domingo, 26 de diciembre de 2021

Consideraciones ético-jurídicas sobre el aborto (I)

El médico, más allá de reglas jurídicas, si actúa como profesional debidamente formado y actualizado, tiene en los requerimientos que le presta la ciencia el cauce de su actuación correcta y deontológica, que son apoyo firme para el amplio campo de su realización competente, y por supuesto, en la actitud a adoptar frente al aborto.

Claramente se expresa el Prof Herranz:

"Las bases científicas de la oposición profesional al aborto …Quiero destacar un rasgo más: que la actitud de respeto a la vida de todo ser humano no sólo implica una dimensión ética: es también una invitación a no retractarse de una convicción científica. 

Con el mismo orgullo contenido, con la misma coherencia con que Galileo afirmaba ante quienes le juzgaban que, a pesar de su poder político y su autoridad moral…, con esa misma entereza el médico que haya estudiado embriología y haya reflexionado sobre la ontogénesis del hombre no podrá abjurar de los datos que proporciona la observación de nuestra historia prenatal. Ni podrá dejar de sentir en su interior que en el embrión que se hace niño está contenido todo un destino humano.

La decisión de tratar la enfermedad de la mujer sin recurrir a la destrucción del ser humano no nacido representa una actitud profundamente profesional, superior científica y éticamente a su contraria. 

Ante la diada madre-feto, el buen médico se debe por igual a sus dos pacientes: a la mujer embarazada y al hijo por nacer. Hoy, dados los formidables avances en la asistencia clínica de las enfermedades que pueden poner en grave riesgo vital a la mujer gestante, ya ningún médico verdaderamente competente se ve obligado, por criterios científicos, a aceptar que el aborto sea el tratamiento de elección de ninguna enfermedad de la madre, es decir, que sea una intervención tan superior y ventajosa en comparación de las otras alternativas terapéuticas que no practicarlo significaría infligir un daño deliberado a la gestante, y quebrantar así gravemente el precepto médico de no dañar. 

Sin necesidad de invocar la objeción moral, el médico, basado en el arte médico del momento, puede rechazar el llamado aborto terapéutico sobre bases estrictamente científicas, ya que puede ofrecer alternativas válidas de tratamiento que respetan también la vida del no nacido. En recientes monografías sobre el tratamiento de las enfermedades médicas de la mujer gestante o de las situaciones obstétricas críticas, o bien no aparece referencia alguna al aborto terapéutico o se cita como posible alternativa para una única y excepcional circunstancia: la amenaza de ruptura del aneurisma disecante de aorta en el síndrome de Marfan, la cual puede prevenirse mediante el adecuado tratamiento en las fases iniciales del embarazo.” Gonzalo Herranz, en las Jornadas de Ética Médica, Colegio Oficial de Médicos de Segovia y Fundación Nicomedes García Gómez, Segovia, 1995).


viernes, 17 de diciembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (y IX)


El médico debe considerar al paciente como persona que, dentro de su inviolable dignidad, se muestra frágil y vulnerable. Nunca como objeto para ser juzgado y luego tratado como mero producto según calidad de vida.  

De forma clara y correcta lo expresa el Prof Herranz:

“Conviene señalar que el papel de los profesionales de la salud es sopesar el valor, eficacia y proporcionalidad de los medios de que disponen, no de juzgar el valor de las vidas que les son confiadas.

Sin embargo, algunos médicos y enfermeras, en los que ha calado profundamente una idea radical de la calidad de vida, consideran que hay vidas tan carentes de calidad y dignidad, que no son merecedoras de atención médica y que son tributarias de la muerte compasiva. 

Tal actitud subvierte la tradición ética de las profesiones sanitarias, uno de cuyos elementos más fecundos y positivos, tanto del progreso de la Medicina como en el de la sociedad, consiste en comprender que los débiles son importantes, que poseen plenamente la dignidad de todo hombre (R. Crawshaw, Humanism in medicine. The rudimentary process, "N Engl J Med", 1975, 293, 1320-1322).

Esta idea, no es difícil intuirlo, estuvo presente en el inicio del proceso civilizador y en el nacimiento de la Medicina. Ser débil era en la tradición deontológica título suficiente para hacerse acreedor de respeto y protección. Incluso, el ser débil económicamente dejó de ser marca de discriminación para la atención médica.

