viernes, 29 de enero de 2021

EL COMIENZO DE LA VIDA HUMANA Y ÉTICA MÉDICA (y II)

   En este apartado podemos observar como la verdad científica entorno al inicio de la vida embrionaria se fue haciendo acomodaticia a los intereses comerciales. Se llegó a dar por válidas unas actuaciones que iban, y siguen yendo a nivel internacional, contra los principios más básicos de la ética médica y, que con el paso de siete décadas, se mantienen como válidas por gran parte de la literatura médica científica de forma asombrosamente acrítica. Se construye ciencia médica sobre afirmaciones en torno al inicio de la vida que carecen de constatación objetiva alguna, logrando producir una conciencia social totalmente anestesiada. Todo ello es comprobable según los estudios ciertamente referenciados por el Prof. Herranz. Exponemos esquemáticamente esas básicas líneas históricas suministradas por él:    

Historia de la “píldora"

“La primera píldora, la de John Rock, de dosis hormonal muy alta (Enovid-10), era predominantemente -aunque no exclusivamente- anovulatoria. Pero se asociaba a efectos secundarios insoportables: molestias muy fuertes y efectos metabólicos marcados. Por ello, resultaba necesario reducir la dosis sin perder efectividad. Pero esa disminución de la dosis conllevaba un cambio en el mecanismo de acción: la píldora pasaba de ejercer su efecto principal en el ovario, a incluir entre sus dianas el endometrio; la baja dosis permitía un cierto número de ovulaciones y, correlativamente, de fecundaciones, pero estas no progresaban porque se impedía la nidación de esos embriones. Es decir, la píldora tenía un efecto antinidatorio, producía un número indeterminado de abortos muy precoces. Esto está reconocido desde el primer momento, ya en los primeros años 60, en trabajos publicados en The Practitioner, en Lancet y en el JAMA. 

Pero la investigación para establecer en qué proporción se producía este efecto antinidatorio quedó frustrada. No interesaba ni a los promotores sociales de la contracepción ni a la industria farmacéutica. Podría hacer perder un enorme mercado: el de las personas que tenían un compromiso moral de respetar la vida. Entonces se estableció una especie de veda a esa investigación… Se ha preferido mantener un velo de ignorancia sobre el asunto”.

Se abre paso la ética contraceptiva 

“Junto a esto, el paso de los años, el acostumbramiento cultural a la anti- concepción como modo ordinario de vida, lo que se ha llamado el “(la ética) contraceptiva”, ha hecho que el respeto al embrión concebido se haya extinguido en sectores muy amplios de la sociedad. Que se malogre la vida de un ser humano, al impedir su anidación, ha dejado de constituir un problema que cause la más mínima inquietud moral. Nadie siente escalofríos morales por eso. 

El paso del tiempo y el acostumbramiento cultural al aborto y a la contracepción como rutina han ido trasladando el centro de gravedad del ovario al endometrio, y, finalmente, al embrión. Lo que empezó con la anovulación, termina en la destrucción de embriones. Eso no hubiera sido posible sin la manipulación del lenguaje…” 

Manipulación del lenguaje que oculta la acción abortiva de los anticonceptivos

“Ya dije antes que la falsificación del lenguaje comenzó con la contracepción. La historia viene a decir que los biólogos de la reproducción humana, gente muy inteligente, se dieron cuenta muy pronto del peligro que para la contracepción supondría que se la inculpara de actuar destruyendo un número indeterminado de vidas. Por eso, tomaron como tarea urgente desligar los conceptos de "aborto" y "contracepción". Sin la manipulación del lenguaje, la sociedad no aceptaría la contracepción hormonal y el DIU. Cambiado el lenguaje, no habría resistencia. 

La historia de esta manipulación está muy bien relatada por Grisez, en su libro sobre el aborto (Abortion: The myths, the realities and the arguments). Cuenta que ya en 1955, en una reunión del Planned Parenthood International, que tuvo lugar en Tokio, Böving interviene para concluir que ciertas dificultades de terminología no son más que el precio que hemos de pagar por el progreso: un procedimiento de control de los nacimientos que impidiera la implantación del embrión no tendría que ser considerado como abortivo si se hace algo tan simple como cambiar el significado de unas palabras. Böving sugirió que la palabra concepción debería aplicarse al proceso de la implantación; no, como hasta entonces, al de la fertilización. 

