El paciente siempre requiere del médico dos cuestiones: la primera, que le garantice estar adecuadamente actualizado científicamente; y la segunda, que su ciencia actúe acompañada de una actitud que refleje el respeto y la primacía de la persona.
A ese respecto, se podría considerar que al igual que el paciente firma el conocido “consentimiento informado” para que le realicen las pruebas a las que va ser sometido por el médico, no estaría de más que recíprocamente el enfermo exigiera al médico que le firmara la garantía de que está adecuadamente actualizado en ciencia y en trato humano. El intercambio mutuo de ambos “consentimientos” sería un buen fundamento de la relación médico-paciente. Aunque realmente, a esos efectos, el enfermo está de hecho y de derecho protegido por el Código Deontológico Médico.
Así, si es importante que el médico acredite al enfermo que está convenientemente actualizado en ciencia, no menos importante es que también le asegure que nunca va a ser sometido a un trato despersonalizado, reduciendo su enfermedad, por ejemplo, a la mera cosecha de un número determinado de datos biológicos que finalice su caso con la realización del conveniente protocolo, cursando el similar proceso que seguiría de manos de un robot. Es compromiso del médico saber conjugar a la vez sus conocimientos científicos con una actitud que valore y resalte, en todo momento, la prioridad de la persona y el trato con el respeto debido. Esa labor conjunta del médico en su relación con el paciente es ciertamente trabajosa y exigente, pero también atrayente, en el curso de cada consulta presencial, ya que, por otra parte, estos cometidos difícilmente pueden ser llevados a cabo adecuadamente en una consulta telemática.
Cuando en la actuación del médico está enlazada la ciencia con un trato de respeto preferente a la persona del enfermo, como ocurre en la inmensa mayoría de los casos, el resultado se refleja en un notable incremento de eficacia tanto en la evolución y como en la resolución del caso clínico, y al contrario, si el paciente es sometido a una deficiente atención científica o a un incorrecto trato humano, será casi inevitable, y estará justificada, que reclame la corrección ética que mereció y de la que ha sido despojado.
Reviste especial gravedad la situación del enfermo que es profundamente frustrado por un trato profesional irresponsable e incorrecto junto a una desconsiderada omisión del necesario respeto, que le precipita a tomar una decisión en donde ve que la solución “útil” para él no es ya denunciar esas faltas graves a las que es sometido, sino optar por resolver su estado demandando la eutanasia. A ese enfermo se le ha privado de la correcta prestación médica que, de hecho, puede cubrir todo el abanico de su sintomatología, y de ser asistido con la cercanía humana que sus circunstancias reclaman. Un paciente así, no puede extrañar que abandonado pida el que se le abandone. No cabe duda, por lo tanto, que la eutanasia la pide el enfermo profundamente frustrado de un servicio médico que se inhibe en su asistencia, o bien es practicada por quien da un trato gravemente deficiente y frustrante al enfermo. Actitudes estas, que son diametralmente contrarias al servicio que proporcionan los Cuidados Paliativos.
Juan Llor Baños
Medicina Interna