La socialización de la medicina constituye uno de los esfuerzos históricos de mayor porte en homenaje a la dignidad humana de todos. Y hoy, sin embargo, ese esfuerzo parece afectado de una intensa fatiga ética y se habla abiertamente de reducir los costos, ciertamente gigantescos, de la atención de salud. Se está hablando abiertamente de racionar la atención médica y de estratificar los cuidados, no según su coeficiente de beneficio/costo, sino según las condiciones socio-económicas (edad, capacidad de pagar, estado de salud) de los pacientes.

Se introduce así una discriminación que afecta a lo más medular de las relaciones entre médicos y paciente: estos ya no están investidos de la única y suprema dignidad del hombre, sino que pueden distinguirse en diversas categorías: los débiles serán discriminados. 

La Medicina corre así el riesgo de convertirse en un instrumento de ingeniería social. Pero esa es una idea totalmente extraña a la ética de la atención de salud. 

Lo específico de médicos y enfermeras es ayudar, con su conocimiento y habilidades, a los enfermos y débiles, a seres humanos que viven la crisis de estar perdiendo su vigor físico, sus facultades mentales, su vida. 

El respeto por la dignidad del hombre, toma en Medicina, una forma peculiar y específica: el respeto a la vida debilitada. En la Medicina paliativa, el respeto a la vida está condicionado de forma casi constante por la presencia de la vulnerabilidad esencial, por la fragilidad extrema del hombre, por el reconocimiento de lo inevitable y próximo de la muerte. El respeto ético de médicos y enfermeras que administran cuidados paliativos es respeto a la vida declinante; su trabajo consiste en cuidar de gentes en el grado extremo de debilidad 

.…Cuando al enfermo se le considera a esta luz, como algo a la vez digno y miserable, podemos reconocer su condición a la vez inviolable y necesitada. Este es el fundamento ético de la atención terminal que se debe a todo paciente, la justificación moral de los cuidados paliativos.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


viernes, 10 de diciembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (VIII)

El enfermo terminal merece ser observado según la constante dignidad que siempre ha tenido como persona, sin que esa dignidad, de pronto, en el tramo final de su vida, se vea enturbiada por la niebla cegadora que introduce una artificial “calidad de vida compasiva” proclive al juicio pro eutanásico. Esa ceguera recobra su claridad cuando se da cauce profesional a los cuidados paliativos.

El Prof Herranz es diáfano en ese sentido:

“Los enfermos desahuciados y los moribundos se presentan como un acertijo para allegados y extraños, para médicos y enfermeras. Son muchas veces un enigma, porque nos imponen la difícil tarea de descubrir y reconocer, bajo su apariencia decrépita, toda la dignidad de un ser humano. 

Para una mirada que sólo ve las apariencias, la enfermedad terminal, tan acompañada en ocasiones de dolor, angustia y ansiedad, tiende a eclipsar la dignidad del enfermo: la oculta, incluso parece haberla destruido. Porque si, en cierto modo, la salud nos da la capacidad de alcanzar una cierta medida de plenitud humana, estar gravemente enfermo limita, de modos y en grados diferentes, esa importante dimensión de la dignidad, en cuanto nobleza, que es la capacidad de desarrollar el proyecto de hombre que cada uno de nosotros acaricia. 

No es difícil para el médico cooperar a la restauración de la salud de su paciente mientras hay esperanza de alcanzarla. Pero es muy arduo hoy para muchos médicos, fuera de los que son competentes en atención paliativa, reconocer el valor de su trabajo cuando, en el trance de la enfermedad terminal y del proceso del morir, no hay ya lugar a aquella esperanza. 

Cuesta mucho reconocer, en el ambiente de la medicina de hoy, interesada en resultados de curación y en costos por procesos, que la enfermedad seria, incapacitante, dolorosa y, en mayor grado todavía, la enfermedad terminal, pueda tener interés. 

Dominados por una cultura fisiopatológica, cuesta a muchos médicos comprender que la enfermedad terminal no consiste sólo en trastornos moleculares o celulares que ya no tienen arreglo, sino también en un problema humano en el que el respeto a la dignidad del paciente impone el deber de cuidar de la dignidad de su morir

La enfermedad terminal tampoco se limita, por encima de lo meramente biológico, a un recorrido vivencial de unas determinadas etapas que van marcando las reacciones psicológicas del enfermo ante la muerte anunciada e ineluctable, reacciones que necesitan comprensión, apoyo y acompañamiento

La situación terminal constituye, por encima de todo eso, una amenaza a la integridad del hombre, a su dignidad personal, que pone a prueba al enfermo y a los que le atienden. Y cuando esto se comprende, los resultados no se hacen esperar…. Los cuidados paliativos, ese modo tan profesionalmente médico de respetar la dignidad de los que van a morir, es uno de los argumentos más fuertes contra la eutanasia con el buen uso que se hace a muchos pacientes, y a sus familias, de los días finales de su existencia, después de que el dolor sea mitigado y antes de que llegue la muerte.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.


lunes, 6 de diciembre de 2021

Los últimos mensajes del enfermo

Toda persona enferma, y especialmente en los últimos momentos de su historia, necesita decir algo. Algo importante, algo con especial significado, algo que desea específicamente legar. Pide y merece que se le preste toda la atención. Tiene solemne turno de palabra que debe ser acogido con un respetuoso silencio.