El American College of Obstetricians and Gynecologists (ACOG) adoptó ese cambio: estableció, en virtud de su autoridad profesional, que la concepción es la implantación del blastocisto... Pretendían unificar el lenguaje con finalidades estadísticas y científicas, y establecer un lenguaje común que todos los obstetras y ginecólogos entendieran. Les pareció conveniente empezar por definir algunos términos relacionados con la fecundación. 

Ahí fue donde se provocó esa mutación radical: "fecundación" no es un término equivalente a "concepción"; la “fecundación” es un estricto fenómeno biológico, mientras que la “concepción”, además de biológico, es un fenómeno social de acogida al embrión por parte de la madre y de la sociedad. Por tanto, lo que pasa en el tiempo que media entre la fecundación y la anidación carece de significado ético. Si el embarazo empieza con la anidación, no se puede llamar aborto la eliminación del embrión que se provoca antes de completada la anidación. Como se ve, la redefinición alcanza objetivos muy importantes: cambia el sentido del término concepción (que no es ya la unión del óvulo y del espermatozoide); establece que el comienzo del embarazo es la anidación; y modifica la noción de aborto, del que excluye la eliminación del embrión en el período preimplantatorio. 

Tan grave como esto fue la complicidad de políticos e investigadores. Las nuevas redefiniciones entraron pronto en la ley administrativa que regulaba la ética de la investigación”. En “El Corazón de la Medicina” Libro Homenaje OMC, 2013, (pag. 78-82).

lunes, 25 de enero de 2021

EL COMIENZO DE LA VIDA HUMANA Y ÉTICA MÉDICA (I)

 


   De mano del Prof Herranz vamos a iniciar un nuevo capítulo de la ética médica. Se trata de lo relacionado con el comienzo de la vida humana y sus implicaciones éticas inmediatas, de las que no es posible sustraerse. La realidad científica no puede ser elaborada por razonamientos acomodaticios a intereses, como ha ocurrido ampliamente, a nivel internacional, en ésta área de la ética médica relacionada con el inicio de la existencia humana. 

   Comprobemos las aclaraciones del Prof Herranz al respecto 

   (Cuándo comienza la vida humana) "Es este un tema en el que se ha provocado deliberadamente la confusión, en el que se ha llevado a cabo una gran operación de manipulación del lenguaje. 

   …Sin que nadie haya ofrecido justificación suficiente, han terminado por aparecer, por ejemplo, en las leyes de plazos para el aborto o en las de experimentación embrionaria. 

   Ha sido una hábil maniobra la de oscurecer las ideas de la gente acerca del comienzo de la vida humana, y así introducir la permisividad ética y legal contra esa misma vida". 

   (Respecto al término `concepción´) "La maniobra giró en torno al concepto de "concepción"…."  (Tiene su historia) la redefinición de "concepción", para mostrar cómo dejó de significar "fecundación" para significar "final de la implantación", o "momento en el que podemos comprobar la anidación". (Los protagonistas de esa historia) no están ya, probablemente, entre nosotros; pero pienso que, al leer esa historia, sus protagonistas no tendrían otro remedio que avergonzarse de su grosera manipulación. 

   No hubo nunca problemas, y sigue sin haberlos para la gran mayoría de la gente, para entender que concepción equivale a fecundación; que son, y han de seguir siendo, términos sinónimos. Ese es el parecer general: después de treinta años de hostigamiento por parte de muchos organismos políticos y profesionales, que han pretendido cambiar su significado, los médicos siguen llamando concepción a la fecundación, y hablan de días post-concepción tomando como punto de partida la fecundación. En los libros de texto de Embriología y Obstetricia, lo mismo que en los trabajos de investigación, esa sigue siendo la postura dominante. 

