viernes, 11 de agosto de 2023

¿Es digno congelar la vida humana? (y VI)

La riqueza de la dignidad del ser humano está valorada cuando se acepta incondicionalmente en su forma más vulnerable: en el embrión y en la enfermedad. Solo la tiranía del relativismo moral la ponen en duda y la ignora.

El Prof Herranz lo expresa claramente a modo de conclusión: 

“Médicos y presuntos padres deberán comprender que la procreación responsable, incluida en cualquier caso la variante in vitro, exige una aceptación incondicionada de los hijos. 

Nunca la descendencia producida in vitro es propiedad de quienes la originan o la conservan. Nunca el interés de la ciencia, de la sociedad de un particular puede prevalecer sobre la dignidad e identidad de un ser humano. 

La condena ética de la llamada reproducción asistida se basa tanto en el atentado a la dignidad de la procreación que es la manipulación artificiosa de la transmisión de la vida humana, como en el modo violento en que se trata al ser humano embrionario in vitro. 

Esos embriones humanos son, cosa que se tiene intensa y deliberadamente olvidada, hijos de un hombre y una mujer. Y lo son en ese estado de particular vulnerabilidad y de potencial abandono que es la situación in vitro. Son seres humanos ordinarios, que afrontan los trabajos y los días que todos nosotros, para llegar a ser lo que somos, hemos tenido que afrontar. Cada uno de nosotros hemos necesitado ineludiblemente ser embrión y empezar nuestro existir humano en esa forma mínima, pero repleta de fuerza y promesa.

Por ser humanos, a los hijos embrionarios de los hombres no se les puede tratar como se trata a los embriones de los animales. Imponer al embrión humano un destino zoológico es dar un resbalón más por la cuesta abajo de la deshumanización de la medicina reproductiva. La fecha de caducidad de los embriones destruidos en el Reino Unido señaló un mínimo histórico del respeto a la dignidad humana.” Gonzalo Herranz, La destrucción de los embriones congelados: reflexión sobre una noticia. Conferencia. Bogotá, 1997.


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