domingo, 14 de noviembre de 2021

Eutanasia y dignidad del morir (III)

Cualquier médico sabe que su vida profesional tiene sentido auténtico si invariablemente se esfuerza en dar una respuesta adecuada al estado de vulnerabilidad que le presenta el paciente. No es otro, en esencia, el cometido del médico o la enfermera. Si su estima hacia el paciente tiene el nivel que dicho paciente merece y lo trata como tal, sin abandonarlo, su trabajo profesional tendrá la altura científica y ética adecuada, sino será decepcionante.         

Así se expresa el Prof Herranz:

“Pretender prolongar siempre y a toda costa la vida meramente biológica humana es negar la verdad de la mortalidad humana y, por ello, actuar contra la dignidad humana. 

Del mismo modo, dar muerte a un paciente, aun cuando ya esté muriendo, viene a decir que la vida de ese hombre ha perdido todo significado y valor: pero eso es actuar contra la dignidad humana, pues esta no depende de la prestancia social, la libertad o el placer, sino del hecho de ser hombre. 

La dignidad humana no es algo subjetivo: nadie puede incrementar, disminuir o aniquilar a capricho su propia dignidad, y tampoco puede hacerlo con la dignidad de otro

Y lo mismo pasa con la enfermedad y el morir: pueden humillar, disminuir la autoestima, avergonzar e, incluso, crear un sentimiento de indignidad. Pero esos asaltos no acaban con ella, no la merman: nos perturban precisamente porque ponen en el tapete el problema de si la vida humana tiene significado y valor, tiene dignidad. 

Sulmasy (D.P. Sulmassy, Death and human dignity, "Linacre Quart", 1994, 61(4), 27-36) describe cuan diferentes en la expresión de la dignidad pueden ser las muertes de los pacientes: desde los que enfrentan el morir con valor, esperanza y amor, a los que lo hacen en el temor, la rebeldía, la desesperación o el autodesprecio. 

A unos y otros hay que tratar con dedicación y respeto. Es una tarea tremenda devolver a ciertos pacientes la fe en la su propia dignidad y hacerles sentir, en la situación terminal, totalmente carente a veces de estética, que su vida sigue teniendo valor y dignidad. Esa es una dura prueba para el médico y la enfermera, pero en eso consiste atender al moribundo. 

Como dice Sulmasy, “no habría asalto mayor a la dignidad humana ni, en último término, sufrimiento más grande que decir a uno de esos pacientes, mirándole a la cara, `sí, tienes razón. Tu vida carece de sentido y de valor. Te daré muerte, si tu quieres´”. 

Los moribundos deben saber que, para sus médicos, ellos nunca pierden su dignidad humana y que continúan en posesión de todo su valor y estima: sus vidas conservan siempre una medida bien colmada de significado y dignidad.” Prof. Gonzalo Herranz Rodríguez, en las Jornadas Internacionales de Bioética, Pamplona, del 21-23 octubre 1999.

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