   Sin embargo, cuando entraron en escena la contracepción hormonal y los dispositivos intrauterinos —las anteriores eran contracepciones de barrera, que no planteaban problemas en relación con la fecundación—, se hizo muy conveniente para los promotores del control de la natalidad redefinir el concepto y el contenido de "concepción". Una cosa se hizo patente: no podía haber una introducción masiva de la contracepción si se mantenía el concepto clásico de "concepción", porque se sabía, aunque no se divulgaba, que la moderna contracepción impedía la anidación del embrión, era abortiva. La redefinición del concepto de "concepción" se hizo para que nadie pudiera hablar de abortos precoces". En “El Corazón de la Medicina” Libro Homenaje OMC, 2013, (pag. 78-82).

viernes, 22 de enero de 2021

EL FINAL DE LA VIDA (y VI)

   Según el Prof Herranz, el pensamiento que sustenta la eutanasia no puede dejar de hacerse responsable de desviaciones que él mismo pone en marcha, como consecuencia de su liberalización. Una de ellas, es la de carecer de argumentos contra el utilitarismo a la hora de prever la programación de trasplantes. El utilitarismo no posee argumentos sólidos que le impidan servirse de la eutanasia si con ella ve que puede optimizar el programa de trasplantes, incluso dando cabida, en pro de su mayor eficacia, a facilitar que el paciente al que se le quiere provocar la eutanasia done su órgano como donante vivo: sólo hay que programar la eutanasia tras extraerle en vida el órgano a donar, y después dejarle morir "sin dolor". 

   Conviene comprobar como lo explica el Prof Herranz:

“Es un asunto que debería provocar una preocupación muy profunda. ¿Por qué?, porque la demanda de órganos para trasplante está alcanzando niveles muy fuertes. La sociedad ha aceptado el mensaje alentador de que es posible salvar, o prolongar, la vida de mucha gente, pero que para eso hacen falta muchísimos órganos. 

La criminalidad que puede haber en este campo, como señaló la Declaración de Estambul sobre el tráfico y comercialización de órganos (2008), deja todavía muchas bolsas de abuso en el mundo, como China o la India, donde se practica el turismo del trasplante. Se supone que en los países avanzados eso es un delito perseguido, pero se están buscando fórmulas marginales de burlar la ley siguiendo conductas delictivas. 

En esa reunión que tuvo lugar en la Real Academia Belga de Medicina, y en la que intervinieron también médicos de Luxemburgo y de los países del Eurotrasplante (Países Bajos, Alemania, Austria y parte de la antigua Yugoslavia, entre otros), se propuso que los pacientes neurológicos, sobre todo los de enfermedades de la neurona motora, podrían ser candidatos muy prometedores para el trasplante, pues sus órganos están en mejores condiciones que los provenientes de cadáveres. Es necesario obtener esos órganos cuando todavía no han sufrido daños debidos a la anoxia post-mortal. 

Hay pacientes, por ejemplo, con esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que piden la eutanasia, pues no pueden practicarse a sí mismos el suicidio. Para que la donación sea posible, es necesario trasladar al enfermo de su domicilio particular al hospital, donde se practicará primero la eutanasia y posteriormente la extracción de los órganos para donación. El paciente tendría que ingresar directamente en el quirófano, ser preparado para una intervención quirúrgica de extracción de órganos (a la vez que en un quirófano contiguo se prepararía al receptor), se le practicaría la eutanasia y, en cuanto se certificara su muerte, se procedería de inmediato a la extracción de órganos. 

Esto suscita repugnancia moral, es un tanto macabro. Lo sorprendente del caso es que se discuta a nivel académico. Para dar un poco de brillo ético al asunto se nos dice que se establecerán una serie de directrices. Pero viendo las diapositivas que han sido proyectadas en esa reunión, se siente un poco de alarma, pues la mentalidad utilitarista no tardará en plantearse si la necesidad de obtener órganos en condiciones óptimas (los mejores son y seguirán siendo los de donante vivo), no llevará a operar en vida a los pacientes que solicitan la eutanasia: una vez extraídos los órganos, se procedería a dejar morir al donante. 

Hay que reconocer que es difícil poner límites al utilitarismo: en principio, no existen límites infranqueables para un utilitarismo radical. En trasplantes, la calidad de los órganos siempre puede ser mejor, conviene que sea óptima. No podemos pensar que estemos libres de riesgos en este campo. Bélgica está en el territorio del Eurotrasplante. En teoría, en ese territorio la adjudicación de órganos se hace de modo abierto, transparente. Y, sin embargo, siempre se pueden encontrar trucos: hecha la ley, hecha la trampa. Hay formas larvadas de turismo de trasplantes: holandeses que acortan la espera si se trasladan a vivir a Bélgica, o alemanes a Austria. En Europa no se generalizarán los casos condenados por la Declaración de Estambul sobre tráfico y comercialización de órganos, pero
ante situaciones realmente exasperadas el ingenio de algunos encontrará atajos. 

