viernes, 21 de noviembre de 2025

Obstinación médica (Los límites de la actuación médica) (XI)

No dejar solo al paciente es la clave, y el termómetro, para proporcionarle una convalecencia y muerte digna.  

Cuestión: El beato Juan Pablo II señaló en un Discurso a los participantes del Congreso sobre «Tratamientos de mantenimiento vital y estado vegetativo» (20-III-2004): "Quisiera poner de relieve que la administración de agua y alimento, aunque se lleve a cabo por vías artificiales, representa siempre un medio natural de conservación de la vida, no un acto médico. Por tanto, su uso se debe considerar, en principio, ordinario y proporcionado, y como tal moralmente obligatorio, en la medida y hasta que demuestre alcanzar su finalidad propia, que en este caso consiste en proporcionar alimento al paciente y alivio a sus sufrimientos. (...) En efecto, la obligación de proporcionar los cuidados normales debidos al enfermo en esos casos, incluye también el empleo de la alimentación y la hidratación"... 

Respuesta del Prof. Herranz: “El problema obviamente no está en el agua: en el pistero, en la sonda nasogástrica o en la gastrostomía percutánea. El problema está en los que han de atender un día y otro, un año y otro a un paciente en estado de inconsciencia permanente. Esa atención no consiste sólo en la nutrición o en la hidratación: incluye también mantener limpio, aseado, cuidado, sobre todo querido, a un sujeto que vive en unas condiciones extremadas, especiales. 

Todos o casi todos estaríamos, en principio, dispuestos a destinar horas, a quemar semanas, en la atención de un paciente que sonríe ante los cuidados, que los agradece, que nos responde afectivamente. Pero atender a alguien que es como un muro, del cual no se obtiene ni siquiera el más elemental eco afectivo, es una tarea que exige un enorme esfuerzo por parte del cuidador. Atender a alguien que no se da cuenta de lo que estamos haciendo por él, que no puede compensarnos de ningún modo, es una tarea que exige un altruismo, una caridad, un amor, muy grandes. A mí me parece que ahí está el nudo de la cuestión. 

La inercia afectiva del paciente en estado permanente de inconsciencia es para muchos cuidadores agotadora. Al cabo de un tiempo se llega al punto de no poder más, aparece una invencible fatiga moral, ya no se encuentra sentido a lo que se está haciendo. La cosa ni gratifica, ni compensa. Si se exceptúan algunas situaciones críticas coyunturales, provocadas por infecciones intercurrentes o por agravamientos transitorios de una situación relativamente estable, la atención de estos pacientes, al menos durante largos períodos de tiempo, ha de hacerse en casa, no necesita del hospital. Sería un dispendio injustificado destinar una cama de un hospital a la atención de un paciente estable, que no requiere más que los cuidados humanos, que pueden prodigarse en casa.” En Al Servicio del enfermo. Conversaciones con el Dr. Gonzalo Herranz, José María Pardo, Ed EUNSA, 2015, 158-159.


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