lunes, 7 de diciembre de 2020

LOS ENFERMOS ¿SON PERSONAS O COSAS? (III)

Siguiendo con la relación médico-paciente, el Prof Gonzalo Herranz, valora la actitud doble que debe tener el médico para conducir su actuación de forma correcta. Es decir, prestar auxilio al paciente tanto con la ciencia como con la consideración para que no se oscurezca nunca la dignidad de la persona enferma.

   En ese sentido se expresa el Prof Herranz:

   “La visión binocular del médico.  Así pues, delante del enfermo el médico ha de resolver un enigma: el de reconocer en el paciente, cualquiera que sea su condición, toda la dignidad de un ser humano. La enfermedad tiende a eclipsar, en mayor o menor medida, la dignidad humana del paciente: la limita, la oculta e, incluso, amenaza arruinarla. Si gozar de buena salud nos da, en cierto modo, la capacidad de alcanzar una relativa plenitud humana, estar enfermo supone, de mil modos diferentes, una merma, pequeña o grande, de la capacidad de desarrollar el proyecto de hombre que cada uno de nosotros acaricia. Nos limitan los pequeños achaques e indisposiciones, que roban alegría de vivir o nos acobardan ante el trabajo que queda por hacer. Nos limitan, sobre todo, las enfermedades crónicas, que, con el paso de los años, van incapacitando o provocan sufrimientos físicos o morales nada fáciles de soportar, que desaniman o deprimen.

   Por eso, los médicos hemos de comprender que la enfermedad no consiste sólo en trastornos biológicos. Es cierto que las enfermedades tienen, como estudiamos en los libros de patología, causas y mecanismos; se expresan en una infinita variedad de desarreglos moleculares o celulares, de trastornos de correlaciones que pueden analizarse y cuantificarse, y sobre los que podemos influir con los muchos recursos de nuestro arsenal terapéutico. 

   Pero, conviene insistir, la enfermedad es, además de todo eso y al mismo tiempo, a veces de un modo casi exclusivo, una amenaza a la integridad personal, que somete a prueba al enfermo, lo aboca a una crisis existencial. Por esta razón, la atención médica no puede reducirse a una simple operación técnico-científica. Incluye muchas veces una dimensión interpersonal. Pues no trata sólo de neutralizar o destruir la causa de la enfermedad, aliviar el dolor, y/o paliar los síntomas que provienen de estructuras biológicas deterioradas. Ha de suprimir también la amenaza de soledad, minusvalía e indefensión con que amaga la enfermedad. Necesita muchas veces el médico administrar, junto con sus medicamentos, esperanza y consuelo, paz y calor, coraje o tranquilidad

   Hay una expresión que, al parecer, se remonta a Séneca y San Agustín, que muestra con mucha elocuencia esa situación del hombre enfermo, esa inextricable coexistencia de lesión física y necesidad espiritual: `Res sacra miser´. El hombre enfermo es una cosa sagrada y, a la vez, digna de compasión. Con esta denominación, recuperada por Vogelsanger, se expresa de modo magnífico la especial situación de la humanidad del hombre víctima de la enfermedad seria, incluida la enfermedad terminal. Traduce de maravilla la coexistencia de lo sagrado y dignísimo de toda vida humana, con la miseria del decaimiento orgánico causado por la enfermedad. 

   Cuando el médico considera al enfermo como alguien que es incondicionalmente digno, aunque caído en una miseria profunda, entonces está mirándole con visión binocular. La gente quiere ser atendida por médicos que tengan la ciencia suficiente para comprender y resolver los problemas de su biología, y que sean lo suficientemente humanos para comprender y resolver los problemas de su existencia puesta en crisis por la enfermedad. 

   Pero la gente se queja muy frecuentemente de que muchos médicos se han vuelto ciegos para lo humano, han perdido el sentido del relieve”. En El Corazón de la Medicina” (libro homenaje), 2013, pag. 229-243.

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