Es, por eso, necesario seguir repitiendo la cláusula del Juramento hipocrático "no daré un veneno a nadie aunque me lo pida". Hay que hacerlo, pues lo básico ha de ser repetido muchas veces. Pero los médicos no necesitamos sólo doctrina ética; hemos de educarnos también en psicología moral… 

Un médico debería haber reflexionado a fondo sobre lo que le ocurre cuando accede a practicar su primera eutanasia. Debería haberse concienciado de que si no reconoce su error, si no se arrepiente de lo que acaba de hacer y no renuncia definitivamente a ese comportamiento, entra en un torbellino moral del que no podrá salir. Si piensa que su comportamiento está justificado, que haber dado muerte a un paciente que se lo ha pedido es una decisión racional y conforme a su ética, no podrá dejar de hacer eutanasias en el futuro. Las virtudes propias del médico le obligarán a hacerlas más veces y más pronto. Si es fiel a su mentalidad preventiva, no podrá posponer su decisión y dejar que las cosas lleguen a un punto extremo: su deber de ahorrar dolor, de beneficiar al paciente le llevará a ver indicaciones cada vez más tempranas para la eutanasia. Ante su próximo paciente terminal anticipará unos pocos días, unas pocas semanas, la práctica de la eutanasia con respecto a su paciente anterior. Dirá: "no es humano, no puedo permitir que las cosas lleguen a tanto". 

Cuando la vida llega a un final lleno de sufrimiento, y se sostiene que el sufrimiento tiene un valor negativo (hay que recordar que para la teoría hedonista el sufrimiento es un mal moral; y su evitación un bien moral), el médico queda atrapado en la propia dinámica de su moralidad profesional, y ya no puede dejar de matar. No se puede pensar que lo haga por perversidad. No hay monstruos morales en Medicina. Lo hará simplemente por mero sentimiento, por un falso sentido de justicia, por no denegar a un paciente lo que ha dado a otro. 

La reflexión sobre el proceso acerca de cómo se inicia y se consolida la actitud del médico ante la eutanasia debería ser tema obligado para todos los estudiantes de Medicina. Lo hacen en Holanda como programa para desensibilizar a los estudiantes. Habría que escribir seria y documentadamente la historia de la conversión de un médico hipocrático en un médico que ya no se resiste a la eutanasia, que piensa que la eutanasia es parte de la buena profesionalidad.” En “Al Servicio del Enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz”, Ed EUNSA, 2015, pag 140 ss.

sábado, 16 de enero de 2021

EL FINAL DE LA VIDA (V)


El Prof Herranz relata la historia de los primeros pasos en la eutanasia provenientes de mentalidades facultativas y judiciales que colaboran al unísono una vez que recogen lo que ellos mismos siembran en la sociedad. Es decir, un sistema sanitario que no afronta profesionalmente la enfermedad terminal y sus síntomas, entre los que se encuentra el dolor, propicia que el paciente tenga las  opciones reducidas y se le facilite abrazarse a la única solución que le brinda el facultativo lleno de "compasión" pero vacío de profesionalidad: la eutanasia.

Así describe el Prof Herranz la concatenación de los hechos:    

“Es doloroso que fueran precisamente los grupos sociales que debían proteger de modo particular la vida humana (los médicos y los jueces) los que, apostatando de esa misión, desarrollan los criterios pre-legales para la eutanasia y después prepararon la legislación. 

Cuando la Real Sociedad Holandesa de Médicos estableció, con la anuencia de la Judicatura, que la eutanasia y la ayuda médica al suicidio podrían practicarse en unas condiciones que ellos mismos habían diseñado para que el asunto no se les fuera de las manos, la sociedad y el legislativo reaccionaron con una sumisión pasmosa. 

No todos los médicos aceptaron el nuevo estado de cosas. Se produjo una escisión entre los médicos. Los médicos que respetaban la vida humana se separaron de la Real Sociedad Holandesa de Médicos y crearon un organismo paralelo, llamado la Liga Holandesa de Médicos. No eran muchos, casi todos veteranos, de modo que, con el paso del tiempo, fueron disminuyendo en número y fuerza social. Hoy, la oposición profesional a la eutanasia en Holanda, y en gran parte de Bélgica, es muy débil, lo que está en fuerte contraste con lo que ocurre en el resto de Europa. 

