domingo, 22 de agosto de 2021

Editorial: El buen humor no puede faltar con el enfermo

 

   Necesitamos hoy con urgencia que una pandemia de buen humor nos contagie masivamente. Esa pandemia podría contrarrestar muy bien el caos en le que nos vemos sumergidos, y en el que no tiene su sitio ni alegría, ni el optimismo. Sin un mínimo de esperanza e ilusión no crece la vida, es como si faltase el agua.

   Concretamente, en el tema sanitario, todo médico sabe, o debe saber, que la medicina necesita para su ejercicio del buen humor, sencillamente porque el buen humor forma parte del tratamiento que se proporciona al enfermo. 

   El buen humor, es un “fármaco” de alta eficacia, y sin el cual los otros fármacos o procedimientos que se apliquen tienen reducida, a buen seguro, su capacidad. Es un componente, el buen humor, que posee en sí un factor potenciador de eficiencia en las medidas que se vayan a adoptar.

   Tan es así, que el buen humor se hace casi imprescindible en la relación medico y enfermo, y de forma más especial en el médico. Ciertamente, no tiene nada que ver, ni sirve de excusa, hacerlo compatible con dar cauce a superficiales carcajadas o campechanías insustanciales ni, por supuesto, con un tomar la enfermedad a broma o a guasa. La enfermedad siempre exige que se contemple con seriedad y formalidad, pero justo por esto último, es por lo que el buen humor es necesario y alcanza verdadero sentido, con excepcional importancia. Es decir, el médico está obligado a comportarse con la suficiente elegancia que requiere la situación, y para eso es básica su actitud de acogimiento, que es el integrante principal del buen humor. 

   No cabe engañarse pensando que el buen humor necesita un carácter especial, de persona más bien divertida, que viene en parte heredado. Es compatible ser más bien de carácter serio y tener bien arraigado el buen humor. El buen humor requiere, por el contrario, practicar cualidades, como son: el esfuerzo de ponerse en el lugar del enfermo, acompañar su estado de ánimo, mirarle con atención, gratificarle con el detalle de una sonrisa que auxilie su preocupación, dirigirse a él con respeto y, siempre, por su nombre, no estar atento más que a él, sin prisas, y, especialmente, transmitirle serenidad. Esa es la clave, resumida, del auténtico sentido del buen humor en medicina: procurar transmitir entereza y descanso al enfermo, y a sus familiares. Hay quien dijo que el principal instrumento del médico es la silla al lado del enfermo, y pienso que tiene mucha razón. Desde luego, valga dicho de paso, es prácticamente imposible ejercitar esas buenas condiciones a través de la consulta telemática, sin mencionar la aberración clínica que supone prescindir de la imprescindible personal exploración.   

   Cuando falta buen humor, en la relación del médico con el enfermo, es porque falta la precisa elegancia en dicha relación, que se refleja en comportamientos de modales bruscos, y aires antipáticos.

   Además, ese buen humor facilita siempre el cauce de esperanza que nunca puede faltar. Por difícil y complicado que resulte un cuadro clínico y su pronóstico, al menos, no se puede hundir la esperanza del cuidado. La esperanza del cuidado nunca debería desaparecer aún cuando decaiga la esperanza de la curación, sobre todo, contando con la garantía profesional de los Cuidados Paliativos.

   Ciertamente el buen humor en medicina es fundamental, pero es pulverizado por la actitud antinatural que propugna la eutanasia, al vaciar la medicina, no sólo de la mínima calidad científica, sino ahogando la actitud de acogida al enfermo, sumergiéndole en una tempestad de ciega compasión que valora su existencia en términos de mayor o menor utilidad, y creando en su entorno una atmósfera de desolación que, junto a una profunda tristeza, asfixia al enfermo incluso antes de ejecutarle con la inyección letal. 


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