El enfermo, sobre todo en estadio terminal, se constituye de forma inconsciente en maestro de vida. Dejando aparte otras cuestiones de índole moral que haya acompañado la vida de dicha persona, desde esa improvisada cátedra tiene la capacidad de trasmitir unas lecciones muy importantes. Son lecciones claras y sencillas, que escuchadas con atención marcarán el futuro de los que las oigan. Es muy conveniente no tomarlas en menos, ni darlas al olvido. Los enfermos dirigen esas lecciones, en primer lugar, a los más próximos, pero también tienen el privilegio de compartirlas los que le asisten y cuidan.

Es evidente, que los que quieran asimilar las lecciones que imparten los enfermos en situación terminal, deben mantener una actitud de atención. Es muy perjudicial para el paciente, pero también para los propios acompañantes, que las manifestaciones a modo de lecciones que prodiga dicho enfermo sean recibidas con insensibilidad y superficialidad. Sería muy frustrante que esos mensajes que va dirigiendo el paciente a los demás chocaran en ellos con una sordera poco atenta y una actitud dormida insensible a tantas expresiones llenas de significado que lanzan dichos pacientes, más que con palabras, con llamativos gestos y miradas. Ser receptivos a esas explícitas y sencillas declaraciones del paciente nos inmunizan eficazmente contra la peligrosa “enfermedad” de la indiferencia. Indiferencia, que inicialmente se infiltra de forma imperceptible, para luego ir creciendo hasta transformar a las personas en un engendro de insensibilidad rutinaria e impermeable, ciega y sorda, a los numerosos y sencillos mensajes a los que son invitados a actuar. Precisamente esa “enfermedad” de la indiferencia en los que atienden, es la causa que se malogre, y se malinterpreten, todo un conjunto de lecciones trasmitidas por el enfermo y es, también, la causa que castiga el ánimo del enfermo con un especial agobiante dolor, incluso con expresión física. 

Seguida de esa actitud de atención, hay que proceder a tratarle de acorde con la dignidad intrínseca que posee como persona. Es un grave atentado a su dignidad considerar su vida como un desechable que tiene fecha de caducidad, aunque, por su estado depresivo, pueda el mismo expresarse de esa forma. El verdadero reclamo que lanza el enfermo en esa situación es para que sea tratado con todo el respeto que merece su dignidad. Por eso, tiene todo el derecho de ser acogido por una actuación profesional médica, como siempre, de alto nivel, que alivie y cubra toda su sintomatología, hoy en día alcanzable gracias a los cuidados paliativos.

Además, el enfermo en esa situación, tiene también el derecho de recibir la gratificación de comprobar que deja una huella en los demás, aunque sólo sea esencialmente por ser reflejo vivo, precisamente en su estado de gran vulnerabilidad, de hasta qué punto es valiosa su dignidad como persona. La exhibición de esa calidad de dignidad humana en estado casi puro choca y es radicalmente contraria a ser asimilada como un objeto, o animal, cuyo valor evoluciona paralelamente a su grado de eficacia funcional.

En definitiva, el enfermo en situación terminal pone de forma candente y al descubierto el valor intrínseco que posee la dignidad de la persona humana, que exige ser correspondida con el mayor respeto, tanto en beneficio de él como de los demás. Esa alta dignidad es incompatible con una visión degradada de la persona si es desfigurada según criterios de utilidad, haciéndola fácilmente catalogable por los jueces de la eutanasia para una “muerte digna” si cumple los protocolos establecidos como material de desecho, impidiéndole todo recurso a una profesional y eficaz actuación de los cuidados paliativos. 

Juan Llor Baños


viernes, 3 de diciembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (VII)

Los promotores de la eutanasia procuran oscurecer, con su arrogante propaganda panfletaria, la auténtica medicina. Los pro eutanasia descartan, desde el inicio, acompañar al paciente en estado terminal, le privan de la debida profesional atención que precisan sus síntomas, y acaban desechando de raíz la ayuda siempre eficaz de los Cuidados Paliativos. Así, la eutanasia es una practica que ofende gravemente la dignidad del paciente. 