Así, pues, en Holanda se hizo lo que dijeron los médicos. Hendin ha podido hablar de un fenómeno absolutamente nuevo: el de una "sociedad fascinada por la muerte". Su libro Seducidos por la muerte indica hasta qué punto la mezcla de compasión, de utilitarismo extremo y de intolerancia al dolor pueden crear una cultura de este tipo. 

Llegó un momento en el que la propia Real Sociedad Holandesa de Médicos, al percibir una incipiente alarma social ante el incremento que iba tomando la eutanasia, recomendó a los médicos no utilizar la eutanasia como modo de poner fin a la vida de los pacientes, sino que se limitaran a la ayuda médica al suicidio, proporcionando a los pacientes que las solicitaran las instrucciones y las medicinas necesarias para causarse ellos mismos la muerte, y dejar, de paso, a la Medicina libre de toda sospecha. 

Rápidamente se vio que el problema no se resolvía así, pues muchos pacientes preferían seguir sufriendo antes que suicidarse. Eso prolongaba su vida y, por consiguiente, la demanda de atención médica domiciliaria, pues en Holanda la atención terminal se hace en casa de los pacientes (en los Países Bajos los enfermos terminales no suelen ser admitidos en los hospitales para recibir atención paliativa). 

Fue entonces cuando la Real Sociedad Holandesa de Médicos recomendó a los facultativos que simplemente recurrieran a la sedación terminal: de ese modo, se obviaban los posibles conflictos judiciales ligados a la eutanasia y a la ayuda al suicidio. La sedación, en cuanto sedación terminal o eutanásica, se ha convertido en un modo sencillo de resolver el problema de la enfermedad terminal. La gente la denomina "eutanasia lenta". 

Todo esto fue posible por una cooperación activa de los jueces. En los pocos Juicios de los casos denunciados por infracción de normas legales, los jueces fueron justificando nuevas indicaciones de la eutanasia. De tal manera que a la "eutanasia por dolor insufrible" siguió la "eutanasia por sufrimiento psicológico grave", la "eutanasia neonatal" (porque significaba un sufrimiento insoportable para los padres) y la "eutanasia por dolor existencial", que viene a ser una desgana grande ante una existencia precaria o desconsolada. Por eso se puede decir que hoy en Holanda la mera petición al médico de la eutanasia significa prácticamente obtenerla. 

Ya desde el principio se vio que era alto el número de las eutanasias no voluntarias (de 800 a 1000 por año). Se trataba de casos en los que no había una petición racional y reiterada del sujeto: pacientes en estado vegetativo persistente, dementes avanzados o incapaces mentales. 

El fenómeno que, sin embargo, desacredita la validez práctica de la ley fue el número de casos de eutanasia involuntaria; es decir, la eutanasia de pacientes conscientes, cuya vida era considerada por los médicos como carente de valor, improductiva, o exigente de atención médica excesiva. Se trataba en muchas ocasiones de ancianos sin familia, abandonados, sin sistemas de ayuda, para los que se juzgaba que la muerte era mejor que seguir viviendo así. Muchos médicos confiesan que han practicado este tipo de eutanasias. Es inevitable preguntarse qué diferencia separa el programa de eutanasia de la Alemania nazi y esta forma de dominio sobre la muerte que ejercen hoy esos ilustrados profesionales de la Medicina. Se dice que son decenas de miles los ancianos que en Holanda se han provisto de un testamento de vida para manifestar que rechazan de plano que se les practique la eutanasia". En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz”, Ed EUNSA, 2015, pag 136-140.

viernes, 8 de enero de 2021

EL FINAL DE LA VIDA (IV)


A continuación el Prof Herranz clarifica dos aspectos importantes referente a la autonomía del paciente: 

1) La autonomía del paciente es ciega y se arruina si no cuenta con el concurso del médico, y adquiere su fuerza cuando se expresa en la confianza que deposita en el facultativo. Esa condición es imprescindible para iniciar la relación médico-enfermo. 

