“Al médico o a la enfermera que hayan sucumbido a la tentación de matar por compasión y llevado a cabo una eutanasia, se les presenta una disyuntiva fuerte: o se arrepienten sinceramente, o con la misma sinceridad ya no podrán dejar de matar. Porque si son éticamente congruentes consigo mismos, y creen que han hecho algo bueno cuando pusieron fin a la vida de su paciente, no podrán rehusar, por coherencia, a seguir haciéndolo. Y lo harán en casos cada vez menos dramáticos y saltándose con mayor facilidad, en nombre de su ética, las barreras legales.
Porque si la ley, como parece en las leyes de eutanasia de primera generación, sólo autorizara la eutanasia o la ayuda al suicidio a quien la pidiera libre y voluntariamente, ¿qué razones podrá aducir el que la haya practicado conforme a la ley, para negarla a quien es incapaz de pedirla, pero se encuentra en una situación biológica tanto o más depauperada, o cuya atención es mucho más cargosa para los demás? Está seguro de que, indudablemente, el que ha dejado un testamento de vida explícito, el demente profundo o el oncológico en coma, la pedirían si tuviesen un momento de lucidez.
Por muy cuidadoso que sea de la autonomía de sus pacientes, por mucho que respete su capacidad de elección, si piensa que hay vidas tan carentes de calidad que no merecen ser vividas, concluirá que a veces sólo queda una cosa que escoger: la muerte del extremadamente débil. Si un médico o una enfermera consideraran que la eutanasia es remedio superior a la atención paliativa, no podrían evitar convertirse en mandatarios subjetivos de los pacientes terminales. Pues, ante un paciente incapaz de expresar su voluntad, razonan así en su corazón: “Es horrible vivir en esas condiciones de precariedad biológica o psíquica. Yo no querría vivir así. Esa vida no es vida. Yo preferiría mil veces morir. Lo mejor, lo único decente que puedo hacer por ellos, es poner fin a su tragedia.” Gonzalo Herranz, Conferencia en el VI Máster de Cuidados Paliativos. Aula “Ortiz Vázquez”, Hospital La Paz de Madrid, 8 de mayo de 1999.
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