viernes, 19 de marzo de 2021

EL RESPETO A LA DEBILIDAD (IV)

   El respeto que merece la debilidad del paciente está en la raíz de toda actuación del médico. No es concebible otra actitud en la relación médico-paciente. Presupuesta esa condición se garantiza la actuación ética. Claramente lo refiere el Prof Herranz. 

Hoy se habla mucho del respeto como elemento nuclear de la Ética profesional de la Medicina…. En Códigos y Declaraciones se habla una y otra vez de él: de respetar la integridad personal del enfermo, de respetar la vida humana desde su comienzo, de respetar los secretos confiados al médico con ocasión de su encuentro con los pacientes, de respetar a los colegas.

El respeto médico es un respeto al ser humano debilitado. El genuino respeto a la vida humana impulsa al médico, en primer lugar, a percibirla bajo las distintas apariencias en que se le presenta, a descubrirla en el sano y en el enfermo; en el anciano y el paciente terminal, lo mismo que en el niño o en el adolescente; en el embrión no menos que en el adulto en la cumbre de su plenitud. En todos, ve delante de sí vidas humanas, disfrutadas por seres humanos, todos los cuales son, con independencia de sus derechos legales, suprema e igualmente valiosos. 

El respeto ejerce un efecto compensador, suplente, de la debilidad, restituye dignidad a todas las debilidades. Lo que a cualquier ser humano le pueda faltar de tamaño, de riqueza intelectual, de hermosura, de plenitud física, todo eso, incluidas todas sus deficiencias y minusvalías, es suplido por el médico con su respeto. 

Esta es una constante del trabajo del médico. Este no tiene que vérselas con los sanos. A él van los enfermos, los disminuidos, los que viven la crisis temerosa de estar perdiendo su vigor, su bienestar, sus facultades o su vida. Las vidas con que se encuentra son vidas dolorosas o decaídas. Su respeto a la vida es respeto a la vida doliente. Lo suyo propiamente es ser curador y protector de los débiles. 

…El respeto a todos los pacientes sin distinción fue incluido en la Declaración de Ginebra justamente en una cláusula de inagotable contenido ético: la que consagra el principio de no-discriminación, en virtud del cual el médico no puede permitir que la intensidad profesional de su servicio al paciente pueda verse interferido por consideraciones de credo, raza, condición social, sexo, edad o convicciones políticas de sus pacientes, o por los sentimientos que los pacientes puedan inspirarle y se compromete a prestar a todos ellos por igual una asistencia competente. 

Pero no parece que los médicos estén siempre dispuestos a cumplir un mandamiento tan elevado y exigente, pues no son pocos los que lo quebrantan con cinismo o lo consideran de una altura moral inalcanzable. Por eso, conviene insistir en que la prohibición de discriminar negativamente es un precepto absoluto, que incluye a todos los seres humanos sin excepción. 

Dicho de otro modo, el derecho a la vida y a la atención de la salud es el mismo para todos, es poseído por el simple hecho de ser hombre. El médico no practica la discriminación negativa, a ninguno de sus pacientes niega la medida de competencia y respeto exigida por la dignidad humana… A todos atiende y sirve por igual, no en calidad de activista del igualitarismo político o social, sino porque renuncia, ante la fragilidad que en todos crea la enfermedad, a sacar ventaja de su posición de poder ante ellos”. En “Desde el Corazón de la Medicina”, Libro homenaje de la Organización Médica Colegial al Prof Gonzalo Herranz, 2013, pag 294-306.


No hay comentarios:

Publicar un comentario