Vamos a enfrentarnos con una realidad a la que todo sanitario busca y desea ejercitarse por sólo el hecho de dar sentido a su dedicación profesional. No hay realidad más frontal que emplear su formación profesional en función de la debilidad del enfermo. Una vez en esa tesitura, lo verdaderamente importante es con qué actitud se enfrenta a ella, cómo responde a sus interrogantes. La contestación a esas esas preguntas no pueden hacerse sin asumir una imprescindible base de respeto hacia el enfermo. Sin ese respeto se hunde, deja de existir, todo ejercicio del profesional sanitario.
De forma nítida dibuja el Prof Gonzalo Herranz este elemento esencial de la actuación médica. Pasemos a atender sus consideraciones:
“El respeto que debemos a los débiles es tema que no ha recibido mucha atención en la bibliografía bioética, siendo así que se trata quizá de un asunto medular de la ética de las profesiones sanitarias…
Es un tema del que conviene tratar de vez en cuando, pues, paradójicamente, tiende a olvidarse que lo más propio del médico no es sólo poseer una ciencia compleja, cuya teoría y práctica cuesta muchos años dominar, sino determinarse a usar ese conocimiento experto para el bien de quienes están más necesitados de esa ayuda, que son los que se encuentran en situaciones permanentes o en trances ocasionales de particular fragilidad. Crece día a día el interés de los médicos por las nuevas tecnologías. Son muchos los que se sienten fascinados por las cosas: por los datos y las imágenes, los aparatos, los protocolos y las revistas más recientes. Eso deja, de modo irremediable, poco tiempo para entrar en contacto con los pacientes, en particular con los que se presentan con la cara deprimida de la debilidad.
Pero los verdaderos profesionales, los médicos y enfermeras auténticos saben que lo decisivo de la Medicina es, no tratar con cosas, sino con personas, aunque esas personas se encuentren en un estado de extrema debilidad. Saben que es un ser humano lo que se pone en sus manos, él o ella, no simplemente sus cosas. Se crea así una situación en la que el enfermo entero, cuerpo y alma, se ha de confiar al médico: no sus radiografías o sus pruebas funcionales, ni siquiera sus pulmones o su páncreas. Es él, entero y enfermo, que se abandona en el médico. Esta realidad tan patente tiende a olvidarse o, por lo menos, a oscurecerse.
A veces pienso en que, bien consideradas las cosas, el consentimiento informado en vez de ser un proceso circular que va y viene de paciente a médico y de médico a paciente, circula, de hecho, en una sola dirección y por la mano equivocada. No tendría que ser el médico el protagonista principal, el que lleva la iniciativa; el que, después de haber informado del plan que, para elaborar el diagnóstico o aplicar el tratamiento, obtiene el consentimiento del paciente. En cierto modo, tendría que ser al revés: tendría que ser el paciente quien, después de haber informado al médico de cuan preciosas le son su propia vida y su salud, de cuánto estima ciertas circunstancias personales, le preguntara si, tras la debida reflexión, acepta cuidar, con una conciencia clara y responsable, de esa vida, precaria y frágil, que le confía.
Si falta ese compromiso, ese reconocimiento explícito de la debilidad particular de cada paciente, es fácil olvidar que el enfermo es eso, un infírmus, un ser frágil. Es trágicamente fácil quebrantar ese compromiso de respeto hacia la vulnerabilidad del paciente, explotarla, dejarse llevar de otros intereses que no son el interés del enfermo.
Pero la ética profesional le recuerda constantemente al médico que, ante el enfermo, y en especial ante el enfermo inerme, está obligado por un deber, específico y cualificado, de lealtad y respeto”.
En “Desde el corazón de la Medicina”, Libro homenaje de la Organización Médica Colegial al Prof Gonzalo Herranz, 2013, pag 294-306.