Bien lo explica el Prof Gonzalo Herranz, siguiendo la respuesta a la cuestión planteada en el envío anterior:
“Pero esencialmente la vida es riesgo. Eliminar riesgos, predisposiciones, enfermedades de aparición tardía exigiría eliminar prácticamente todas las vidas. La perspectiva de sufrir una enfermedad le convierte a un feto en un ser para el aborto. Un ejemplo: hoy es posible detectar genes ligados a la aparición de tumores malignos de un tipo que los patólogos llaman “embrionarios”: aparecen en el cerebelo, la retina, el hígado, el riñón en edad perinatal. La tendencia es a eliminar prenatalmente a los portadores de esos genes. Disponemos de procedimientos de diagnóstico genético para enfermedades de aparición tardía, que darán la cara cuando el portador tenga treinta o cuarenta años. Empieza a cundir la idea de que no merece la pena vivir con esa perspectiva.
Es una visión muy pesimista de la vida humana y de la ciencia biomédica: presupone en serio que, en los treinta o cuarenta años que median entre el momento del diagnóstico y la aparición sintomática de la enfermedad neurológica o tumoral, no se va a producir ningún avance; que el pronóstico dentro de cuarenta años va ser igualmente trágico y sombrío de lo que es, o que nos parece, ahora. Me parece que quienes se tienen por progresistas, porque sostienen que se han de explotar a fondo los avances de la genética para eliminar enfermedad del mundo, son, sin embargo, profundamente retrógrados y pesimistas, pues no creen que la ciencia puede traer soluciones para los problemas.
Me parece que esa actitud parte del que se podría llamar el "prejuicio intervencionista", una forma de la falacia tecnológica, que sostiene que la posibilidad de intervenir (matando) es mucho más gratificante que permanecer parado y observar cuál es el curso natural de las cosas.” (En “Al servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz. José María Pardo. Ed EUNSA, 2015, 99-100)
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