2) La autonomía disfrazada de autoestima ciega y sin control del paciente puede arruinar al propio paciente

Así se expresa a continuación el Dr Herranz:

“Hay cada vez más pacientes que se pasan horas, a lo largo de semanas o meses, estudiando por Internet o en las bibliotecas su enfermedad crónica o el tratamiento electivo. Llegan a saber muchísimo de ellas, y está muy bien que lo hagan. Pero la enfermedad aguda, la que viene de pronto, la que no se tiene tiempo de estudiar, es asunto, me parece, en el que la autonomía debe dar sitio a una sana confianza en el médico. El problema se traslada entonces a su lugar propio: los médicos deberán administrar bien esa confianza que en ellos se deposita, necesitan ser profunda y constantemente responsables. 

Pero los médicos, incluso los más responsables, pueden errar. Eso significa que la artificial cultura de la autonomía debería ser compensada, o completada, con un crecimiento vigoroso de la cultura del error, y dar así una nueva dimensión humana a la Medicina. Los médicos no son gigantes, no son infalibles. Son seres comunes que se cansan, que se irritan a veces, que se equivocan. Por eso es necesario que los pacientes conozcan la condición finita, humana de médicos y pacientes: esa es una pieza fundamental que debería estar en la información que el médico da a sus pacientes. Los médicos no deben esconder, en sus relaciones con los pacientes y los colegas, que pueden equivocarse y que de hecho se equivocan. Lógicamente esto no significa dar carta libre al error: todo lo contrario, reconocer su presencia ubicua para prevenirlo y, si acaece, tomar las medidas para que no vuelva a producirse. 

…(Dentro del problema del suicidio) Un problema distinto es el "suicidio racional o lúcido", como consecuencia de la ruina económica, de un fracaso profesional o sentimental, o como parte de una tradición étnica. En la base de este comportamiento existe —al menos así lo considero- una carencia de un sentido profundamente humano, humilde, de la propia vida. Viene a ser como una negación de la limitación humana… La incapacidad de soportar un ego arruinado es no solamente la negación de uno mismo como ser humano, con defectos, carencias y limitaciones… Humanamente, siempre es posible recomponer la vida; lo muestra la experiencia de muchas personas que se han redimido.

Estas consideraciones se aplican de modo particular a la situación de enfermedad terminal. La experiencia de los seguidores de Cecily Saunders en los primeros años del movimiento de los Hospices era ver la transformación que muchos pacientes, desesperados, que clamaban para que se pusiese fin a sus vidas, experimentaban ante una atención paliativa llena de humanidad. Hablaban del valor inconmensurable de esos pocos días finales de la vida, no tanto por el alivio sintomático, sino por el mensaje de serenidad que esos pacientes enviaban a sus compañeros de sufrimiento. Pienso que en la actitud de exigir la muerte como ejercicio de la propia autonomía subyace, no sólo horror al sufrimiento, sino también un poco de soberbia altanera.”  En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz”, Ed EUNSA, 2015, pag 133-136.


sábado, 2 de enero de 2021

EL FINAL DE LA VIDA (III)

  

  En este apartado vamos a abordar, de la mano del Prof Herranz, qué se entiendo por autonomía del paciente y qué papel puede jugar en la relación médico-enfermo, junto a la explotación abusiva de los sentimientos en el contexto de la muerte humana como argumentos pro-eutanasia. 

   El médico siempre se debe hacer garante de asistir a la vulnerabilidad que presenta el paciente precisamente porque éste deposita en el médico su voluntaria y autónoma confianza. Sin esos requisitos fundamentales no es posible que exista relación médico-enfermo. Si se rompen los pilares de esa relación se derrumbará toda actuación médica como tal. Por ejemplo, en la eutanasia la vulnerabilidad del enfermo no busca, ni encuentra, ni desea que la confianza en el médico preste solución a sus alteraciones, sino directamente romper y desechar de raíz toda posible solución, incluso paliativa, que no sea el abandono del enfermo. Así la eutanasia sólo se explica desde la irracional aceptación de abandonar al enfermo, como un naufrago que exhibe, o se le impone, "el derecho" a no prestarle auxilio y facilitarle que "dulcemente" se ahogue en "bien de todos". 

El Dr. Herranz establece las siguientes directrices éticas, sobre:
-La dignidad del moribundo 
-La dignidad de la muerte humana 
-La autonomía y la explotación abusiva de los sentimientos como argumentos en favor de la eutanasia.

“Es necesaria una educación social que evite el rechazo del enfermo terminal. No se debería reducir la relación con él a los breves momentos de una visita, de la que se escapa lo más rápidamente posible. Portarse así es perder una oportunidad de ganar humanidad profunda. 