Es muy valiosa, en ese sentido, la luz que proyecta el Prof Herranz:  

“La enfermedad terminal puede herir muy duramente a la dignidad social, a la imagen de uno ante los otros. No es extraño, por eso, que, en años recientes, los movimientos pro-eutanasia tiendan a presentar la reivindicación del derecho a morir dignamente como la coronación del progreso ético, propio de personas clarividentes y de ideas avanzadas, que forman una elite cultural, una minoría emancipada de prejuicios y supersticiones. 

En la literatura panfletaria y en las páginas de Internet, los promotores de la eutanasia se presentan a sí mismos como la levadura en la masa, como líderes y liberadores que transformarán la sociedad. 

Los argumentos y los ejemplos desplegados por los promotores de la eutanasia, ordinariamente sobrecargados de retórica fuerte, siguen siendo, tanto en la sociedad como en las profesiones sanitarias, patrimonio de una minoría. Desde instancias profesionales de la medicina, se ha señalado un riesgo grave de esta actitud elitista: el de poner en peligro, mediante una hábil manipulación de los sentimientos en favor de la eutanasia de una pequeña elite, la atención paliativa de grupos enteros de personas (ancianos, incapaces, pacientes terminales). 

En fin de cuentas, la mentalidad pro-eutanasia pretende obligar a la sociedad a escoger entre la muerte provocada e indolora, como pretendido medio de preservar la dignidad humana, y la atención y cuidado de los enfermos terminales, con las vicisitudes y precariedades de la vida que se apaga.

Los activistas pro-eutanasia repiten hasta la saciedad que la opción de morir con dignidad está estrechamente vinculada al derecho a escoger el tiempo y el modo de la propia muerte según los criterios de una ética hedonista. Tal como señalaba de modo paradigmático el Alegato a favor de la Eutanasia Beneficiente, cuando la vida carece de dignidad, hermosura, promesa y significado, y la muerte se retrasa con periodos interminables de agonía y degradación vital, no se puede decir que eso sea la vida de un ser humano, porque tolerar o aceptar el sufrimiento innecesario es inmoral.

Por desgracia, no son pocos los médicos que, por ignorancia de los avances del tratamiento del dolor y de los cuidados paliativos, pueden convertirse en provocadores o cómplices de la petición de eutanasia.

La arrogancia elitista y la fascinación con la muerte de la mentalidad pro-eutanasia pueden privar a muchos pacientes de los beneficios y dignidad de la atención paliativa, una rama humilde pero inmensamente humana de la medicina y la enfermería. 

Sólo se puede hablar de verdadera libertad de elección cuando la medicina paliativa es practicada con competencia y ofrecida a todos los que la necesitan.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

La contagiosa, y peligrosa, enfermedad del pesimismo


Se puede leer en el documentado artículo “La brecha de optimismo entre los jóvenes”, 1.XII.2021, en El Sónar:

"La brecha de optimismo entre los jóvenes de países ricos y de menos ingresos puede explicarse por ciertas tendencias. Los jóvenes de regiones de ingresos medios y bajos ven el futuro con más optimismo porque experimentan que están mejorando respecto a sus padres en materias básicas como salud, educación, seguridad. Los hábitos informativos hacen que nos fijemos más en los momentos dramáticos (guerras, hambrunas, catástrofes) que en las mejoras graduales y constantes, que no son noticia pero que van transformando el mundo.

En cambio, en los países más desarrollados hay cada vez más miedo frente a potenciales amenazas y más desconfianza en la capacidad para superarlas. Si en épocas pasadas se confiaba sin reservas en el progreso, ahora el futuro tiende a verse como un territorio peligroso e incierto, que escapa al control humano. Jóvenes y mayores se fijan más en lo que pueden perder que en lo que pueden ganar. De ahí que la aversión al riesgo y la búsqueda de la seguridad se hayan convertido en tendencias dominantes en los países ricos.

Desde la infancia, los jóvenes de los países ricos han sido socializados conforme a esta cultura del miedo. La hiperprotección impulsa a ser esclavos de su seguridad más que aprender a manejar los riesgos. Y con esta perspectiva es fácil ver el futuro bajo una lente pesimista. En cambio, en los países donde hay menos seguridad material la vida diaria obliga a los jóvenes a afrontar riesgos y a manejar experiencias difíciles, que les robustecen para retos futuros."