicina. Lo hará simplemente por mero sentimiento, por un falso sentido de justicia, por no denegar a un paciente lo que ha dado a otro. 

La reflexión sobre el proceso acerca de cómo se inicia y se consolida la actitud del médico ante la eutanasia debería ser tema obligado para todos los estudiantes de Medicina. Lo hacen en Holanda como programa para desensibilizar a los estudiantes. Habría que escribir seria y documentadamente la historia de la conversión de un médico hipocrático en un médico que ya no se resiste a la eutanasia, que piensa que la eutanasia es parte de la buena profesionalidad.(en el libro Homenaje al Prof Herranz “El Corazón de la Medicina”, pag. 123-140).