La dignidad del moribundo es dignidad humana. El deterioro, el descontrol fisiológico que puede ocurrir, no es humillante, no anula la dignidad de la persona enferma. Es, por el contrario, la ocasión de reconocer nuestros límites, de percibir hasta dónde llega nuestra corporalidad decaída, pero nunca degradada. Es una situación que se arregla limpiando al enfermo, cambiándole la ropa, lavándolo: como se hace con los bebés, con cariño, no con asco… Ese es una de los aspectos más amables de la regresión que en la ancianidad hacemos a la primera infancia. Es inhumano abandonar a un paciente a la inmundicia, lo mismo que lo es suprimir al paciente para prevenir nuestra náusea y disgusto. 

La muerte humana es digna. Porque de la misma manera que se sostiene que la dignidad es intrínseca en relación con otros aspectos, también la dignidad del moribundo (lo) es... No cabe duda de que el eslogan de la eutanasia es convertir la muerte en algo eficiente, limpio, rápido, pulcro, programado, dominado; pero eso no es sino a costa de una pérdida muy significativa de lo que es la humanidad real. 

El movimiento pro-eutanasia ha ido centrando la atención en ofrecer un cuadro patético del final de la vida y, por tanto, de la humanidad, sobre todo en relación con la senilidad, con las grandes minusvalías, con lo que podíamos llamar la "depleción afectiva" del enfermo terminal. Hacen creer a la gente que se da ahí una situación de indefensión, de incapacidad para gestionar la vida…. Es entonces cuando (se) pide la eutanasia. No valerse por uno mismo, tener que pedir ayuda, se convierte en una humillación que no se tolera.

En encuestas llevadas a cabo en Estados Unidos y Canadá, uno de los motivos para pedir la eutanasia que más ha crecido… es precisamente (la) pérdida de autonomía. En muchas sociedades, el hombre de hoy ha sido hasta cierto punto educado para la autonomía. Cuando ya no la puede ejercer, la vida pierde todo su valor. El depender de otros se percibe como una degradación, a la que es preferible la muerte. Cuando uno no puede dirigir su propia vida, esta pierde su sentido. Y esto funciona como eslogan en favor de la eutanasia. 

El hecho mismo de que las necesidades afectivas de una persona mayor o enferma estén desatendidas, es también para algunos justificación suficiente de la eutanasia…. Quedarse sin amigos, vivir en soledad, tener que depender afectiva y efectivamente de otros, hace patente que la vida ha perdido calidad, carece de aliciente, le arrincona a uno. 

Pienso que en toda la propaganda en favor de la eutanasia hay una explotación abusiva de los sentimientos... No cabe duda de que en la bioética abunda extraordinariamente esa ética del sentimiento.

Esa ética opera muy profundamente en la gente. Uno de los más duros insultos con que se puede ofender a alguien es decirle que es una persona que no tiene sentimientos. Pero se debe insistir en una idea luminosa de Chesterton: cuando la compasión se separa de las otras virtudes, se convierte en un vicio mortífero. El que se mate por compasión no hace inocente el hecho de matar. No hemos de ver la compasión como un atenuante. Pienso que la educación del sentimiento es fundamental. Educar el sentimiento no es erradicarlo, sino integrarlo en la vida moral, dirigirlo. 

Yo diría lo siguiente: la autonomía ha entrado en ética, en bioética, no como una actitud ética, sino como un derecho, el derecho último, básico. Me parece que ese exceso de acento jurídico la desvirtúa. La autonomía ha sido exagerada en intensidad y extensión

Creo que la autonomía, tal como se representa actualmente en los hospitales, es más letra de ley que vida del pueblo. Es una idea jurídica que permite hacer leyes, reglamentos, formularios y que da trabajo a los Comités de ética. Pero ese formalismo es artefacto…. Rechazo el formalismo del formulario, una cosa primariamente introducida por juristas y para los juristas. Es utópico pensar que los pacientes comprenden racionalmente y evalúan ponderadamente una información de la que entienden muy poco. Por eso, y de cara a la eutanasia, pienso que la enfermedad terminal no es el hábitat normal para que el paciente tome decisiones, comprenda informaciones, evalúe pronósticos, sopese alternativas de tratamiento, y pueda elegir el suicidio médicamente asistido o la eutanasia.” En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz”, Ed EUNSA, 2015, pag 128-133.