Cuestión: Es un hecho que existe una gran demanda de órganos para trasplante. Cuando se emplean órganos de cadáver, uno de los criterios éticos esenciales para la extracción es la comprobación y certificación de la muerte. Tradicionalmente se ha utilizado el criterio de la parada cardiorespiratoria,… La mayoría de las Sociedades Nacionales de Neurología aceptan la validez y la seguridad del diagnóstico neurológico como diagnóstico de muerte. ¿Cómo trasladar a la población que un diagnóstico certero de muerte encefálica, aunque el corazón siga latiendo, es sinónimo de muerte?
Respuesta del Prof. Herranz: “La donación de órganos de cadáver para trasplante es un problema que, en cierto modo, mide el nivel ético de una sociedad. Lo que se podría llamar el "índice de solidaridad" o, inversamente, el "índice de desafección". Obviamente, en este tema hay diferencias culturales entre unos países y otros, en gran parte de fondo religioso y ético-social.
Se repite muchas veces que, si se aprovecharan las oportunidades reales de obtener órganos de cadáveres para trasplante, desaparecería el fenómeno trágico de la muerte de muchos pacientes en lista de espera o, al menos, se reduciría de modo muy radical. Por eso, hay que fomentar, no solo mediante la oportuna legislación sino de hecho, en la vida cotidiana, la disponibilidad voluntaria y consciente a donar. Y no solo en los individuos, sino sobre todo en las familias. El factor que siempre se ha señalado como limitador (15-20%) de las posibles donaciones, es la oposición de las familias. Aunque teóricamente, al menos en España, la ley no concede a la familia, sino al individuo, la potestad de donar (solamente tiene en cuenta que el presunto donante no hubiera objetado expresamente a la donación post-mortem), me parece que el respeto a la familia -manifestado en la petición de su aquiescencia a la donación- es simbólicamente un factor que asegura la aceptación social de la donación.
No pienso que la tarea de invitar o convencer para la donación corresponda sólo a los médicos o a los coordinadores de los Organismos nacionales de trasplantes. Corresponde también, por ejemplo, a los que han recibido trasplantes, como testigos de excepción, que deberían testimoniar públicamente el valor que tiene para la vida la donación de órganos. Otros protagonistas importantísimos son los familiares de los donantes post-mortem, que deberían contar con realismo las zozobras y las alegrías del trance, fuerte pero también generoso, de donar responsablemente, ya sea por caridad cristiana, ya por mera solidaridad humana. Me parece que la divulgación correcta, ponderada de esas historias personales podrá ser capaz de reblandecer la resistencia a donar que todavía queda en algunos sectores de la sociedad.” En Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, p 196-198.




























